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Lo contrario del prohibicionismo no es dar permiso…

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Los ciudadanos en Chile estamos exigiendo al Estado el respeto efectivo de ese espacio de soberanía personal, de autonomía y de libertad, de identidad esencial, y que en este contexto se reconozca el derecho a cultivar y usar cannabis y otras plantas psicoactivantes, como expresión de un ejercicio de derechos esenciales.

En política de drogas, si lo que se pretende es -trascendiendo el paradigma prohibicionista- ofrecer una respuesta sana, conducente, frente al uso de drogas en la cultura, desde el respeto por el marco jurídico que nos ordena, y tener algo que ofrecer para resolver el problema de la adicción y el uso problemático de ellas, resulta imprescindible reconocer la necesidad -y el derecho- que un ser humano tiene de incluir en su consciencia, en su experiencia, la dimensión espiritual de la vida, y recuperar grados de libertad que surgen en el ejercicio de fortalecer una identidad esencial, a través del trabajo sobre la percepción, para incluir en la consciencia un grado superior de la integralidad de la vida.

No puede pretenderse un abordaje efectivo, inteligente, del “problema de las drogas” si esto no se comprende, y no modificamos el modelo de convivencia que ignora la dimensión espiritual de la vida y nos orienta firme y porfiadamente al materialismo y la superficialidad, sentando las bases del funcionamiento adictivo, imponiéndose esta inercia incluso por sobre la obligación que la Constitución ha impuesto al Estado y sus organismos, como garantía de las personas para ejercer sus derechos fundamentales.

En estos momentos tenemos en Chile la oportunidad de dejar establecido, de manera simple, este principio fundamental que ordena nuestra convivencia: el respeto por los derechos fundamentales, por la identidad esencial de la persona, a propósito de los ajustes que van a producirse en materia de drogas y especialmente de cannabis.

De nosotros, de todos nosotros, depende que este sea el momento de dar un salto cualitativo y pasar a otra categoría, salir efectivamente del prohibicionismo, porque que lo contrario de prohibicionismo no es dar permiso, eso es seguir en lo mismo. La evolución del prohibicionismo, es la confianza en la capacidad de las personas para estar despiertas protagonizando sus vida, es la diligencia con la que el Estado cumple su obligación de generar condiciones para la máxima realización espiritual y material de los habitantes, y no interferir, no impedir, no penalizar, los ejercicios personales que se emprenden con este propósito, mucho menos promover el prejuicio y la discriminación para quienes los realizan valiéndose de plantas medicinales.

Estando ya en el área chica de algunas definiciones que van a coronar los esfuerzos de todos en relación a política de drogas, el peligro que se corre es precisamente que estos cambios no sean esenciales y nos dejen en una aparente mejora mientras se nos continúa vulnerando.

De Uruguay por ejemplo, se valora y agradece el esfuerzo de haber ejercido su soberanía como nación para explorar con más libertad una solución efectiva en relación al cannabis, sin embargo es necesario reconocer que en su propuesta no existe respeto por la persona y sus derechos esenciales, se ignora una realidad de uso responsable, legítimo, se trata a todos los usuarios y cultivadores desde el prejuicio, como viciosos a quienes se les ha dado una concesión, un cuadrante de libertad regulada y supervigilada por el Estado, que no aprueba, pero magnánimo tolera a estas personas y su vicio, y se hace cargo de quitarles el negocio a los traficantes. No es esto lo que queremos para Chile, por el contrario, trabajamos para un auténtico reconocimiento y respeto para todas las personas en el ejercicio de sus derechos esenciales.

Los ciudadanos en Chile estamos exigiendo al Estado el respeto efectivo de ese espacio de soberanía personal, de autonomía y de libertad, de identidad esencial, y que en este contexto se reconozca el derecho a cultivar y usar cannabis y otras plantas psicoactivantes, como expresión de un ejercicio de derechos esenciales.

De acuerdo a las últimas señales desde el parlamento, un importante espectro de diputados y senadores se han manifestado en este sentido, reconociendo los derechos esenciales como fundamento del respeto por la vida íntima de las personas y sus derechos, a cultivar y usar cannabis en este caso. Los diputados Gabriel Boric, Vlado Mirósevic, Giorgio Jackson, Karol Cariola, Camila Vallejos, Alberto Robles, Roberto Poblete, Marcelo Schilling, Alejandro Teillier, Lautaro Carmona, Karla Rubilar, Jaime Bellolio, Leonardo Soto, Maya Fernández, entre otros. Los senadores Fulvio Rossi, Rabindranth Quinteros, Alejandro Guiller, Juan Pablo Letelier, Alejandro Navarro, Carlos Montes, Alfonso De Urresti, Antonio Horvath, Guido Girardi, Jaime Quintana, Jorge Pizarro, Eugenio Tuma, actual vicepresidente del Senado, y la propia presidenta, la senadora Isabel Allende, quien ha destacado el proceder del Dr. Milton Flores en la reivindicación de sus derechos inalienables, y ha señalado que «En una sociedad cada vez más abierta y globalizada, donde la conciencia sobre los derechos de las personas es más fuerte, y el respeto por las libertades individuales se profundizan, la existencia de un Estado penalizador de hábitos individuales inocuos, es anacrónico.»

Pero el Gobierno, que pretende hacerse cargo del problema con una mesa de trabajo que revisará la Ley 20.000, permanece cerrado a esta mirada mientras deja espacio para algunas «concesiones».

Mantengámonos alertas, porque a estas alturas del proceso, tranzar el respeto por la soberanía de la persona, sería hacernos un flaco favor, sería avalar el prohibicionismo, confirmar sus principios, su lógica y el daño que ha causado al desconocer una dimensión de la vida humana que ya ha sido garantizada por el derecho y una realidad de uso legítimo, heredero de la relación ancestral del ser humano con las plantas y el espíritu.

No incluir esta dimensión en la mirada que pretende dar respuesta al problema de las drogas, sería seguir avalando el prejuicio, la discriminación, el sometimiento de conciencia, el empequeñecimiento, la clandestinidad, la hipocresía… nada más lejano a la salud y la seguridad pública.

Por su dramática urgencia se ha argumentado la prioridad de la despenalización del autocultivo para uso medicinal, entendiendo por uso medicinal el empleo de cannabis en el tratamiento de ciertas enfermedades o síntomas bajo el paradigma medico clásico, saltándose el reconocimiento de esta práctica como ejercicio de derechos esenciales para todos los usuarios y cultivadores en el ámbito de su soberanía esencial, incluidos los pacientes.

Sería un error seguir avanzando en la defensa del «uso medicinal» del cannabis desconociendo los derechos esenciales como principio, evitando una reivindicación esencial que incluya a todas las personas y a todos los usuarios y cultivadores, porque hacerlo implica quedarse en el mismo paradigma, aceptando la misma lógica prohibicionista, materialista, que nos ha traído hasta donde estamos, comprometiendo la oportunidad de verdaderamente aprovechar todo el potencial medicinal del cannabis y acceder a una salud integral, que no puede sino incluir la dimensión espiritual de la vida, con lo que se recrean nuestras necesidades y capacidades.

Tampoco hay necesidad, porque todos están incluidos en la reivindicación que se hace desde los derechos esenciales, sin apellidos.

Por insuficiente comprensión, circula en la opinión pública y entre algunas autoridades de gobierno una prejuiciosa distancia entre el uso de cannabis en ciertas enfermedades y dolencias, y otros usos, como el recreativo y el sacramental, se ha descalifica el valor medicinal del efecto psicoactivo del cannabis, y finalmente se termina avalando una relación con esta medicina que perpetúa un modelo médico donde la persona es carente y otro le ofrece, le concede, donde el protagonismo es mínimo y se busca una explicación materialista para un fenómeno sutil como es la salud, el delicado equilibrio del espíritu y el cuerpo.

El cannabis es medicinal, no necesita ser un medicamento, sometido a la lógica del mercado, de la industria y de una salud que no incluye la integralidad de la persona y la condena a ser paciente, en lugar de ser consciente.

No disfracemos el prohibicionismo de permiso, de caridad, no nos conformemos con menos de lo que es nuestro derecho esencial, porque justamente la reivindicación de la dignidad de las personas es la cura para una enfermedad de la cultura, que es la ignorancia de nuestra propia identidad esencial.

Resolvamos esto para todos de una vez, por respeto a la dignidad y la libertad de las personas, ¿O acaso vamos a declararnos enfermos para cultivar tranquilos?… Basta de hipocresía.

No desperdiciemos este momento desconociendo lo esencial para ir tras lo es urgente o lo que se considera posible dentro de un cálculo, hipotecando la libertad. No es necesario, porque en lo esencial está el nosotros, lo común, que es garantía del derecho de cada uno.

—–

Foto: DonGoofy / Licencia CC

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