Se señala, que América latina, pese a su “progreso democrático”, “estabilidad macroeconómica” y “crecimiento vigoroso” no ha podido aún eliminar las disparidades sociales. Frente a esta comprensión, surge la necesidad de ofrecer una mirada anterior, reflexionar acerca del lugar desde donde se plantea.
Da la impresión de que no existe un reconocimiento, explícito al menos, de ciertos aspectos, propios de la naturaleza humana, que están involucrados en todos los fenómenos de la convivencia local, nacional y global.
La mirada desde la que, hasta ahora, se han implementado las políticas de desarrollo económico, cultural, social -y sus correspondientes políticas específicas en educación, salud, servicios, medio ambiente, justicia, drogas, etcétera-, ha considerado un eje fundamentalmente materialista de la existencia humana, y desde allí, resulta inevitable que se produzca desequilibrio.
Desequilibrio que, además, se traduce en el incumplimiento de los objetivos que persiguen estas políticas, en tanto la manera empleada para enfrentar el problema no incluye de lo esencial. Los programas fracasan, y se desencadenan nuevas problemáticas, cada vez más graves, más complejas, más difíciles de abordar.
Efectivamente hay más riqueza material, tenemos más y mejores servicios e infraestructura: conectividad, tecnología, desarrollo de las comunicaciones, son áreas que muestran niveles significativos de evolución. Sin embargo, en aquellos aspectos, en los que no basta con tener más recursos de ese plano el fracaso es tremendo: modelos de educación obsoletos, problemas graves en la salud de las personas, en la convivencia social, delincuencia, pobreza, marginación, discriminación, adicciones, tráfico de drogas… Muestras concretas de que algo está fallando. Además, la distribución de la riqueza material, evidencia graves perversiones. No ha sido posible establecer el eje de lo justo.
Y es que el ser humano, para poder establecer una mirada justa y equilibrada en la administración de la riqueza, -para instalarse y organizar la vida en el planeta-, debe intervenir la categoría de observación que establece, debe desarrollar la calidad del contacto con la realidad, su capacidad de percibirla y dar cuenta de ella. Los objetivos y metas, las necesidades a satisfacer, no pueden seguir desconociendo esa otra naturaleza, distinta a la material, de nuestro funcionamiento: la naturaleza esencial del ser humano.
Es urgente que los líderes, actuales responsables de generar respuestas a estos desafíos, re-creen su comprensión de ser humano, enriquezcan su percepción, su propia capacidad de establecer contacto con la realidad. Se debe incorporar nuevas perspectivas, deben dar ese salto en la categoría de sus observaciones, incorporar los elementos que la neurociencia y la física moderna ya han declarado: la presencia de otro plano, distinto del material, donde la unión entre todos los seres, y la interdependencia con el planeta que habitamos, con el universo, con el todo, es un hecho.
Si los responsables acceden a experiencias donde esta declaración es constatada en sus propias vidas, brotará un nuevo lenguaje, una nueva manera de aproximarse, una nueva manera de definir y de medir los desarrollos, que les permitirá incluso, poner en tela de juicio, o al menos replantearse afirmaciones como: “progreso democrático”, “estabilidad macroeconómica” y “vigoroso crecimiento” de los últimos años de América Latina, pues quedará claro que no existe en realidad tal progreso democrático, ni tal estabilidad, ni tal vigoroso crecimiento, mientras no se experimente un real bienestar humano, compartido, común en ese plano esencial.
Y ese bienestar no se sacia con una distribución “equitativa” de la riqueza material.
Recrear, de una manera inteligente, el modo de proponer desarrollos, para América Latina, es un desafío, e implica una seria y profunda re-visión para re-crear la definición de Desarrollo Humano, la que vamos a emplear para abordar los distintos temas, globales y específicos, que, desde esta nueva mirada, broten como los relevantes y urgentes.
Sería muy interesante que el modo de aproximarse a las soluciones se enriqueciese, que la articulación entre las partes ya fuese distinta, que se generase una matriz superior en integración, que la integración fuese un acto inteligente, que trascienda, de manera efectiva, los intereses políticos.
Que este modo de aproximarse a proponer desarrollos encarnase en sí mismo un desarrollo, un modelo superior y enriquecido, capaz de establecer una mirada distinta, de otro plano, de mayor jerarquía, del todo y cada parte.
Una vez constatado este desarrollo en la mirada, surgirá algo distinto, dentro de una misma órbita o lógica comprensiva. Será posible reconocer otras riquezas que también están presentes, que son reales, y que hoy se rechazan o no están consideradas entre los recursos y oportunidades que tenemos en nuestros territorios y que forman parte de nuestra cultura, seremos capaces de agradecer con más propiedad y certeza los logros ya alcanzados, nuestra historia, nuestros orígenes, será posible además, en este nuevo escenario, distinguir necesidades reales de ilusorias, re-crear la definición de necesidades efectivas.
Se producirá un salto evolutivo en el cómo diseñar e impulsar las principales reformas para detonar los cambios visualizados como necesarios.
Se re-creará la definición de cuáles son las áreas de políticas públicas en las que los gobiernos, organizados de manera trascendente y articulada, se deberán enfocar para generar consensos nacionales y globales, y detonar esos cambios.
Se establecerá otra naturaleza de desafíos neurálgicos, anteriores a los específicos u operativos, que pondrán en contexto los temas como educación, innovación y modernización fiscal. Para rescatar lo trascendente, los meta-aprendizajes surgidos desde las mejores prácticas y experiencias logradas.
Y probablemente surgirán nuevas organizaciones de colaboración para el desarrollo en América Latina.
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Foto: Lon & Queta / Licencia CC
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