Los protestantes españoles de Puerta del Sol levantaron su campamento hace unos días. Llevaban casi un mes manifestando su indignación contra un modelo que ya les parecía repulsivo cuando funcionaba, y mucho más ahora que está en crisis.
Como acá en Chile tenemos mucha gente inteligente que quiere dar a conocer su erudición, pronto nos enteramos de que un francés de apellido Hessel, con más de 90 años a cuestas, había escrito un libro / panfleto que se llama precisamente así: Indignaos, y que era necesario ubicar ese libro como causa necesaria y suficiente de lo de Madrid, y vincular además ese descontento con el de la primavera en Medio Oriente y el de los opositores a HidroAysén. Como en un chiste contado por un preadolescente, habría entonces algo en común entre un rebelde a Gadafi en Libia, un desocupado en España y un joven chileno dispuesto a luchar por la pervivencia del Río Baker. Una vez contestada la adivinanza descrita, viene la invocación –nunca en vano– de las mentadas redes sociales, porque ahora todo está conectado, y, si alcanza la saliva, alguna mención a favor o en contra del fin de la historia, la globalización, los intereses estadounidenses y la familia Matte.
Porque la crónica desigualdad chilena es un polvorín que tarde o temprano va a estallar, y las clases medias, cómo olvidarlo, han accedido al valor simbólico del consumo y, aventados por esa fuerza, vienen a exigir su porción de poder. Si se quiere hacerla de oro se puede concluir que el espacio público está comenzando a ser utilizado nuevamente, porque esta nueva generación no tiene los complejos de aquellas signadas por la dictadura y que las tradicionales fuerzas políticas ya no son capaces de canalizar ese descontento, con todas las consecuencias que esto tiene para el sistema democrático y la resolución de nuestra matriz energética, un tema que nos exige una mirada de futuro, en las antípodas de la política de corto plazo, sin que por afirmar aquello desdeñemos la política, que es precisamente lo que le ha faltado a este gobierno, tal y como al progresismo le hace falta renovación en sus liderazgos.
Yo mismo me sorprendo pregonando cantinelas como estas en salas de clases, asados, cumpleaños, entretiempos de partidos de fútbol y desde luego que en el Café Haití. Es probable que esté de acuerdo con la mayoría de ellas, pero de un tiempo a esta parte me molesta mi propia convicción a la hora de defender estas abstracciones. A fuerza de sentido y lugares comunes, se pierde rápida e imperceptiblemente la capacidad de dudar, que es mucho más importante que la de indignarse. Al ideal del joven comprometido y luchador, quisiera uno oponer el de uno que muchas veces responde “no sé”, que está mucho más preocupado de escuchar y que toda evidencia lo hace detenerse, descreer, poner en tela de juicio, preguntarse nuevamente, partir de nuevo, derrapar, volver a leer, callarse y dudar. Un contemporáneo que se esfuerce por llegar a la mejor interpretación posible del argumento contrario, lo mastique y lo devuelva digerido.
El reportaje de Informe Especial sobre la muerte de Salvador Allende se llamaba “La duda”. Su hija Isabel se indignó con él, porque no soportó la duda sobre una cuestión que define su biografía. La mejor película sobre sacerdotes pedófilos que he visto jamás se llama “La duda”, y a comecuras y católicos les molesta por igual, porque no es posible comprobar nada: queda la duda. El diccionario del que duda es un libro mucho más interesante que el Indignaos, pero no se encuentra en casi ninguna librería de Santiago. Una amiga me contaba el otro día que dudó entre doblar o no por una calle mientras manejaba, y se ganó los más extraordinarios insultos de los otros conductores: en la calle no es bien visto dudar.
Me hubiese encantado que Rodrigo Hinzpeter hubiera dicho lo que en verdad le pasaba con las bombas lacrimógenas: al parecer son dañinas, pero no quiero dejar a Carabineros sin armas disuasivas, porque tengo dudas. En vez de eso, afirmó virulenta e indignadamente dos cosas opuestas con un par de días de diferencia. El presidente Piñera no vuelve de sus vacaciones lleno de preguntas ante un clima social del que no tiene la menor idea, sino que listo y dispuesto a dar indignadísimas órdenes: se acabó el twitter para los Ministros, agéndenme un par de entrevistas largas en los diarios del domingo, un almuerzo con los presidentes de los partidos y sigamos adelante, con el timón firme y de frente a las balas, que me han votado para tomar decisiones, no para dudar. Y ni qué pensar que el intendente de Santiago diga que está en la duda con la preemergencia, porque el modelo predictivo no es confiable. A Bachelet la criticaron con dureza porque dijo que estaba en la duda de implementar altiro el Transantiago, y miren nada más.
Quisiera oponer a la masa de indignados una masa de dudosos. El otro día una persona en la que confío, inteligente y bien intencionada, me juró de guata que Juan Carlos Eichholz era un tipo con carisma y capaz de enseñarte a ser un líder, y mi mejor amigo, recién llegado de dos años estudiando energías renovables en Londres, me aseguró que HidroAysén era necesario. Me gustaría mucho poder dudar. Hoy se cumplen 25 años de la muerte de Jorge Luis Borges, quien le dijo alguna vez al poeta Diego Maquieira: “Yo prefiero la búsqueda a la verdad, porque la verdad puede ser una miseria”, y luego le propuso escribir un graffiti en las iglesias de Chile: “La duda es importante”. Diego aún no lo ha hecho; la tarea está pendiente.
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Foto: (F)oxymoron / Licencia CC
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