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La derecha parroquial (y algunas notas sobre Bolivia)

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Durante los últimos veinte años se le otorgó a la derecha chilena el beneficio de la duda en materia de relaciones internacionales. Oculto en el consenso en torno a la política exterior del país, el evidente parroquialismo de los partidos de la derecha era más bien un secreto a voces. Sin embargo, la reciente cuenta del Presidente Piñera ante el pleno del Congreso no hizo más que confirmar esos rumores malintencionados.

Y es que difícilmente el nuevo gobierno podría habernos sorprendido si tenemos en cuenta que la actual coalición de gobierno es heredera viva del notable aislamiento vivido por el país durante la dictadura, el pretorianismo-ideológico en la conducción de las relaciones internacionales y la revolución silenciosa de Joaquín Lavín.

Síntoma y agravante (cual círculo vicioso) del evidente agotamiento del proyecto internacional de la transición ha sido el despliegue de una política exterior carente de sustancia propia y proyección de mediano o largo plazo (ausencia de relato, en la jerga de moda) que ha caracterizado al gobierno de Sebastián Piñera.

El gobierno tiene a su favor haber reconocido el Estado palestino y haber tenido una postura más o menos clara en torno al conflicto en Medio Oriente, tarea que dejó pendiente la Concertación (por falta de consenso con la derecha, claro está). No obstante, este único hito rescatable no fue mencionado en el mensaje presidencial, evidenciando que dicho reconocimiento no se corresponde con alguna convicción profunda de la coalición gobernante ni mucho menos. De la reciente visita de Obama no hubo mención.

No es que la Concertación haya estado exenta de muchos de los vicios que aquí se describen.  El consenso en política exterior y la continuidad del modelo económico implicó necesariamente el despliegue de una política internacional centrada en lo económico y en las relaciones Norte-Sur, teniendo como corolario el desarrollo de una identidad internacional basada en la excepcionalidad del modelo chileno.

Rescatando el visceral chovinismo de la coalición gobernante (y, por qué no decirlo, del país en su conjunto), el discurso presidencial hizo especial énfasis en la tentativa boliviana de multilateralizar (nuevamente) su aspiración marítima y en el diferendo de delimitación marítima con Perú. Dicho énfasis no hace más que evidenciar una política exterior centrada en la coyuntura y en el nacionalismo patológico.

Coherentemente con el argumento de estas líneas, Piñera inauguró su gestión con el pie derecho en lo que respecta a las relaciones vecinales. Si ya durante la campaña presidencial había sido enfático en su posición de encontrar una solución al problema boliviano sin incluir una cesión de soberanía, la desafortunada designación del shakesperiano Jorge Canelas (“el mejor estado de nuestras relaciones con Bolivia es no tener relaciones”) como cónsul en el país altiplánico fue un segundo gesto bastante poco diplomático.

Es precisamente la diplomacia (de la buena) el medio a través del cual las naciones se relacionan entre sí de  manera pacífica y, por lo mismo, cualquier insinuación de la remota posibilidad del uso de la fuerza constituye -como han señalado algunos analistas y parlamentarios- un gesto hostil e innecesario. A esto hay que agregar el agravante de que, cuando dos países vecinos (como Chile y Bolivia) sólo tienen relaciones bilaterales a nivel consular, no existen los mecanismos ideales para amortiguar las consecuencias de tales amedrentamientos. Los tratados internacionales se hacen respetar por medio del derecho internacional, cuestión más que sabida por la Cancillería chilena. Sin embargo, el ministro subrogante Allamand pareció no haber comprendido esto y confirmó, sin quererlo, el carácter armamentista que nos es achacado por los vecinos.

Ya iniciada la 41ª Asamblea General de la OEA en San Salvador y a pocas horas de que se discuta en dicho encuentro el Informe sobre el problema marítimo de Bolivia (justo después de la tradicional cuestión de Las Malvinas), parece haberse acabado la luna de miel internacional de la actual administración.

*Cristóbal Bywaters es estudiante de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado, y Director de Finanzas de la Red Chilena de Estudiantes de Ciencia Política CHILECIP.

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