Durante el mes de septiembre de 1929, el periódico La Patria de Tacna celebraba los sentimientos de confraternidad y unión que de un lado y otro de la frontera compartían los gobiernos de Chile y Perú. Noventa días después de firmado el Tratado de Lima, los deseos de ciudadanía y hermandad rebosaban el horizonte de ambos países, bajo el propósito de poner fin a las viejas querellas, que por espacio de cincuenta años habían envuelto a la región en un ambiente de tensión e impaciencia.
Sin embargo, con el pasar de los años y generaciones, resentimientos y revanchas fueron pulsando el desarrollo de nuestro diario vivir, generándose altibajos en nuestra relación. Al igual que hoy, se apreciaba el fin de las enemistades y el cierre de los últimos altercados entre ambas naciones. Pasado el tiempo y viendo los resultados, cabe preguntarse; si el deseo de ambos Estados fue desarrollar una convivencia pacífica ¿Qué nos llevó a revivir revanchas años más tarde? ¿En qué fallamos? ¿Qué podemos aprender?
Hoy pareciera que los diversos gestos y declaraciones públicas que a nivel de gobierno se han desarrollado en Perú y Chile nos permiten dar el último suspiro luego de nuestra historia de discordias, pero ¿Es un último suspiro…o tal vez una simple exhalación para llevar un trabajo de largo aliento? Si bien hoy parece irrisorio hablar de un conflicto bélico entre ambos gobiernos, no resulta descabelladlo afirmar que la «tensión» se vivirá en niveles micro, en las relaciones cotidianas, en los puestos fronterizos, en los grupos vulnerables, en la violencia verbal, psicológica y simbólica que tenga como catalizador la visión de triunfalismo.
No obstante ¿Cómo hacer la paz? Al concluir las dos guerras mundiales surgió la impronta de hacer la paz universal, sin embargo no se sabía cómo hacerlo exactamente, es de esa forma que el tema tuvo que madurar con el paso de los años, hasta poder llegar a acciones concretas. Desde la visión que ha dado el trabajo en el Proyecto Por La Integración y la Cultura de la Paz, a nivel local, entre las ciudades de Tacna y Arica, existen posibilidades de ir llevando a cabo una agenda propia, pensando desde un mismo territorio.
Problemas como el tráfico de personas y drogas, los niveles de violencia intrafamiliar, las irregularidades migratorias y el acceso a servicios básicos son solamente algunos puntos que pueden ir marcando una agenda común entre ambas ciudades, empezándonos a pensar y planificar en conjunto. Asimismo deben considerarse aspectos comunes como insertar la temática de integración en el currículo escolar y universitario, resaltando y dando a conocer los hitos históricos que nos unen en lugar de los que nos separan, relatando las diversas historias familiares que integran a ambas ciudades, bajo un silencioso lazo de amistad y familiaridad que tiene muchas más voces e historias para contar que los cuatro años de conflicto, que han ido determinando nuestra identidad.
Al igual que hoy, se apreciaba el fin de las enemistades y el cierre de los últimos altercados entre ambas naciones. Pasado el tiempo y viendo los resultados, cabe preguntarse; si el deseo de ambos Estados fue desarrollar una convivencia pacífica ¿Qué nos llevó a revivir revanchas años más tarde? ¿En qué fallamos? ¿Qué podemos aprender?
Es momento entonces de empezar a hablar de paz e integración en serio, planificándonos y visualizándonos en un mismo territorio, que afronta los mismos problemas, donde exista compromiso gubernamental y ciudadano, en la búsqueda de una agenda de integración y hermandad profunda y sostenible.
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Foto: Wikimedia Commons
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jvillarroelpto
Se debe tener el ánimo de hacer crecer ambos países o las empresas que tienen intereses en los diferentes espacios. Los ciudadanos somos los únicos que perdemos cuando hay cosas como estas, porque se ponen de acuerdo las personas y nosotros quedamos mirando en la televisión como van pasando los eventos y no podemos hacer nada, aunque cuando nos afecten.