En los albores de la independencia nacional se escuchó un grito que marcaría el camino de la historia de Chile. Fue un llamado al cambio, un punto de inflexión, una semilla que germinaría en una nación soberana. Una convocatoria a construir una nueva sociedad. En definitiva, una ruta a la esperanza.
¡Aun tenemos patria, ciudadanos! , exclamó el guerrillero.Jóvenes son los que hoy marchan por las venas de Chile exigiendo los cambios que reclama la patria. Jóvenes han de ser los que finalmente desgarren los velos enmohecidos de la deshonrada política para abrir las ventanas al viento y a la luz.
Este mensaje, pronunciado al fragor de la situación política de la época, sellaría en los espíritus patriotas el impulso y decisión necesarias para eliminar los últimos resabios de temor y vacilación ante una estructura política que parecía inalterable en virtud de los tres siglos que llevaba sin mayores modificaciones. Hoy pareciera que nos hemos olvidado de la sangre derramada por quienes empuñaron las armas -jóvenes la mayoría- que dejaron sus vidas en la cordillera y en los llanos para legarnos la más valiosa de las herencias.
La tradición guerrera y el espíritu indómito de nuestros ancestros araucanos es un referente que no puede desconocerse al momento de analizar la victoria patriota sobre los realistas. Si examinamos los imperios inca o azteca encontramos sociedades estratificadas con adelantos notables en agricultura, arquitectura o estética. No obstante, sucumbieron ante una pequeña avanzada hispana.
¿Cuál entonces puede haber sido el factor concluyente que determinó la derrota de estos pueblos amerindios teniendo una organización política y militar muy superior a los araucanos?
La capitulación de los imperios precolombinos no es otra que su centralismo político. Toda la malla social dependía de la figura de un solo líder el que, una vez eliminado, provocó el descalabro del sistema. Con la punta de la pirámide jerárquica erradicada habían perdido también la convicción, decisión y espíritu de lucha. El desplome de su guía les dejó en las más completa indefección y a merced de un nuevo orden que pulverizó su cultura, libertad y formas de vida.
Por el contrario, la organización política descentralizada de los araucanos fue el factor decisivo en la inaudita resistencia ante el conquistador. En tiempos de desastres naturales o cruzadas militares los dirigentes locales quedaban supeditados al mando de un líder dependiendo del tipo de evento que se debía enfrentar. La división territorial del pueblo araucano, que podríamos denominar Sistema Político Celular Integrado fue lo que les permitió superar adversidades, perdurar por siglos y luchar por su libertad antes de asimilarse con sus antaño enemigos dando origen al arquetipo criollo nacional. Sin duda, también tienen que ver aspectos sociológicos y culturales propios de la raza, como su determinación a defender la tierra de sus ancestros. Nunca, ni antes ni después en la historia de América y del mundo, un pueblo aborigen mantuvo tan férrea oposición a una maquinaria bélica imperial.
Si extrapolamos esta experiencia histórica a las regiones del Chile actual podemos encontrar afinidades que nos llevan a concluir que, al igual que los araucanos, los chilenos no metropolitanos entienden la necesidad de la administración y autonomía local por sus ventajas respecto de los mandatos centralizados. Cada comunidad conoce bien su medio y la mejor forma de solucionar sus avatares. Tal vez la diferencia estribe en el coraje y la decisión de persistir hasta vencer que tuvo el pueblo mapuche.
Quizás el beneplácito a un sistema político centralizado y rudimentario y a un modelo económico perverso nos ha vuelto pusilánimes, cobardes y flojos, al punto que nos agota el sólo hecho de pensar en la urgencia absoluta de cambiar el patrón. Es muy probable que este inmovilismo tenga que ver con un asunto etáreo, con residuos sicológicos de una generación que hoy ostenta el poder político y que hubo de pasar por el trance lúgubre de una larga dictadura que permeó sus voluntades incitándolas a negar la acción y eliminar el pensamiento crítico para acurrucarse en el frío lecho del individualismo manteniendo un cómodo statu quo.
Pero hay una esperanza y así lo prueba la historia. Jóvenes, casi niños, formaron los contingentes araucanos que combatieron a los españoles. Lautaro, murió en batalla a los 23 años. También quienes lucharon por la independencia y más tarde en las campañas de la guerra del Pacífico. Los 77 soldados masacrados en la sierra peruana de La Concepción tenían entre 16 y 19 años. Ellos entregaron sus vidas a la causa de la libertad en distintas épocas de nuestra historia. No combatieron ni murieron para que en pleno siglo XXI reeditemos el obsoleto régimen centralizado del imperio español del siglo XVI.
Jóvenes son los que hoy marchan por las venas de Chile exigiendo los cambios que reclama la patria. Jóvenes han de ser los que finalmente desgarren los velos enmohecidos de la deshonrada política para abrir las ventanas al viento y a la luz.
Quizás sólo esté faltando algún juglar revolucionario que rescate ese mensaje viril entre los ecos difusos de la historia y, parafraseando al joven guerrillero, exclame con voz soberbia:
¡Aun tenemos Región, ciudadanos!
Comentarios