Es difícil por estos días no entrar en la contradicción aparente entre las manifestaciones pacíficas y la violencia ejercida, y algunas veces vista románticamente, como si no hubiera tras ella dolor, abuso y utilización de vidas frágiles, marginadas, que por momentos se sienten parte de una comunidad que los valora, que los ve, para luego ser carne de cañón de quienes alientan la represión, donde la voz ciudadana se ahoga para dar paso a la destrucción. Usados y desechados como lo han sido siempre en sus cortas vidas. A ellos, los que desertaron de un colegio, los que se fugaron de una residencia y no fueron buscados por nadie, porque a nadie les importa, sino es para estigmatizarlos y culparlos, para expiar a otros que son criminales, pero que viven impunemente.
En el año 2015 la Fundación San Carlos de Maipo junto a Paz Ciudadana presentaron un estudio que consideró a más de 2000 internos de 9 penales, y que evidenció la profunda realidad de exclusión social de quienes terminaron en la cárcel. Ya en esos años advertíamos de la masividad de las pandillas vinculadas al narcotráfico, del efecto del abandono escolar, del consumo de drogas de hasta 10 veces la media de la población, de la falta de acceso a la Salud y otros servicios elementales, de la ausencia de modelos parentales positivos, donde cerca de la mitad de los internos habían pasado por un centro de Sename. La violencia en la Cárcel parecía ser un síntoma de lo que se incubaba afuera, con una respuesta del sistema penal que no era más que una más de los cientos de exclusiones cotidianas y donde la cárcel mostraba no cumplir con los objetivos de rehabilitar.No haber previsto este estallido, significa que no supimos leer lo evidente, el abandono de nuestra infancia vulnerada por décadas, hoy significa adultos ajenos a las oportunidades y familias excluidas
No haber previsto este estallido, significa que no supimos leer lo evidente, el abandono de nuestra infancia vulnerada por décadas, hoy significa adultos ajenos a las oportunidades y familias excluidas. La segregación, la discriminación, la exclusión social, la explotación, la falta de prevención, fomentaron una cultura de violencia, reactiva al abuso, precaria en el valor de la vida, fragilizada por el mundo narco y delictivo que capitalizó entre niños y jóvenes la temeridad para usarlos y darles un falso sentido de comunidad.
Si no somos capaces de romper la dinámica de la exclusión, estaremos hipotecando el futuro de nuestro país y no sólo porque la violencia sea la respuesta instalada para expresar el descontento social, sino porque los que lo buscan instalar, cada vez irán fortaleciendo sus propios espacios, donde tampoco velarán por los que lo necesitan y usarán de ellos para desarrollar su negocio de destrucción, los habremos abandonado nuevamente, una y otra vez como una nueva cicatriz en la memoria del abuso colectivo.
Chile tiene una gran oportunidad de construir una nueva Visión de País, aprovechar la mirada sobre la realidad de los que sufren y transformar nuestra sociedad. Se requiere Liderazgo y generosidad para poner sobre todo voz a los que no la tienen, luz en medio de la oscuridad, prudencia y audacia para escuchar y actuar.
Por Marcelo Sánchez, gerente general de Fundación San Carlos de Maipo.
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