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Estudiar una carrera: El sentido competitivo del aprendizaje

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Lo escuché hace algunos días.  A mi hermano, quien vive en la ruralidad de Rancagua. Conversando sobre expectativas de vida apuntó sobre un concepto que nunca había llamado mi atención. Es el que alude a la formación profesional de las personas: la carrera.  Sea esta técnica o universitaria.

En días de resignificación conceptual, últimamente gracias a las demandas por años impulsadas por los movimientos feminista y de derechos humanos, no es baladí revisar las formas utilizadas para vincularse con todo aquello que está allá afuera.  Sea en nuestras relaciones sociales o con el mundo natural.  Porque, como bien se sabe, las palabras construyen (y muchas veces también destruyen) realidad.

La discriminación actúa muchas veces en aquel ignoto terreno que es el del lenguaje. Igual el racismo, la intolerancia y tantas formas de violencia simbólica que imponen las culturas dominantes.  Hegemonías que se resisten a la transformación social, porque el statu quo les es propicio. Son los conservadores que prefieren cambios graduales a drásticos, incluso a pesar de la urgencia.  O el diálogo consensuado, porque saben que avanzar solo en lo que todos estemos de acuerdo les dará derecho a veto en temas fundamentales.  Porque, para qué estamos con cosas, los cambios los impulsan y producen los disconformes.

En esto, entender que las palabras son una construcción colectiva y no una verdad revelada es necesario.  Y como tales, dependen del acuerdo.

Así, chacrear como noción crítica de un proceso que habría echado a perder, se desorganizó, es sintomático de una visión que ve la chacra como algo no deseado.  Como si la producción para el autoconsumo no fuera aspirable, al contrario del monocultivo de la producción industrial. Desentendiéndose así de que la naturaleza lo que más tiene es diversidad.  Basta observar un bosque.

Son la lógica e ideología atadas a frases como “matar dos pájaro de un tiro” o “valer callampa, que mucho dicen de la relación humana con el mundo natural.

¿Es la ruta del estudio una competencia?  ¿No puede ser mejor un proceso de colaboración, complementariedad?  ¿Es un camino predefinido, en circunstancias que también podría basarse en una búsqueda en el amplio espectro de posibilidades del conocimiento?

Y así llegamos a las carreras.  Algún sentido debe tener en el ámbito de la competencia y la rapidez, ya que las carreras no se corren solas como tampoco son para los lentos.  Buscando la etimología, relación tiene también con la palabra “curso”, seguir un ruta delimitada.

¿Es la ruta del estudio una competencia?  ¿No puede ser mejor un proceso de colaboración, complementariedad?  ¿Es un camino predefinido, en circunstancias que también podría basarse en una búsqueda en el amplio espectro de posibilidades del conocimiento?

Las opciones de organización social son ilimitadas y la que hoy vivimos es fruto de la evolución biológica y social, pero a la vez de decisiones tomadas.  En este caso en particular no es la idea eliminar la rivalidad, inmanente al ser humano, solo ecualizar de forma distinta nuestras valoraciones. ¿Por qué? Por los desafíos ecosistémicos y sociales de la actualidad.

Aunque a muchos suene a extremismo semántico, ser conscientes de la carga de lo que decimos, escribimos, pensamos, es muestra de un avance en términos de construcción de ciudadanía crítica.  Las relaciones sociales se levantan sobre simbolismos y muchas situaciones complejas del mundo real se sustentan en problemas de comunicación y sentido.  Algo que hace rato ya saben periodistas, abogados, diplomáticos y políticos, y que siempre será bueno que sea una idea asimilada por muchos y muchas más.

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1 Comentario

solopol

solopol

«Avances graduales» entendido como «avances debiles», o mejor, como «avances mariconcitos», es un tipo de construcción semántica. «Gradualismo» = «cobardía, ser medio trans», «diálogo consensuado» = «ceder al enemigo, rendirse, claudicar», etc.

Un ejemplo de avance choro, comprometido, se dio a fines de los años 60 y principios de los años 70. Resultado: todos los que gozaban de educación universitaria gratuita se graduaron, y las nuevas generaciones quedamos pagando el crédito universitario, CAE, etc. Los que gozaban de salud pública ahora pagan, y pagamos todos, salud privada. Los «avances graduales»resultaron ser más contundentes y espesos que los «cambios drásticos». Hoy día «gozamos» de todos esos choros avances. Pagamos todos por igual educación, salud, carreteras, lo que haya.

Entonces cuidado con atribuir eternamente al dialogo y a la moderacion una caracteristica como de viejo facho que lee El Mercurio. También es ir contra la corriente contradecir este status «sagrado» que tiene lo revolucionario, lo comprometido, politizado, etc. Y harto que cuesta.

En el resto de la columna: totalmente de acuerdo. La pregunta es por qué la gente tiene que ser inteligente o capaz para tener una vida digna. Acaso en Alemania el más pánfilo no tiene una vida decente, sin tener que haber tenido la suerte de nacer con una mente de primera. Porque tal como se plantea la «meritocracia», hay que tener un cerebro de lujo para poder vivir como la gente.

Saludos