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India: desafíos a la sustentabilidad

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En Kerala, sureño Estado indiano de 40 millones de personas, la exuberancia desconcierta. Selvas y playas tropicales animan la rica y única biodiversidad. Los backwaters (remansos) unen fluvialmente aldeas aún ancladas en modos de vida por nosotros olvidados. Olores nuevos e intensos. Una fiesta inigualable de colores y el inmenso eco del ruido. Hombres que caminan tomados de la mano. El grácil movimiento de la cabeza indiano que manifiesta buenas emociones. Mucha pero mucha gente apiñada en todos los lugares.

Ahí co-existen sabidurías como el budismo, el yinaismo, el cristianismo nestoriano, el shivaismo –del hinduismo-. En 1498, en busca de especias, arribó a sus costas el navegante portugués Vasco de Gama. Y en 1957, en Kerala fue electo democráticamente el primer gobierno comunista en  el mundo, quienes hasta hoy se suceden en la oposición o en la gestión del Estado, marcando una impronta singular en el país: plena alfabetización, alta escolaridad y esperanzas de vida sobre los 70 años. 

En Kerala, por un lado, se vive para acudir a los templos, y, por otro, están volcados a lo global con su industria de turismo de intereses especiales, amén de exportar inteligencia y mano de obra educada a los países árabes y Europa.

En pocos años han llegado masivamente los jeans, los autos, la tecnología, el plástico y la comida chatarra, animado por una publicidad omnipresente. Todo edificio (salvo los templos) y ruta terrestre o fluvial están saturados de una invitación a consumir calcada al marketing occidental, aunque con bellos rostros indios. Igual que los chinos, crecen a tasas del 8 al 10%. Y como solo India bordea los 1.200 millones de personas en una superficie menor a la mitad del Brasil, la pregunta que allá y acá se hacen quienes proyectan el futuro planetario es si la Tierra resistirá una incorporación en masa al modo de vida ambientalmente depredador y consumista de occidente.

El punto no es trivial. Lo que uno ve en la superficie es que se expanden los negocios y la búsqueda de ganancias en cualquier cosa y relación. En el turismo, por ejemplo, agobia el regateo permanente ante precios que en una primera oferta aspiran a un margen extraordinario. Ante Internet y la TV global, reaccionan confundidos. Son líderes en informática, pero fiscalizan la comercialización de conexiones y los contenidos. Los spot insinúan sexo y cuerpos para aumentar las ventas, pero es censurada toda mala palabra mediante un pitito y se evitan incluso los besos. 

El crecimiento económico ha contaminado con químicos a más de un tercio del río Ganges. La basura y el plástico en las calles son una presencia irritante, fruto del  hábito de tirar todo al suelo (y esa basura exterior contrasta con la limpieza inmaculada al interior de sus casas). En pocos años la entrada frenética de motores ha colapsado ciudades y rutas. Es inenarrable el tráfico de autos, taxis, motos, buses y camiones que a bocina y caos se desplazan junto a personas, bicicletas y animales, siempre en calles saturadas, como si fuera un delirante videogame. En mi estadía, precisamente estas malas noticias ambientales eran informadas en tono de crisis.

Claro que desde el gobierno (y China hace lo propio) han empezado con paciencia oriental a re-diseñar ambientalmente sus procesos productivos y energéticos. Las nuevas generaciones son sensibles al emergente discurso ecologista y basta conversar con gente de sensibilidad anti-asimilación acrítica del occidente moderno para sentir la enorme herencia moral e intelectual de Gandhi. 

¿Qué pasará con estas tensiones? Difícil augurio. Para Hervé Kempf, periodista francés de Le Monde, en India “tienen ganas de consumir más, de tener autos más potentes, porque miran en la TV cómo viven los estadounidenses y los europeos… (Pero allá) el crecimiento no durará mucho tiempo… Es demasiado violento, en lo ecológico y social. Se producirán profundos movimientos de transformación. Sin embargo, a ellos les será menos difícil ir hacia un modelo de sociedad que consuma poco materialmente. Los habitantes de los países ricos padeceremos más ese proceso, porque hemos perdido la costumbre de la sobriedad”.

El teólogo Thomas Berry constató una diferencia central entre oriente y el occidente moderno. Allá es la cuna del Yoga del oriente: la más profunda meditación y conocimiento de la interioridad, de la conciencia, del espíritu. Acá, la modernidad evolucionó hacía lo que Berry llamó el “Yoga” de occidente: la ciencia, el más profundo conocimiento del mundo exterior, material y orgánico. En otra distancia, en India no se diferencia a cabalidad –y menos se disocia- entre la espiritualidad –la religión, el hinduismo- y los asuntos mundanos. Su espiritualidad está presente en el vivir cotidiano. Esto se experiencia en dos actos de conciencia fundamentales. Uno, no hay miedo a la muerte, pues tienen fe en la re-encarnación y eso es sinónimo de íntimo sosiego. Y dos, actúa un límite ético poderoso al obrar mal, que es la profunda convicción en la Ley del Karma: “sé responsable de tus actos, pues activan una vital cadena de efectos”.

Una disociación que compartimos ambos mundo, es entre el adentro y el afuera, aunque invertida. Tal vez esto explica su relación con la basura exterior, que se tolera de una forma incomprensible a nuestros ojos, así como se esmeran en la limpieza interior de las casas y de ellos mismos. Mientras, al menos en el occidente europeo, hay propensión a una esmerada limpieza en el exterior, soslayando a veces nuestros cuerpos y espacios interiores.

Sobre la cartesiana diferencia entre mente y cuerpo, que mutó a disociación, se erigió la medicina alópata moderna, que concibió al cuerpo como una máquina y, vía experimentación, obtuvo logros inéditos en la historia: reparar órganos y cuerpos y evitar contagios y epidemias. Permitió aumentar las esperanzas de vida y un lidiar con la muerte, a la que tanto tememos. Hoy la misma ciencia occidental reconoce que la red sistémica entre mente y cuerpo es sólida y tenue. Por eso, hoy la medicina allá y acá está cambiando al ritmo de la emergencia del pluralismo médico. Precisamente por esa brecha de saber (la disociación mente y cuerpo) entraron a occidente sabidurías milenarias como el Ayurveda (y la Acupuntura China). Ayurveda significa ciencia de la vida, igual que nuestra Biología; pero ella siempre ha integrado cuerpo y mente. El nacionalismo indio del siglo XX revalorizó esta medicina ancestral, en un gesto político identitario, hasta institucionalizar su enseñanza en universidades y desde los sesenta iniciar su expansión al mundo.

Hoy en India es común la co-existencia de hospitales alópatas modernos y hospitales ayurvedicos, en una incipiente y complementaria división del trabajo. En lo más obvio: “yo, paciente, si me accidento, no dudo en ir al primero y si quiero prevenir voy al segundo”. Además, es una industria farmacéutica y turística: todo hotel ofrece salud ayurvedica a occidentales ávidos de otras técnicas y sabidurías de sanación, más allá de lo que a veces es un simple acto más de oferta y consumo, con sus engaños asociados.

En fin, una experiencia Kerala. Otro y el mismo mundo la India. Post viaje, intuyo que en el futuro planetario un desafío clave será cómo se encuentran, se des-encuentran, se reconcilian, se superan a sí mismos en fusión o hibrídaje ambos “Yogas”: el de oriente y el de occidente. O dicho de otra manera: del cruce entre el ensimismamiento individual propio del oriente y la extroversión occidental, podría emerger la germinal síntesis ecológica que como humanidad necesitamos para dotarnos de continuidad.

* www.hernandinamarca.cl

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Foto: seema K KLicencia CC

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natania martinez

09 de abril

esta muy chida esta paguina y me sisbio mucho

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