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Relaciones exteriores y la adaptación de la especie

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A pocos meses de finalizar el período presidencial del actual gobierno en Chile y que una nueva coalición política asuma el ejercicio del poder en el país, han comenzado a surgir esclarecedoras opiniones y/o recomendaciones respecto de lo que debería o no debería ser y hacer la nueva administración en las diferentes áreas de responsabilidad gubernamental.

En particular, al interior del Ministerio de Relaciones Exteriores y con posterioridad al resultado de la segunda vuelta de la elección presidencial de diciembre recién pasado, ansiosa y progresivamente, han comenzado a develarse opiniones discordantes con la conducción excesivamente comercial de la política exterior nacional. Así, se plantea la urgente necesidad de revalorizar una visión “estratégica” de dicha política y que sean consideradas las diferentes dimensiones del factor “humano” en las relaciones con el exterior; de tal modo, la historia, la cultura, la ideología, etc., aparecen como aspectos o componentes de las relaciones internacionales que es necesario revalorizar al momento de definir la política exterior de nuestro Estado con los países limítrofes, la región y el mundo.

Si bien éste fenómeno de adaptación de las especies no es nuevo, el naturalista inglés Charles Darwin lo estudió y describió ya en el siglo XIX, resulta verdaderamente sorprendente la velocidad y capacidad de procesamiento de las mutaciones adaptativas dadas a luz por parte de tal especie en particular. En muy pocas generaciones, si no en la misma, se han explicitado dramáticas mutaciones, revertido las mismas o, simplemente, reinstalado nuevamente el genotipo original necesario, posibilitando la sobrevida de los que han alcanzado una oportuna adaptación frente a las modificaciones o cambios contingentes del medio ambiente, como sostenía el referido naturalista inglés.

Pero, más allá de éste sorprendente atributo adaptativo y desde una perspectiva institucional, las recurrentes mutaciones cíclicas y oscilantes parecen insinuar que algo no anda como debería en el Ministerio de Relaciones Exteriores y, por consiguiente, en nuestra política exterior. Los esfuerzos por identificar el origen institucional u orgánico de un cierto olorcillo mortecino que impregna las difusas paredes de los pasillos cancillerescos no han sido pocos; asimismo, tras dichos esfuerzos, han abundado los compromisos, promesas y propuestas que auguran ser la ultimate mutation, de donde surgirá el diplomático perfecto, para la perfecta política exterior. Claro, como los porfiados hechos en la vida del hippie son duros, tales esfuerzos, sean éstos sinceros o fingidos, lucidos o, simplemente, mediocres, han germinado efímeramente para extinguirse y desaparecer ignorados en el oculto e intrincado laberinto de los influyentes y firmes seguidores del darwinismo adaptativo.

Desde la perspectiva de lo señalado precedentemente, no parece del todo descabellada la espontanea estrategia implementada por la actual administración de desplazar las complejidades e insuficiencias de nuestra política exterior hacia el mercado; pues, en el Market Foreign Policy y su retail la vida se hace más simple, por lo menos en el corto plazo. De ésta forma, en la inmediatez, se reemplazan los temas de fondo por los de forma, se enfocan las prioridades en un número acotado de intereses concretos de escasa visibilidad, salvo para reducidos y exclusivos actores, y se deja plena libertad para que opere a sus anchas la mano invisible del darwinismo adaptativo y su optimismo frente a un medio ambiente regulado y estable carente de exigencias sustantivas, al extremo de hacer propio y sin cuestionamiento el slogan ¡Viva la Diferencia! como fundamento teórico de la política exterior con la región, en el entendido subyacente que cada actor internacional sólo prioriza su accionar motivado por intereses y aspiraciones económico/materiales transables en el Market Foreign Policy.

Pero, como sabemos, este mundo feliz ha sido brutalmente violentado, primero, por el resultado de las elecciones presidenciales y, luego, por la proximidad del fallo en el juicio limítrofe marítimo entre nuestro país y Perú; de allí, que se abra nuevamente un escenario explícito de mutaciones materializadas a través del nacimiento de opiniones discordantes respecto de la conducción y orientación de la política exterior chilena. Asimismo, esta ruptura del estado idílico de retail permanente, tiene dos particularidades que marcarán tanto el devenir como la capacidad ilimitada de adaptación en los actores históricamente triunfantes en dicho proceso adaptativo. En primer lugar, como resultado del cambio de ciclo político se fracturará la legitimidad de los equilibrios construidos al interior del Ministerio en cuestión durante la larga etapa de transición y consolidación democrática y, en segundo lugar, como resultado de la fractura referida, se explicitará el conflicto generacional subyacente en que las nuevas generaciones diplomáticas pugnan por liberar el camino hacia los espacios de conducción ministerial y de representación externa. Asimismo, la intensidad y profundidad de la ruptura de legitimidad como el conflicto generacional, estará fuertemente marcado por el resultado, para Chile, del fallo de la Corte Internacional de La Haya.

Más allá del eventual impacto en la estabilidad organizacional que pueda provocar el desarrollo de los procesos señalados, lo relevante es que abrirán un espacio potencial de modificaciones, cambios y/o renovación en el Ministerio de Relaciones Exteriores, posibilidad que no ha estado presente desde hace décadas como resultado de la insondable capacidad de adaptación ya referida.

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Foto: pslachevsky / Licencia CC

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