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Neruda, de Pablo Larraín

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La ansiada espera del estreno de Jackie, la próxima película de Pablo Larraín, se nos presenta también como una nueva excusa para hablar sobre su película anterior, esa especie de biopic sobre el poeta chileno. Neruda es una película extraña. Uno puede imaginar al comienzo un thriller policial y, en base a ello extrañar algo de intensidad; echar de menos aquello que sobra por ejemplo a Enemigos Públicos de Michael Mann. Los minutos pasan y uno percibe que, en realidad, cuando las dudas se van despejando, no se trata de una obra sobre persecuciones y la realización se presenta por lo que es: una película poética (que no es lo mismo que una sobre un poeta).

Nuevamente Larraín se inventa un personaje inexistente, otra vez de la mano de García Bernal, el argumento se construye en base a un ser que no existió para (re)crear la historia desde un anónimo, desde una narración que se desocupa de los hechos como realmente ocurrieron, para contar lo que verdaderamente (le) interesa. Se trata de la última realización de un director en estado de gracia, de esos que hasta en sus peores creaciones hay (todo y) mucho que rescatar, de aquellos en que los movimientos de cámara, la música, el manejo de actores, el montaje y la fotografía serán siempre de excepción y el mínimo está por el techo. A ello hay que sumar notables, breves y esporádicas, mas no por eso menos necesarias, apariciones de actores en interpretaciones imprescindibles, como Amparo Noguera o Roberto Farías.

En Neruda vemos a dos hombres que se buscan mutuamente sin querer encontrarse, que se necesitan sin saberlo, que se encuentran a sí mismos sin buscarse. Puede que el único pecado haya sido abusar del narrador y la voz en off, exagerar con el  verborreíco Bernal y olvidar que el cine es ante todo imagen en movimiento. También se extraña cierta mesura y contemplación. Sabemos de lo que es capaz el director, pero el constante movimiento de cámara –aunque siempre hermoso— se vuelve narrativamente fútil. Pese a estas sutilezas, estamos ante una gran entrega del mejor director chileno del momento y, por qué no decirlo, uno de los mejores del mundo. No sería desproporcionado pensar que en unos años Larraín será de los pocos que podrían sentarse a comer en la misma mesa con un tal Raúl Ruiz.

Larraín se consagra como un director de atmosferas. Tony Manero es la película de un asesino, pero, tras ello -y en el fondo delante –  pulula la densidad terrible y macabra de la dictadura; en No vemos mucho más que a un publicista de la franja, deambulan los colores de una época decadente y esperanzada; en El Club basta una pequeña casa y cuatro sacerdotes para mostrar toda la decadencia de una iglesia; ahora, en Neruda, se propone mucho más que una cacería, también mucho más que una biopic, se revuelve y se renueva el género para llevarnos a una película única, una que no habla sobre el poeta y la poesía: una película construida como poesía. El autor nos pide olvidar los libros de historia y aventurarnos en algo mucho mejor. Sin descuidar el argumento, Larraín nos invita a un cine de sensaciones, de lugares, de poesía y de atmósferas.

"Estamos ante una gran entrega del mejor director chileno del momento y, por qué no decirlo, uno de los mejores del mundo. No sería desproporcionado pensar que en unos años Larraín será de los pocos que podrían sentarse a comer en la misma mesa con un tal Raúl Ruiz."

 

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