Entre medio de cánticos, cacerolazos y silbatos las personas se van juntando a lo largo de Chile todos los días desde el inicio de la revolución. Ellos no fallan a esa cita instaurada por la dicha de considerarse como nunca antes, ciudadanos chilenos, sienten de esa manera que por primera vez sus voces podrán ser escuchadas. Sus caras portan alegría y añoranza por un cambio a la brutalidad bursátil, de no sentirse solo números que trabajan en pabellones fríos de productividad, si en síntesis, estamos hecho solo de carne y hueso por donde las venas de cada uno se ramifican para formar la hermandad de un pueblo.
Esta lucha, por lo demás muy legítima, arrastra las voces de nuestros antepasados, para que no perdamos la ruta mil veces cambiada por la inentendible codicia. Nos susurran mágicamente de que no debemos rendirnos que debemos unirnos y no soltarnos más. Así los veo, así me veo, así lo sentimos.
Vemos como un modelo instaurado a la fuerza, que parecía ser la única alternativa para vivir, se va debilitando y no sabe como acorralarnos de nuevo usando incluso, la voz de guerra -la amenaza punzante del miedo- Nos adormecieron con la creación mercantilista, ahogándonos en el consumismo como única alternativa de felicidad. Trataron de que fuésemos los más incultos e ignorantes posible a través de un pésimo servicio educacional, trataron de cautivarnos con la televisión basura para mantener el adoctrinamiento Friedman, trataron de enfermarnos hasta la muerte con el descuido hospitalario con tal de generar mayores ingresos a costa de los desvalidos. Vendieron nuestras tierras y sus riquezas, arrasaron el mar, montañas y bosques diciéndonos que así se lograba el desarrollo. Nos vendieron el cuento del jaguar latinoamericano de que éramos la envidia del barrio, nos mentían con anuncios encriptados de letra chica, abusaron, se rieron hasta el hartazgo.Veo a los jóvenes furiosos en las calles y tienen de que estarlo, son una generación distinta, más consciente y unida de la que yo fui. Dan su voz, sus sueños, sus ojos hasta su vida con tal de no seguir en este modelo instaurado de inequidades.
Ya no hay quien aguante, hasta los abuelos salen a manifestar su último aliento antes de irse de este sistema de mierda para sentirse útiles ante la cruel deshumanización.
Ahora le toca al pueblo golpear la mesa y ordenar el juego. Los jóvenes siempre elocuentes de rebeldía no quieren ser como sus padres llenos de miedo y adoctrinados al modelo de la recompensa o el garrote, a conformarse de aguantar a lideres corruptos y vendidos que abusan por generaciones de los otros con tal de pertenecer a una mezquina elite.
A ver si valoramos a nuestros jóvenes que ya no son solo de la clase lumpen que suenan por todos lados últimamente, es cosa de salir a la calle y ver la hermandad que estaba oculta por los mitómanos. Que en el ADN del chileno si hay alegría de carnaval y de seres profundamente comunitarios que se abrazan y se apoyan ante la injusticia, que los niños ricos y pobres si se pueden ver a la cara y quererse, que lamentablemente, siempre los criaron como hermanos separados al nacer, cada uno con una suerte distinta adosada a un casino de apuestas, todo, para que la “normalidad” fuese eterna y sin voces disidentes.
Veo a los jóvenes furiosos en las calles y tienen de que estarlo, son una generación distinta, más consciente y unida de la que yo fui. Dan su voz, sus sueños, sus ojos hasta su vida con tal de no seguir en este modelo instaurado de inequidades.
Gratitud al joven que no empuñó el fusil (se merece una estatua), gratitud a los muertos que no acobardaron su voz, gratitud a los desaparecidos y torturados por soportar el horror, gratitud a los jóvenes que nos remecieron del letargo, gratitud a la población que ya no dejará a sus hijos solos y que por fin despertamos. Gratitud a los que se manifiestan, porque nos merecemos un abrazo de esperanza.
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