Me gusta el Santiago del desarrollo. Me demoré varios minutos en caminar unas cuadras. La luz roja es larga para los peatones; los semáforos están hechos para los autos. Un viejo no alcanza a cruzar la calle. Me gusta Providencia del desarrollo, vi varios Starbucks y unos Mustang que antes no se veían. Una bicicleta me tocó el timbre para que me corriera. Este Santiago no es para peatones, tampoco para bicicletas. En el nuevo Santiago hay dos edificios que casi tocan el cielo, pero se siguen inundando por la lluvia las casas que aún no alcanzan tantos metros.
Me gusta porque pude comprar un libro de un poeta chileno, de un poeta anónimo. Es la primera edición del testamento literario de un mito de la poesía chilena, pero lo publicó una editorial brasilera. En el Chile de hoy no interesan los libros, y mucho menos los poetas. Me gusta el Chile del desarrollo porque tenemos tratados de libre comercio y, si tenemos suerte, no nos cobran impuestos aduaneros por importar a nuestros poetas chilenos.
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