Es de común costumbre atribuir al filósofo renacentista Nicolás Maquiavelo la infame frase “el fin justifica los medios”. Incluso se utiliza en negación: “el fin no justifica los medios”.
A pesar de su uso masivo lo cierto es que en El Príncipe, obra publicada en el siglo XVI, Maquiavelo nunca plasma dicho concepto. Lo más cercano es cuando afirma que lo importante en la acción humana, y principalmente en la de los gobernantes, son los resultados y por tanto los medios siempre serán honorables y ensalzados.
En realidad fue el jesuita y teólogo alemán Hermann Busenbaum quien, en Medulla theologiae moralis, expresa en el siglo XVII “cum finis est licitus, etiam media sunt licita”. En español: “Cuando el fin es bueno, los medios para alcanzarlo también lo son”.
En estos 500 años ya mucho se ha discutido y debatido sobre esta idea. Incluso con creatividad (e indulgencia) algo de verdadero es posible de encontrar en la sentencia, no en el ámbito de la causalidad sino de la táctica. Que los objetivos son los que definirán las herramientas a utilizar para alcanzarlos.
Pero invirtamos la imagen. No pensemos en que “el fin justifica los medios” sino preguntémonos si “los medios justifican el fin”.
Pienso en ello mientras viajo a Chile Chico por el Paso Las Llaves, a orillas del lago General Carrera y veo moverse las aspas de un pequeño parque eólico que entrega energía a las operaciones de la Compañía Minera Cerro Bayo, de la canadiense Mandalay Resources. Energía renovable no convencional, verde, que se nutre de los ciclos de la naturaleza para energizar una operación minera, extractiva, cuyos desechos son almacenados en un gigantesco relave distante a solo 1,2 kilómetros del segundo lago más grande de Sudamérica.Está claro que siempre será mejor que una actividad como esta mejore sus procesos con tecnologías limpias. Y eso es posible interpretarlo como unos metros más lejos del pozo. Pero por su propia esencia será difícil que se transforme en completamente sustentable
Esta idea no es nueva y tiene múltiples aristas mediante las cuales abordarla.
La principal de ellas es la de pensar que existe una minería sustentable. Como dijimos hace un tiempo, una alianza fantástica. No particularmente por lo espectacular sino ser un imposible: la minería –actual, al menos- es una industria extractiva que se nutre de recursos no renovables (puntal de la sustentabilidad).
Está claro que siempre será mejor que una actividad como esta mejore sus procesos con tecnologías limpias. Y eso es posible interpretarlo como unos metros más lejos del pozo. Pero por su propia esencia será difícil que se transforme en completamente sustentable. Como el asbesto, que por mucho empeño que hagamos en convertirlo en un material inocuo para la salud de las personas muy complejo será lograrlo. Por ello desde el año 2000 en Chile la producción, importación, distribución, venta y uso de asbesto azul y de cualquier material o producto que lo contenga está prohibido. No se le subieron los impuestos, no se le pusieron más exigencias, se declaró ilegal.
Esto es algo a considerar por quienes por convicción están avanzando en el desarrollo de tecnologías o actividades sustentables pero que terminan vinculándose y validando industrias o empresas que por esencia no lo son. Es el vigente debate entre purismo/pragmatismo, cambios desde dentro/greenwashing. Los pequeños pasos son relevantes, claro está, pero siempre teniendo claro cuál es el objetivo final. ¿Mantener una actividad intrínsecamente no sustentable?
No asumirlo redunda en que esas azules y pequeñas gotas de responsabilidad socioambiental que algunos ejercen se perderán en el oscuro y gigantesco océano de decisiones que nos mantienen en la principal crisis civilizatoria y ecológica que recuerde (y tenga su origen en) la humanidad.
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