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Mitos político-técnicos del SIMCE

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El día martes 3 de junio, «El Principito» dejó una carta en el Ministerio de Educación pidiendo un Alto al SIMCE. Lo hizo con el respaldo de más de 300 líderes intelectuales, políticos, estudiantiles y sociales, incluyendo docentes, académicos e investigadores.

El SIMCE es un escollo que se opone a toda la idea de la educación como derecho, y es más bien el motor de la mercantilización de la educación. Por ello, el ministro no debiese despreciar al SIMCE si es que la reforma que propone verdaderamente busca que la educación sea un derecho en Chile. Sin embargo, persisten en el debate ciertos mitos, tanto políticos como técnicos, en torno al SIMCE. Aclaremos algunos.


Basar las políticas educativas en mitos no ayuda al mejoramiento de los aprendizajes de niños y niñas. Mantener un sistema como el SIMCE, que presiona a las comunidades educativas en base a estos mitos, tampoco ayuda a superar el modelo mercantilizado de educación que tenemos.

Mito 1: El SIMCE mide la calidad. Como indica un reciente estudio, no hay ninguna definición de «calidad» que permita afirmar que el SIMCE mida la calidad. En un país donde se puede comprar en el mercado un metro de alambre en una ferretería y asignarle precio por metro, es lógico que se pretenda poner precio a la educación si la idea es mercantilizarla.

El SIMCE viene engañosamente a ponerle precio al “metro de calidad educativa”, y de paso lleva a concluir que de eso se trata la calidad de la educación. Algunos defensores del SIMCE señalan que aun así el SIMCE es un indicador de calidad, pero el país no ha debatido democráticamente el sentido ni el significado de «calidad» educativa. A pesar de ello, la clase política y la prensa sensacionalista ha estimado erróneamente que el SIMCE mide la calidad de la educación de forma objetiva. Un mito profundo que ya cae en la irresponsabilidad política.

Mito 2: El problema son los usos del SIMCE. Cuando suele presentarse al SIMCE como un problema, una reacción común es naturalizar las pruebas estandarizadas como sistemas neutrales de medición de aprendizajes. Así, hay quienes confían en el SIMCE solo por sus capacidades de ofrecer comparaciones entre escuelas (o sea, competencia) y desestiman la naturaleza ideológica de la motivación y el contenido de los estándares que estimulan el diseño de las pruebas.

En la historia global de los estándares en educación, es reconocible que el origen y motivación de la estandarización es el proceso de orientación al mercado que impulsaron los grandes conglomerados empresariales conservadores con el fin de  fabricar una crisis en la educación pública y justificar así su privatización. Así surgió el seductor movimiento por los estándares en educación. Los estándares, así concebidos, introducen el lenguaje empresarial en los procesos educativos, y además presionan a gobiernos y estados a adoptar modelos de responsabilización por resultados de la escolaridad (accountability), de tal forma que se cree un marco que facilite la privatización de la educación. El SIMCE se inscribe en esta tendencia mundial a la mercantilización de la educación, particularmente enérgica durante los gobiernos de la Concertación.

Los usos de una prueba estandarizada serán siempre coherentes con la naturaleza competitiva que ofrece la creación de estándares, y particularmente con la orientación hacia la mercantilización de la educación. Así, la prueba nacional estandarizada como el SIMCE es naturalmente indisociable del proceso privatización de la educación y su comprensión como bien de consumo.

Mito 3: el SIMCE perdió su sentido pedagógico original. Este es un mito recurrente entre quienes buscan realizar ajustes técnicos a la medición justificando que el problema son los usos del SIMCE. Pero es un mito. El SIMCE nace como un estímulo a la organización del mercado educativo neoliberal que comenzara a implementar la dictadura. En este sentido, bien vale resaltar su origen político más que su justificación pedagógica posterior. Ya en 1983, cinco años antes de implementarse el SIMCE, el ministro de educación de la dictadura entre 1978 y 1982, Alfredo Prieto Bafalluy, escribía sobre la “modernización educacional”, o la instalación del neoliberalismo en el ámbito educativo, resaltando la carencia de un sistema como el SIMCE.

Su cita dice: “La falta de la prueba a que me he referido dejaría al sistema educacional que se ha diseñado sin una de las principales herramientas para hacer efectivas, reales y operativas el resto de las medidas que conforman la modernización educacional. Una vez más vemos la coherencia de la modernización educacional” (La modernización Educacional, 1983, p. 98).

Por la eufemística “modernización” debemos entender la transición del Estado hacia la entente subsidiaria que ha mercantilizado los derechos: el Estado neoliberal. El SIMCE fue desde su origen un instrumento de la política de transformaciones neoliberales de la dictadura cívico militar. La justificación del SIMCE como instrumento pedagógico es más bien un artificio del consenso de la transición, que en gran medida podría explicar cómo fue que la Concertación le dio tanto valor a la medición como estructurante del mercado, vía publicación de resultados por escuelas (Frei 1995) o mediante los incentivos y sanciones asociados a la ley de subvención escolar preferencial y al sistema nacional de evaluación del desempeño docente, además de las normativas contenidas en la ley de aseguramiento de la calidad de la educación.

El SIMCE siempre fue un orientador de mercado, y, por lo tanto, ha mantenido su sentido original, que nunca fue pedagógico.

Mito 4: El SIMCE es una evaluación. Falso. Asumir este mito sería análogo a decir que la calidad de una construcción puede evaluarse sólo sabiendo el ancho de las puertas. La evaluación es un proceso de juicio valórico (cualitativo) que implica un conjunto complejo de variables y percepciones que requieren un compromiso intelectual intenso. En ese sentido, la estimación numérica de un juicio de valor es un reduccionismo que requiere una multiplicidad de justificaciones que están débilmente articuladas en el SIMCE, por lo que siempre han resultado poco atractivas como guía pedagógica.

El SIMCE, como sistema de «medición» de la «calidad» de la educación contiene supuestos y definiciones inadecuadas que lo invalidan como evaluación. De hecho, como ya mencionábamos, los 17 propósitos declarados del SIMCE no existe una definición ni justificación de «calidad». Menos aún existe una capacidad de articulación de SIMCE el proceso pedagógico, dado que la información contenida se entrega posteriormente al curso evaluado, y con ello se hace imposible vincularlo como evaluación del desempeño. Ello explica que finalmente la mayor vinculación pedagógica sea el entrenamiento monótono y estresante para las pruebas. Considerar que es SIMCE es una «evaluación» de los aprendizajes es un calificativo muy generoso, y absolutamente inadecuado. El SIMCE no es una evaluación.

Mito 5: El SIMCE es necesario para saber lo que pasa en las escuelas. Este mito se relaciona con la idea errada de que las escuelas son una “caja negra”. Es fundamentalmente defendido por aquellos cuya formación y profesión se aleja de la educación entendida como relaciones entre sujetos, y más bien se acerca a la educación como sistemas de datos numéricos neutralizados, u “objetivos”. Los expertos data-driven, o defensores de una mal entendida “evidencia empírica”, han ganado espacios para dirigir la política educativa, perdiendo las dimensiones humanas de los espacios educativos.

Debemos entender que hay todo un conjunto creativo capaz de comprender y reflejar lo que pasa en las escuelas más allá del fetichismo numérico que produce el SIMCE. Podemos saber lo que pasa en las escuelas sin usar el SIMCE. Para ello debemos salirnos un poco de la burbuja competitiva y estandarizadora y reconocer que hay otras formas de entender la educación, y por lo tanto otras formas de saber que puede ser pedagógicamente útil. En ello los investigadores educativos son un elemento clave que podría dar más luces que las que hoy tenemos en torno a las escuelas y sus procesos.

Basar las políticas educativas en mitos no ayuda al mejoramiento de los aprendizajes de niños y niñas. Mantener un sistema como el SIMCE, que presiona a las comunidades educativas en base a estos mitos, tampoco ayuda a superar el modelo mercantilizado de educación que tenemos. Decir un Alto Al SIMCE implica dejar atrás los mitos que se han construido para sostener ideológicamente este modelo competitivo, incluyendo los mitos que sostienen al SIMCE.

Es tarea democrática la de proponer un nuevo sistema de evaluación escolar, que utilice la evidencia científica y la experticia técnica con todas sus limitaciones actuales, pero que la combine con una política educativa que no promueva nunca más la educación como un bien de consumo.

TAGS: #SIMCE

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Comentarios

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Juan Pedro

09 de junio

Interesante, pero mentiroso y erróneo. Además, tu adorada educación finlandesa y nórdica se mide por el PISA, no?? Y la de Singapur y Cuba también, cierto??

Toda esta diatriba no es sino flojera, y algo de moda también.

09 de junio

Tu comentario solo propone calificativos sin explicar o estimular un debate sobre lo argumentos. Además señala cosas que yo jamás he dicho (como las «adoraciones» a las que te refieres).
Te sugiero comentar con razón a los argumentos.

Saludos.

11 de junio

Lo mejor del comentario es la firma:

Una palabra complicada. Así, toda la falta de argumentación y la descalificación mediocre adquiere mucho más peso.

Vilma Susan

09 de junio

Muy de acuerdo..pero le gente que crea estos sistemas…jamás han trabajado en un aula….los procesos de los alumnos no se miden en un día…. te lo digo como profesora!!!

Osvaldo

14 de octubre

La forma de expresar tus ideas diciendo mito 1, mito 2 es de presentar evidencia que desvalida los mitos, por eso les llamas mitos (creencias falsas o erróneas). Tu, en cambio, presentas un discurso basado netamente en un sentir negativo frente al Simce.

Esta bien el discurso negativo, entiendo que no le tengas confianza a las pruebas, eso es un sentimiento relativamente normal. Pero echarle la culpa del problema de educación a un instrumento, creo que no ayuda. De hecho todos los países que sabemos que tienen buena educación, lo sabemos por el desempeño de las pruebas.

Según tu punto de vista, podríamos eliminar el Simce y por decreto decir que tenemos buena educación, eso si que estaría bueno.

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