Era una de esas bellas y exquisitas criaturas germinadas, por una trágica burla del destino, en una familia de clase media baja. Sin apellido de alcurnia, ni currículum escolar de linaje y menos una carrera de actriz de vanguardia. No pudo más que casarse con un pequeño empleado muy común y corriente para su gusto.
Constantemente, sentía una rabia por su mala suerte de no haber tenido un mejor destino en su vida. Lloraba en las noches por la condenada situación de verse en inferioridad en la escala social. Ella sabía que merecía todos los lujos y mordía sus labios al visitar a una de sus amigas que había logrado contraer nupcias con un potentado del sector más aristocrático y, a otra de ellas, quien había conseguido estudiar actuación y ahora era parte de ese jet set de novelas contemplativas y culturales.
Al visitarlas, después de la misa, una tristeza la dejaba opacada cuando contemplaba las riquezas de las casonas de sus amigas. De regreso a su residencia, sufría viendo solo un estacionamiento para su auto usado, la miseria de la sala con un televisor pequeño y el cuarto de la empleada doméstica tan poco decorado.
Arrodillada en el suelo, se victimizaba constantemente con una toalla mojada en la frente. – Yo merecía más-, le gritaba al gran espejo de la pequeña sala para tomar el té.
A la hora de la cena, su esposo expresaba con felicidad: “¡Qué rico estofado de carne! ¡Un manjar de dioses!”. Marisol no le ponía atención. Su mente estaba en otro lugar muy lejos de ahí. Pensaba en manteles de seda, viajes por Europa y exquisitos manjares de oriente.
Una noche regresó su marido agitado por la felicidad. En sus manos, traía una gran caja envuelta con dorado papel de regalo. Se la entregó inmediatamente mientras corría a la cocina por un par de cervezas.
Ella lo abrió rápidamente y con curiosidad. No había terminado de desenvolverla cuando un gran pájaro saltó sobre su cabeza. Su rostro se puso pálido y tuvo mareos que la obligaron a sentarse en el suelo. Rompió en sollozos que asustaron a su esposo.
¡Lindo pájaro!, recalcó, mientras el ave pegaba grandes gritos posado sobre la cabeza de su esposa, apretando con sus garras el cuero cabelludo y con el pico cerca de sus ojos.
¿Lindo? Debes estar mal de la cabeza ¡Quítamelo de encima! ¿Cómo podemos hacer una reunión con este horrible pájaro en nuestra casa? Saca este pájaro o me va a sacar un ojo con su pico.
-No pensé en reuniones sociales. El ave es un obsequio de un cliente y creo que es buena compañía. Todo el día pasas sola metida en la computadora quejándote por redes sociales o viendo la televisión. Será una buena mascota para ti.
Ella lo abrió rápidamente y con curiosidad. No había terminado de desenvolverla cuando un gran pájaro saltó sobre su cabeza. Su rostro se puso pálido y tuvo mareos que la obligaron a sentarse en el suelo
Yo no tengo tiempo para mascotas. Hubiera sido un pequeño perro o un gato no hubiera importado, pero esta ave es muy grande. Solo mira su pico gigante y ese copete horrible.
En realidad, el ave tenía un gran tamaño parecido a un cóndor, pero con alas de colores las cuales resaltaban más al tratar de volar. Sus ojos semejaban a un lente de cámara fotográfica y su cola un gran abanico. Lo que incomodó a Marisol sobre el regalo no fue tanto la naturaleza viva de este, sino que no podía darse el lujo de mostrarlo en público. Le parecía tosco y sus gritos dejaban sordo a cualquiera.
Como un mal presagio, su esposo tuvo la genial idea de realizar una fiesta para lucir a su extraña mascota. Marisol tuvo pesadillas al pensar en lo que diría la gente. Despertó con su pequeño corazón acelerado. Todavía estaba oscuro. Escuchaba al ave emitir gritar y eso la deprimía más.
Caminó por la penumbra y se dirigió a ver el ave. Estaba en la cocina picoteando las verduras. Se fijó que todo era un desastre. Un cuchillo filudo llamó su atención. Entre sus manos lo sujetó mientras caminaba hacia el pájaro.
Este dirigió su mirada hacia su asesina y con sus ojos de cámara fotografío el momento. En el preciso instante que Marisol le cortaría sus alas, ella bajó la mano súbitamente y comenzó a llorar junto al ave.
Los primeros rayos de luz entraron por la ventana. Iluminaron el espacio por completo. Marisol puso su mano sobre la cabeza del ave y le acarició el pico. En ese instante último, se había dado cuenta que no podía continuar igual.
Su marido se había marchado al trabajo. Puso su ropa en la cama y sacó una pequeña maleta. En menos de cinco minutos, tenía todo listo. Bajó corriendo por las escaleras y agarró a su nueva compañera. La metió en la caja en la cual se la habían regalado.
El taxi aceleró. Ella solo miró para atrás y pensó que la libertad no tenía precio. El taxista le ofreció su ayuda con la caja y ella le dijo que no era necesario. Nunca más supieron de su paradero y menos aún del ave.
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