Hay una frase rotunda, fatídica que cada vez que alguien la expresa -o la leo por ahí- me recuerda instintivamente lo que no quiero llegar a ser. Lo que no me interesa contamine completamente la sociedad en que vivo; sea ésta un barrio, comunidad, región o país. Y por qué no, planeta.
Es ese refrán que, cuando alguien ha dañado a otra persona, insta a esta última, como un susurro pleno de humanidad (en el sentido complejo y no ético del término), a “sentarse pacientemente en la puerta de la casa a esperar ver pasar el cadáver del enemigo”. La venganza íntima hecha verseo. La satisfacción en la desdicha del odiado, aborrecido o como quiera que se llame a quien no es del agrado personal.
Como muchas otras frases (ser vivaracho como algo positivo, que todo tiene su precio o que la venganza es un plato frío que se sirve lentamente), aquélla es de las que me esmero en contradecir cada vez que puedo. Incluso aunque en ciertos círculos peque de minoría, lo cual –y lo digo en serio- hace más desgastadora la tarea pero aún más imprescindible y necesaria.
Cada vez que le hinco el diente a esta materia, se me acusa de falaz, porque supuestamente mi reclamo estaría basado en el simple interés comunicacional de aparecer como un ser excepcionalmente lleno de bondad. Y de pasar la barrera de la desconfianza sería naif, ingenuo, voluntarista o hasta Heidi bajando de la montaña con un atado de buenas intenciones cuando más allá de estos idílicos parajes patagónicos (e incluso dentro de sus límites) la odiosidad está a la orden del día y, más aún, es tanta la necesidad que no hay tiempo ni ganas ni se ven beneficios directos en ser positivo, y que lo más fácil y rápido (algunos piensan que incluso necesario) es desconfiar, competir, desplazar.
Está claro que a todos se nos cae el discurso. En más de alguna ocasión me he atrapado atacando a una persona que piensa distinto a mí y endilgándole las más variadas intenciones. Pero sea cual sea el motivo, en un intento racional me hago cargo de que la realidad no necesariamente es así. O, mejor dicho, la realidad que yo quiero vivir no.
Lo sé. Es ésta una aspiración ficticia porque el sentimiento de venganza forma parte de la existencia humana, sea por instinto (aunque me cuesta creerlo) o por culturización, más aún cuando tanto en la literatura como en la televisión aparece como el más recurrido de los placeres. ¿Quién no se ha sentido bien cuando luego de pasar múltiples humillaciones el jovencito de la película llega como el poderoso del barrio a vengarse de quienes lo han agraviado? ¿Quién no ha leído ese libro en el que el subalterno vilipendiado logra ser el jefe de todos sus maltratadores? La Biblia está llena de pasajes en los cuales el Señor del antiguo testamento las emprende contra los pecadores mientras se salvan los que se portaron bien y siguieron al pie de la letra sus enseñanzas. Por cierto que la aparición de Jesucristo cambió un poco el orden de las cosas, donde el amor pasa a ser el motor principal y, aunque en algunas enseñanzas uno puede estar en desacuerdo, se le agradece tal máxima inspiradora. A él o a las múltiples manos que idearon la magna historia por la cual, en honor a la experiencia es necesario reconocer, muchos bienes y males se han hecho a lo largo de la historia humana.
Reitero. Es cierto que nuestra vida está definida tanto por valores, actitudes y comportamientos que consideramos positivos como negativos. Creo fehacientemente que todos tenemos dosificados en nuestra mente y alma cada uno de los elementos que nos instala todo proceso de socialización: amor, odio, envidia, solidaridad, egoísmo y un largo etcétera con el cual se podría alfombrar el camino hacia la plenitud. Proceso bastante estudiado por la sicología.
Toda esta discusión quedaría sólo hasta esta pragmática conclusión si no fuera por un concepto que limita el desbande de nuestras pasiones y sentimientos. La ética, que no es más que hacer coherentes nuestro pensar y actuar individual con los valores y principios que mueven a la sociedad.
Por eso, la discusión hoy debiera ser ¿cuál es la ética de la sociedad chilena? Porque es la poca claridad con respecto a lo que nos mueve como nación, a pesar del amor que tenemos los chilenos por nuestra idiosincrasia, la que permite las injusticias que tantos viven, el centralismo que a tantos agobia, la desigualdad que tantos dicen que avergüenza, el clientelismo que subyuga la dignidad mientras adormece la claridad sobre los cambios de fondo que Chile requiere.
Es cierto, estas palabras no son de alta política. Están dirigidas a la alta humanidad, la humanidad en su sentido más ético. Ésa que muchos nos negamos a pensar que valida la venganza y el odio como sentimientos a los cuales haya que condecorar. Ésa que forma parte del país que, a la vez, queremos construir.
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Fotografía: Santiago Nostálgico / Licencia CC
Comentarios
29 de mayo
al igual que tu estoy cansado de la mala onda que impera en este pais, que creo viene de no hablar las cosas con sinceridad y de hacerse muchos lios para decir las cosas, saludos
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29 de mayo
Interesante reflexión.
No obstante, me parece que la ética no es “hacer coherentes nuestro pensar y actuar individual con los valores y principios que mueven a la sociedad”. Eso es fácil. Es fácil seguir a la masa, lo que lleva la ola, lo que dicta la moda o lo que la sociedad considera moral o bueno.
Lo difícil es defender principios que gracias a la reflexión, luego se consideran más éticos que otros en un momento en que la sociedad o una mayoría caminan en otro sentido.
“¿Cuál es la ética de la sociedad chilena?” Más bien ¿Qué ética compartimos?
Creo que nos falta mucho por reflexionar.
Saludos y paz
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