En plena crisis de pandemia por el coronavirus y su enfermedad COVID-19, es imposible no pensar y releer sucesos del pasado como la peste negra, la llamada gripe española y más por nuestros días el SARS o MERS. En la primera de estas es Italia el centro de atención de los historiadores, como el día de hoy la península parece sucumbir como lo hiciera en el medioevo.
Pero no todas las “coincidencias” conducen a Roma, también lo son los síntomas por ejemplo que presentaban los enfermos en el s.XIV, esto es, tos seca y un alto estado febril. Todos hemos oído hablar hasta la saciedad de la “cuarentena”, concepto acuñado precisamente en medio de la peste negra en Venecia para que los genoveses no bajarán hasta 40 días después de haber atracado con sus barcos.
Es increíble cómo la historia del hombre se va repitiendo con matices, pero confirmando la teoría de una cierta ciclicidad en la historia, por mucho a que se empeñen en presentárnosla como una línea temporal, como si los hechos por sí mismos marcaran un cambio de época desde la invención de la escritura hasta nuestros días.Ad portas al aggiornamento inevitable para que podamos compatibilizar el desarrollo económico con el bienestar de las comunidades y medio ambiente es, para muchos optimistas, el momento de un Renacimiento 2.0 en que el ser humano se imponga por sobre las corporaciones y la injusticia.
Otra de esas coincidencias es una que sonará muy superficial, pues trata de los fabricantes de perfumes. Sí, los tres sitios de fabricación de perfumes Dior, Guerlain y Givenchy, pertenecientes a un grupo económico dedicado al lujo, empezaron a fabricar alcohol gel para donar a los hospitales franceses ¿y qué con la peste negra? Pues fueron los fabricantes de lociones y aceites aromáticos junto a los alquimistas los precursores de la química, pasos infantes de la ciencia moderna.
Es tal el giro para la humanidad en el Renacimiento que se calcula, según estudiosos, que de los 8 inventos en 10 siglos de Edad Media, saltamos a la no despreciable suma de 400 descubrimientos científicos en apenas 3 siglos de renacer.
Hoy vivimos días en los que muchos pensamos se respiran aires nuevos, que no es posible seguir por el sendero que nos haya llevado hasta la desgracia de tener que lamentar nuestra esclavitud moderna para costear el colapso de la biosfera. Un sinsentido.
El Renacimiento fue producto de un desgaste social, religioso, político, económico e ideológico que provocó pequeños temblores en distintos puntos del mundo y que finalmente llegaron al terremoto social como el principio de una renovada forma de hacer mundo. ¿No les suena la menos parecido?
En esos días del medioevo existía la misma o quizás mayor frustración social por la excesiva concentración de la riqueza, una rebeldía por las condiciones de vida tan deplorables que tenían los estratos inferiores, muy parecida a la que escriben los tabloides hoy en pleno s.XXI.
El paradigma de que los reyes, nobles y altos prelados de la iglesia eran de origen divino, se destruye con el advenimiento de la peste. Como en esos días, se respira la resistencia del espíritu humano por sobre una época de corrupción moral.
Una de las características más definitorias del Renacimiento es el antropocentrismo, esto es, un punto de vista metafísico, epistemológico y ético que sitúa al ser humano en el centro de la reflexión filosófica, en particular, y de la cultura, en general. Para nuestros días es definitorio el concepto de Antropoceno o cómo es que la forma de generar civilización ha hecho que quebremos los delicados equilibrios ecológicos. Sigue por tanto al centro el ser humano, eso al menos en el terreno de las definiciones, pero siendo francos ¿hoy lo está? ¿Es el centro del universo el ser humano? ¿Es a lo menos la concepción de humanidad que surgió en el renacimiento? Lo dudo. Es más bien claro que el Antropoceno es un mal nombre para responsabilizar a la sociedad de la responsabilidad de un selecto grupo de plutócratas que han atesorado los bienes para seguir agrandando sus billeteras con la promesa de que algún día habrá para todos.
Pero qué pasó para que Dios dejará de ser el centro del universo para el mundo. Difícilmente fueron las lecturas de Platón las que hicieron este giro de 180 grados. Más creo fue ver la pandemia desatada en una Europa desolada por la muerte en sus calles. Como hoy, probablemente no sea la debacle de una Iglesia sin legitimidad la que haga que las personas no tengan un desarrollo espiritual.
En estos días distópicos que enfrentamos, el futuro no parece ser ni un mundo más seguro ni menos uno viable, por la sencilla razón que nos enfrentamos, querámoslo o no, a tener que innovar seriamente en nuestra manera de producir bienes y energía, ya que no es comprensible que sigamos en el mismo camino que nos ha tiene al borde del colapso.
¿Será esta nuestra peste negra para cimentar el nuevo mundo? Ad portas al aggiornamento inevitable para que podamos compatibilizar el desarrollo económico con el bienestar de las comunidades y medio ambiente es para muchos optimistas el momento de un Renacimiento 2.0 en que el ser humano se imponga por sobre las corporaciones y la injusticia. Otros, más escépticos lo ven con distancia, y cómo no, si ellos mismos ya fueron jóvenes y pueden haber visto quizás en los ’60 los aires de cambio que necesitaba el mundo para ventilarse del despiadado salvajismo de la sociedad contemporánea.
Esta es una nueva oportunidad de poner en el centro del universo a las personas ¿Cómo ponemos nuevamente en el centro del universo a las personas? He ahí el desafío del milenio. Retornar al ser gregario que nos permitió hace miles de años lograr sobrevivir en el planeta que hoy también nos necesita para frenar la desaparición de la biodiversidad. ¿Quiénes serán los nuevos Da Vinci? Probablemente los que pueden llevar adelante economías circulares y de cooperación, nuevos exponentes del arte que se desliguen del marketing y el ego. Nuevos emprendedores que fortalezcan los beneficios sociales por sobre las regalías de los acreedores.
Nuevas reglas del juego medio ambiental para castigar a los extractivistas y premiar a los conservacionistas. Poner a la naturaleza por sobre la economía es al parecer la chance para que podamos permanecer algunos siglos más sobre este planeta y enaltecer a la solidaridad como el único bien común posible para conformar sociedad.
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