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El fin del proyecto internacional de la transición chilena

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Cerrado un ciclo de la historia del país, podemos afirmar que el proyecto internacional de la transición chilena a la democracia se ha agotado. En veinte años se cumplieron plenamente los dos principales objetivos de la política exterior de los entonces nuevos gobiernos democráticos.
 
El primero de estos desafíos era el de reinsertar al país en la sociedad internacional tras el notable aislamiento vivido durante la dictadura como consecuencia de las violaciones a los Derechos Humanos y la férrea militancia en la cruzada anticomunista global en un contexto internacional en relativa distensión.
 
El segundo gran desafío decía relación con la plena inserción del país en la nueva dinámica económica mundial, para lo cual se optó por profundizar la liberalización iniciada durante la dictadura, complementando la apertura unilateral de la economía con una estrategia de apertura bilateral (a través de acuerdos de libre comercio y de complementación económica) y multilateral (en foros económicos internacionales).
 
Los resultados están a la vista. A partir de 1990, junto con el retorno a la democracia, Chile pasó de ser un país paria a ser un modelo de desarrollo político y económico. El país ha participado en dos oportunidades como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ha estrechado relaciones con los países afines, ha participado en diversas misiones de paz multilaterales y zanjó la mayoría de los conflictos limítrofes pendientes. En lo económico, Chile posee una de las más amplias redes de acuerdos comerciales a nivel global y ha jugado un papel activo en instituciones multilaterales como la OMC y la APEC. El ingreso de Chile a la OCDE vino a coronar una exitosa reinserción del país a nivel internacional, la cual, al margen de juicios de valor, cumplió los objetivos trazados en los albores de la transición.
 
El desafío hoy es generar un nuevo proyecto internacional para el país, el cual deberá hacerse cargo tanto de aquellos aspectos que quedaron pendientes (como la compensación de las externalidades negativas de los acuerdos de libre comercio y la modernización de la Cancillería) como de las nuevas oportunidades que emergen del contexto internacional (como las relaciones con las nuevas potencias emergentes, en particular con Brasil y China). Esbozamos aquí algunos comentarios.
 
Un aspecto fundamental a definir es el rol de América Latina en la política exterior del país. La relación con el vecindario durante los últimos veinte años estuvo determinada por una adopción laxa del regionalismo abierto, que en los hechos implicó una inserción internacional autónoma y al margen de los procesos de integración regional en curso (MERCOSUR y la CAN). Si bien dicha opción estratégica fue exitosa, contribuyó en múltiples ocasiones a exacerbar la percepción y auto-percepción de excepcionalidad del país que, sumada a la priorización de las relaciones Norte-Sur, un discurso muchas veces arrogante y una política de prestigio, determinó una tónica de relaciones distantes y frías con la región. Pese a que en el gobierno de Michelle Bachelet se avanzó en el acercamiento al vecindario (en especial a través de UNASUR), el actual gobierno parece haber descontinuado dicha tarea.
 
Ciertamente, las buenas y cercanas relaciones con el vecindario no son de perogrullo si se opta decididamente por convertir a Chile en un país puente y plataforma entre el Asia Pacífico y América Latina, aprovechando al máximo la privilegiada ubicación geográfica del país. Esta orientación birregional de la política exterior comercial exige el establecimiento de relaciones diferenciadas con el Asia Pacífico y nuestra región, privilegiando vínculos más pragmáticos con la primera, y multidimensionales con la segunda.
 
Para esto último es necesario abandonar el paradigma neoliberal (denominado liberalismo de la interdependencia en la teoría de las relaciones internacionales)  según el cual la promoción del libre comercio y la inversión entre las naciones constituye la base del mantenimiento de buenas relaciones entre éstas. Reduccionista, esta convicción se torna disfuncional al aplicarse en las relaciones con los países del vecindario, en especial con nuestros vecinos inmediatos. Sin ir más lejos, las relaciones políticas con Perú en los últimos años han demostrado que dicha afirmación dista bastante de la realidad, y que, en la práctica, las cuerdas separadas son una mera abstracción.
 
Así, independientemente de cuál sea su resultado, es bastante probable que la resolución de La Haya respecto al diferendo marítimo constituya un punto de inflexión en la política exterior de Chile. De ser desfavorable a nuestra posición-, se planteará la necesidad de revisar e incluso matizar el irrestricto apego al derecho internacional y a la intangibilidad de los tratados que ha guiado nuestra política exterior desde hace décadas. Mientras que la observancia de dichas instituciones constituye un recurso de poder adecuado para un país pequeño como el nuestro en su proyección internacional, su defensa ortodoxa limita la sensibilidad a los cambios en la realidad internacional inmediata y, por lo tanto, limita también los márgenes de acción en la resolución de controversias históricas y potenciales.
 
Finalmente, parece necesaria una revisión a la estructura del proceso de toma de decisiones en política exterior, hacia un nuevo equilibrio entre poderes y una mayor descentralización en dicho proceso. Modernizar la Cancillería y robustecer la carrera diplomática, modificar el equilibrio Ejecutivo-Legislativo en materia de relaciones exteriores, y fortalecer los mecanismos de diplomacia parlamentaria y para diplomacia son requisitos fundamentales para hacer frente a las cada vez más complejas dinámicas de la política mundial. Dichas reformas, por cierto, se enmarcan dentro de un conjunto de necesarias reformas al régimen democrático.
 
En los inicios de la transición, Heraldo Muñoz manifestaba en el prólogo de “Chile: política exterior para la democracia”, que “la relativa ausencia de un debate nacional sobre política exterior es preocupante pues el escenario económico y político mundial está cambiando rápidamente a medida que nos acercamos al año 2000”. Hoy, a medida que nos adentramos en el siglo XXI, planteamos la misma inquietud.
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