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Eso llamado miedo

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Si hay algo de lo que no cabe duda es que todos hemos sentido miedo en más de alguna vez ocasión, una sensación intensa y desagradable provocada por la percepción de un potencial peligro. El miedo es esa emoción que nos facilita la supervivencia, generando en nuestro organismo una activación fisiológica que nos permite responder de la mejor forma posible a cualquier situación que valoremos como peligrosa y que pueda amenazar nuestra integridad.


No podemos dejar pasar respecto de la violencia política y su impacto en la vida, no solo de las personas torturadas y sometidas a prisión, sino también en los daños transgeneracionales

En general, el miedo promueve tres respuestas básicas ante un peligro: luchar, huir o el quedarse paralizado (congelado). En este punto es importante aclarar que miedo y estrés no son sinónimos. Si bien el miedo y el estrés comparten la activación fisiológica como respuesta adaptativa ante demandas del entorno, lo que diferencia al estrés del miedo es el hecho que lo que provoca estrés no necesariamente tiene que ver con una amenaza o peligro. El agente estresor (aquello que dispara la respuesta de estrés) puede ser una situación que demande más recursos de los que disponemos normalmente (ej., proveer mayor irrigación sanguínea y oxigenación a los músculos ante una determinada actividad física), pero sin ninguna connotación negativa o amenazante.

Ahora bien, el miedo como respuesta adaptativa es generalizada, por ello es importante dejar en claro que la evaluación de los estímulos ambientales no es lineal, el entorno no es percibido de forma refleja o pasiva, depende de la estructura interna del organismo. En este sentido el entorno es percibido en base a nuestras propias experiencias parcialmente similares y parcialmente diferentes.

Podemos retratar esta situación con el texto del poema LIX, titulado “Las dos linternas” del poeta español Ramón de Campoamor: “que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Texto que rescata el hecho que los entornos son percibidos con nuestra propia mirada interior, una mirada que responde a nuestras memorias, nuestras particulares historias de vida.

Por ello, las experiencias aversivas nunca son completamente idénticas, por lo que debemos tener la capacidad para generalizar el miedo apelando a experiencias pasadas y proyectarlas a encuentros futuros que tengan un grado suficiente de similitud con los eventos originales. Entre los factores que afectan la generalización podemos señalar el estrés en la vida temprana de las personas, la prominencia de elementos particulares de los entornos en los que se vive y las experiencias traumáticas y de peligro vividas tanto por las madres embarazadas como por los padres antes concebir a sus descendientes.

Ese miedo, esa emoción, es parte de nuestra civilización, es parte de la historia de la humanidad siendo muchas veces personificado. Así por ejemplo, en la mitología griega Fobos representa el impulso básico del miedo: la huida. De este personaje griego se tomó la raíz etimológica para nombrar todas las formas de “fobia”. Lo que hay en las fobias es precisamente esa forma de miedo que incita a escapar. Por otro lado, en la película Intensa-mente, podemos reconocer el miedo como el personaje que se encarga de dirigir algunas situaciones de la protagonista, sin embargo, otros personajes tratan de impedir que miedo tome el control. Claro, el miedo es positivo en determinadas situaciones, pero puede ser nefasto si se vuelve omnipresente, un miedo exacerbado, donde la persona puede llegar a sucumbir, quedando totalmente desvalida y expuesta tanto a las amenazas reales como las imaginarias.

Miedo y miedos

El miedo “existe”, es una emoción, un punzaso que nos viene a clavar cuando nos enfrentamos a algún peligro… vivir una experiencia peligrosa, en la que experimentamos miedo, es definitivamente un momento inefable, podremos describir las alteraciones fisiológicas vividas, mas no lo que sentimos en ese preciso instante “de miedo”.

Todo ser humano independiente de sus orígenes, creencias y cultura lo ha experimentado y muchos lo han combatido, lo han negado o han argumentado en su contra por su aparente irracionalidad… Por ejemplo, en el libro III del poema filosófico De Rerum Natura, Lucrecio hace un esfuerzo por convencernos que no debemos tener miedo a la muerte, dando para ello un argumento de simetría. El tramo infinito de la no existencia post mortem es igual que el tramo infinito de la no existencia prenatal, y puesto que no consideramos que el tramo prenatal de la no existencia haya sido algo horrible, por paridad de razonamiento no deberíamos temer nuestra no existencia post mortem. Así, este miedo no tendría sentido racional. Sin embargo, el miedo a la muerte existe y quizá Lucrecio también lo haya vivido en carne propia.

Pero también existe el otro miedo, ese miedo que vemos reflejado en los rostros de muchas personas que vemos en las calles. Me refiero al miedo que aprendemos, el que nos ata y limita, ese miedo que permite a la “sociedad” mantenernos literalmente sometidos, ese miedo que nos obliga a pertenecer a algo y no a otra cosa, ese miedo que nos dicta cómo debemos comportarnos (de una determinada manera y no de otra), que nos impide ser nosotros para obligarnos a ser ellos. Un miedo a la libertad como lo llamó Eric Fromm. Un miedo aprendido en un proceso de enseñanza de larga data, intencionado y condicionado por cada cultura.

También podemos hablar del miedo como arma de control social, la cultura del miedo. Ésta se ha venido a establecer como una técnica de control social a partir de la generación o manipulación del miedo, esto a través de distintas prácticas que permiten subordinar las decisiones de la población a necesidades supuestamente prioritarias relacionadas con alguna alarma o amenaza que es indicada por quienes ejercen el poder.

El miedo como instrumento de manipulación del comportamiento humano es un miedo al que todas y todos deberíamos temer.

Herencia transgeneracional del miedo

Las publicaciones sobre la herencia transgeneracional se acumulan y al parecer ya no hay dudas que es un hecho real. Todo parece indicar que la exposición de los padres a estímulos ambientales sobresalientes (ej., estrés causado por peligros) impacta en el desarrollo del sistema nervioso adulto de la descendencia antes de su concepción. Desde un punto de vista adaptativo tal transferencia de información tendría un impacto positivo por cuanto sería una forma eficiente para que los padres “informen” a su descendencia sobre la importancia de las características ambientales específicas que es probable que encuentren en sus entornos futuros. Sin embargo, la relevancia de la herencia transgeneracional aún no ha sido totalmente aceptada por todos los investigadores, permaneciendo como un tema aún controversial. Pero controversial o no, las evidencias se acumulan…

Recientemente se ha descrito en modelos animales la transmisión transgeneracional de un comportamiento similar a la ansiedad inducida por aspartamo y que está asociado a cambios en la expresión génica en la amígdala. Sorprendentemente, este comportamiento y las alteraciones en la expresión génica de la amígdala se transmitieron a la descendencia hasta por dos generaciones. Similarmente, se ha descrito los efectos transgeneracionales del uso morfina en modelos animales, en los que se producen comportamientos similares a la ansiedad, también transferido a la descendencia por dos generaciones.

Por otro lado, diferentes estudios muestran que las consecuencias de la violencia política también tiene repercusiones que se extienden más allá de la generación directamente afectada, fenómeno conocido como transgeneracionalidad del trauma colectivo. En descendientes de víctimas del Holocausto se ha encontrado evidencia de efectos transgeneracionales hasta la tercera generación. En el caso de las víctimas de la dictadura cívico-militar en Chile las investigaciones han puesto de manifiesto una propagación transgeneracional que alcanza a los nietos de las víctimas.

Un aspecto que no podemos dejar pasar respecto de la violencia política y su impacto en la vida, no solo de las personas torturadas y sometidas a prisión, sino también en los daños transgeneracionales, es reconocer el dolor como un flujo invisible de temores que se transmite verticalmente a las generaciones futuras como un punzante silencio, silencio que grita bajo la piel. Esto nos obliga a mirar las características del trauma a corto y largo plazo y no solo en los directamente afectados por dichas experiencias, sino también mirar los factores, que desde el ámbito socio-político, inciden en la permanencia del daño a través del tiempo, en una espiral transgeneracional que sigue doliendo. Mirar cómo el silenciamiento, la estigmatización y la impunidad convierten a los dañados en rehenes de un eterno dolor.

Los estudios realizados en neurociencias, biología molecular, epigenética y otras áreas relacionadas, parecen apoyar la existencia de las herencias transgeneracionales del trauma, en la que somos meros eslabones de una cadena de generaciones, inconscientemente afectadas por su sufrimiento o por asuntos pendientes tal como lo expresó Anne Schützenberger en su obra Aie, mes aieux (Hey, mis antepasados).

Parece claro, el trauma, el miedo y la ansiedad se transmiten verticalmente como una herencia que ya no podemos negar…

TAGS: #DictaduraMilitar Miedo Política del miedo

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