A lo largo de nuestra historia, en Chile han sido múltiples las ocasiones en las cuales la juventud ha tenido un rol convocante en los más diversos movimientos sociales y procesos políticos.
No es casualidad que desde el momento en que el conjunto de la juventud se alzara como un actor político dentro de la sociedad, con demandas propias y organizada en las más diversas expresiones, esta haya tenido un rol central en el levantamiento y construcción de espacios cuya finalidad ha sido siempre la organización del malestar popular con miras a generar cambios sustanciales en la sociedad postdictatorial. Es así que desde el retorno de la democracia en Chile, la gran mayoría de los movimientos sociales ha contado con presencia de la juventud.
La revolución pinguina, el movimiento estudiantil del 2011, las protestas levantadas en Aysén, la lucha contra la crisis medioambiental en Freirina, y más recientemente la organización de mujeres en contra de la violencia patriarcal, el apoyo a las demandas de la comunidad LGTBI+, el rechazo al TPP11 y las jornadas de protestas masivas en contra del asesinato de Camilo Catrillanca, por nombrar solo algunos, han logrado tener una fuerte presencia juvenil que no solo ha dado paso a la instauración de determinadas demandas en la agenda pública, sino también en la construcción de una identidad que, aunque a veces se vuelve difusa y compleja de entender, contribuye a la caracterización que hoy esta asumiendo una parte importante de la juventud: ser un actor político dentro de las sociedades que permita empujar cambios en estas.
Ahora, si bien es cierto, la juventud no logra comportarse de la misma manera en todos los espacios. Mientras secundarios, universitarios y jóvenes trabajadores desbordan avenidas completas exigiendo cambios estructurales a las autoridades, cosechando éxitos que se transforman en ganadas concretas, pareciera que una parte importante de la juventud toma distancia de los espacios institucionales de poder y se resta de participar de procesos electorales. De hecho, sin ir más lejos, la abstención de la juventud (personas entre 18 a 29 años) en la última elección presidencial bordeo, según datos entregados por el Servel, el 70% del padrón y todo pareciera que esta tendencia iría en ascenso.
Y acá esta el centro del problema. La juventud necesariamente debe entender que la disputa por la transformación política y social de una sociedad no debe agotarse meramente en los espacios en los cuales exista una identidad propia y que nos son cómodos, como son los liceos, las universidades, los lugares de trabajo o la calle misma, sino que también se nos hace una necesidad la disputa de espacios institucionales de poder y que bajo las reglas de una democracia representativa, son los lugares que nos permiten concretizar las demandas previamente planteadas.Se nos hace una necesidad la disputa de espacios institucionales de poder y que bajo las reglas de una democracia representativa, son los lugares que nos permiten concretizar las demandas previamente planteadas.
Es cierto que hoy la política institucional es cada vez un cuerpo menos convocante para la juventud. Un espacio que a todas luces se ha ido distanciando de la sociedad desde el golpe militar. Si bien, esto se debe en parte a la destrucción del tejido social hecho por la dictadura militar, que posibilitó que gran parte de la sociedad chilena avanzara hacia la despolitización, utilizando el terror de Estado y el bombardeo constante de los disvalores neoliberales, los casos de corrupción, nepotismo, tráfico de influencias y el financiamiento irregular de la política han contribuido a rebalsar el vaso de la indignación ciudadana y el desprestigio que ha adquirido la actividad política institucional.
En momentos en los cuales las frágiles democracias de la región muestran síntomas de agotamiento, provocados por la crisis que atraviesa el capitalismo a escala global, sumando a esto el desinterés de la ciudadanía por la democracia, la llegada de discursos de odio que amenazan a los sectores históricamente marginados e invisibilizados y la llegada de líderes populistas y despóticos, son elementos suficientes para que la juventud política, que ha demostrado a lo largo de décadas tener la capacidad de poder organizarse, asuma la responsabilidad histórica que posee en sus hombros y comience a asumir tareas inmediatas.
La primera y la más urgente para el período es la construcción de una unidad opositora al gobierno del empresariado, en la cual sean las semajanzas las determinantes y no las naturales diferencias que podamos presentar como juventud, las que nos permita llegar a grandes acuerdos que se dispongan a la superación del actual modelo económico y político instaurado en Chile. Además, avanzar en la configuración de una identidad propia que nos posibilite la edificación de una agenda en común, en la cual seamos nosotros y nosotras quienes pongamos los temas que consideremos importantes para el período sobre la mesa, impidiendo que sea el ejecutivo quien nos pautee y controle nuestros tiempos.
Comentarios