Lamentablemente, nuestras clases políticas son demasiado inmaduras para plantear por sí solas una nueva etapa en nuestras relaciones binacionales. En este punto es necesaria la participación de la sociedad civil para sacudir de sus vicios a nuestros gobiernos.
Francia y los territorios que ahora son parte de Alemania, estuvieron en guerra incluso antes de que Perú y Chile existieran como repúblicas. Sólo durante los años 1800 a 1945 (e incluso antes de este periodo), Francia y Alemania vivieron en permanente hostilidad, lo que desembocó en distintas conflagraciones como las guerras napoleónicas y la guerra franco-prusiana en el siglo XIX, o la primera y segunda guerra mundial en el siglo XX. Desde la primera de ellas, estas guerras estuvieron plagadas de acciones e hitos que generaron el resentimiento y fueron el combustible para una nueva acción bélica “reivindicatoria”: la anexión de Alsacia y Lorena por ambos bandos en diferentes períodos, la ocupación de las riberas del Rhin o la ocupación y posterior rendición de Alemania en Berlín, y de Francia en París en distintas épocas. Estos actos de ambos países fueron hechos para humillar al otro y afirmar su superioridad e influencia en la región europea. Francia y Alemania se veían como enemigos hereditarios e históricos, con los cuales no cabía solidaridad, simpatía o ayuda: su relación era un círculo vicioso de desconfianza y hostilidad.
Luego de la segunda guerra mundial y la total destrucción que ésta trajo para toda Europa, los gobiernos franceses y alemanes, conscientes que de continuar enemistados se generaría un nuevo conflicto y preocupados por otras amenazas en la región, decidieron trabajar en una agenda que los convirtiera de enemigos históricos a promotores del desarrollo y la unidad europea. La “declaración Schuman” pronunciada el 9 de mayo de 1950 por Robert Schuman, ministro francés de asuntos exteriores, y posteriormente la firma entre Alemania y Francia del tratado constitutivo de la comunidad europea del carbón y del acero el 18 de abril de 1951 (para la administración conjunta de estos recursos por los países firmantes), son reconocidas por la Unión Europea como el fin de la hostilidad franco-germana y como el primer paso hacia la integración europea.
Aunque la relación peruano-chilena también estuvo marcada por hitos negativos, no son peores de los que sufrieron Alemania o Francia. Si hacemos una comparación cronológica, la última bala en un conflicto bélico entre Perú y Chile fue disparada en 1883 y entre Francia y Alemania en 1945. Cinco años después de su último conflicto, los gobiernos de Francia y Alemania trabajaban el tema de la integración con medidas a hacerla real en el menor plazo posible y 131 años después de su último enfrentamiento, los gobernantes de Chile y Perú aun se miran con recelo, a pesar de las declaraciones públicas indicando lo contrario. Nuestros países tienen demasiados años perdidos en los que pudimos construir una verdadera unidad, en que debimos acabar con nuestro círculo vicioso de desconfianza y hostilidad para construir un nuevo círculo de amistad y confianza. Sería un error histórico que los gobiernos de ambas repúblicas no aprovechen el fallo de la Corte de la Haya como una oportunidad para generar una “declaración Schuman” o un gesto similar que termine con el recelo institucional de ambos estados, como ejemplo para la sociedad civil peruana y chilena. Si algo mostró de nuestras clases políticas el proceso que llevó a la sentencia del tribunal de justicia de La Haya, fue quiénes y por qué fomentan un espíritu belicista como forma de supervivencia política.
Lamentablemente nuestras clases políticas son demasiado inmaduras para plantear por sí solas una nueva etapa en nuestras relaciones binacionales. En este punto es necesaria la participación de la sociedad civil para sacudir de sus vicios a nuestros gobiernos. Se ha revelado en toda su crudeza que los culpables del atraso y olvido de Tacna y Arica no están entre los que pasan la frontera a diario, sino en los que habitan el palacio de gobierno en Lima, y el palacio de La Moneda en Santiago. Como ciudadanos debemos plantear una nueva agenda de desarrollo binacional y asegurarnos de que nuestras autoridades la incorporen a sus planes de trabajo. Recordemos que somos los y las ciudadanas los principales afectados con nuestros problemas en común: la trata de personas, el tráfico de drogas, la drogadicción, entre otros. Demostremos que esta es una frontera viva, que respira y late; no la ahoguemos con rencor, que crezca con la solidaridad entre los pueblos.
Por: Gonzalo Luna Chávez, equipo Tacna, Proyecto por la Integración y la Cultura de la Paz.
Comentarios
05 de febrero
Para Chile lo mejor es reforzar fuertemente a la poblacion chilena de Arica y de la region norte en general, apoyando economicamente la zona, incluso construyendo nuevas ciudades en vez de seguir expandiendo a fuerza las ya sobrepobladas (ya es hora de hacerlo y precisamente hacerlo en el norte) de forma que sean un polo de desarrollo que beneficie a nuestro pais, y que Peru haga lo suyo como esta haciendo con Tacna, pero cada cual por su lado. Porque no conviene a Chile tener tratos con un narcoEstado como Peru. Chile no se merece que le caigan los mismos flagelos que Peru (narcobancada en el congreso, terrorismo de grupos y de Estado activo, esclavitud, trafico de personas y trafico sexual, etc) por una supuesta buena relacion con un Estado que dedica años en difamarlo y buscar perjudicarlo. Las buenas intenciones no pueden hacernos ciegos ante lo que implica a Chile relacionarse con un pais como Peru, que se ha convertido en Michoacan y no hay el menor interes en poner un freno porque ¿para que hacerlo? Peru es el segundo exportador de cocaina en el mundo, un negocio de millones de dolares. Lo siento, ya tenemos suficientes problemas en Chile como para caer en el mismo saco que Peru.
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