La idea de una Renta Básica Universal –RBU- que se analiza en el mundo desde el siglo 16 hasta nuestros días, y que consiste en la entrega a las familias ‘target’ de un ingreso en dinero y sin condiciones, ha sido considerada en distintos momentos de la historia incluso por sectores ideológicamente afines a la derecha chilena.
Es el caso del Presidente Richard Nixon de EEUU, conocido precursor del golpismo en Chile, quien en respuesta a una solicitud escrita que le formularan 1.000 economistas, propuso como respuesta proporcionar “dinero en efectivo directamente a las familias, sin condiciones, y aprobada dos veces por la Cámara de Representantes, pero rechazada por el Senado.”(1). Milton Friedman, poco amigo de los estados de bienestar, y más bien propulsor del capitalismo salvaje que se hizo hegemónico en Chile, también “la defendió como una forma de impuesto negativo sobre la renta”. (2). Por el contrario, desde el otro arco ideológico y movido por ideales de justicia social en las comunidades afrodescendientes de este país del norte, la RBU fue parte de la lucha que impulsó la figura de Martin Luther King Jr.
Como se puede ver, las motivaciones alrededor de la idea de RBU pueden ser distintas y variadas. Mientras por un lado ha habido quienes la han acogido como una forma de bloquear el desarrollo de los estados de bienestar,( Nixon, Friedman), por la vía de contener los excesos del capitalismo y evitar sus riesgos de implosión o estallido social a la chilena, pero principalmente para debilitar al Estado o colocarlo al servicio del mercado; otros, como Luther King y muchos más a lo largo del tiempo, lo han hecho motivados por un genuino interés por redistribuir la riqueza.
En el contexto de crisis generada por la pandemia, esta ha tenido el efecto de impulsar a los gobiernos a ir mucho más allá de sus programas habituales de ayuda a las familias, flexibilizando sus transferencias directas asemejándose mucho a formas de RBU. Es decir, poniéndose a la altura de la contingencia brutal que ha generado la pandemia y subordinar, aunque solo sea por un momento, sus particulares visiones de mundo a la realidad que continua golpeando a la humanidad. No obstante ello, los temas de fondo que vienen siendo justamente relevados son aquellos endémicos vinculados con la hiperconcentración de la riqueza en cada vez menos manos, el deterioro de la cosa pública, entre las que destaca la crisis de las Instituciones, de la política y de la propia democracia, además de la emergencia climática que el mundo científico viene destacando desde hace algunas décadas, entre otros.
Desde antes de la pandemia, sin embargo, la RBU viene siendo sometida a intensas investigaciones y estudios de caso. Pruebas piloto se han desarrollado en Finlandia, 2017-2018,(3) orientada a 2.000 ciudadanos cesantes con un pago mensual por dos años; en la provincia de Ontario, Canadá ha habido proyectos similares, al igual que en Alemania, Países Bajos y España.
En el estado de Alaska, EEUU, la RBU es una realidad desde 1982. Se trata del Alaska Permanent Fund, que reparte una parte de los ingresos provenientes de la extracción del petróleo a cada residente adulto. Similar experiencia es la del municipio de Maricá, en las cercanías de Río de Janeiro, que adoptó como política de financiamiento la utilización de recursos provenientes de la exploración petrolera.(4). La evidencia que han arrojado estas experiencias es que las personas, al recibir ingresos por el concepto de RBU, no dejan de trabajar, en muchos casos asumen nuevos emprendimientos, mientras que a nivel de las comunidades mejoran tanto los resultados en educación y salud mental y disminuyen los índices de delincuencia. Algo radicalmente distinto a los prejuicios de algunos grandes empresarios chilenos, que ningunean sin límite ni consideración al resto de sus compatriotas, cuando de proteger sus privilegios se trata.
Además de los efectos de la pandemia en la economía, existen otros factores que en los próximos lustros pueden llegar a ser altamente disruptivos para las relaciones sociales. Es el caso de la revolución tecnológica en curso que ha corrido en paralelo a la pandemia y que en algunos aspectos como por ejemplo el teletrabajo y la formación en línea, que han dado saltos siderales en cantidad, mas no necesariamente en calidad ni en equidad en los accesos, han venido a fortalecer otras tendencias que ya antes de la pandemia estaban puestas en la retina pública: e-commerce, automatización de servicios y procesos productivos, robotización, etc.
A la luz de estos procesos, las preguntas que surgen son, ¿cuántos puestos de trabajo podrían ser destruidos por la implementación de estas tecnologías al cabo de la pandemia? ¿Cómo podrán sobrevivir aquellos que no sean absorbidos por los mercados laborales que emerjan de estos procesos o que simplemente no logren readaptarse a estas nuevas realidades? ¿Seguiremos en Chile con los mismos programas sociales burocráticos de hiperfocalización que no han dado cuenta de las necesidades impuestas por la pandemia y que al cabo de las décadas tampoco han dado muestras de eficiencia para disminuir la pobreza?
Estamos hablando de varios cambios simultáneos en las relaciones sociales impulsados por la tecnología, la globalización y la crisis económica que ha generado la pandemia, que de no ser debidamente atendidos, es decir, evitar que sea el mercado el que lo haga al margen de la realidad de un país como Chile, asfixiado por relaciones sociales y económicas hipermercantilizadas, solo pueden contribuir a ahondar la fractura social expuesta ya existente.
Como bien lo señala Álvaro Ramis, Rector de la Universidad Humanismo Cristiano, vivimos un periodo cruzado por varias transiciones: “La transición demográfica: Envejecimiento de la población y baja natalidad. Transición económica: Tránsito hacia una economía post industrial basada en el conocimiento y la inversión en capital humano, pero con altas cuotas de cesantía estructural y precariedad laboral. Transición tecnológica: Digitalización acelerada, cambios en el coste de los transportes, deslocalización de empresas y reducción de las distancias. Transición política: Procesos de pérdida de soberanía de los Estados nacionales hacia entidades más amplias (UE, CELAC, etc.) o devolución vía descentralización (gobiernos federales, locales).” (5).
Por esas mismas transiciones en curso es que, si bien la RBU es la mejor salida a la crisis social en el marco de la pandemia, como política social que introduzca elementos de justicia redistributiva, debe ser vista más allá de la pandemia. La RBU no es ninguna panacea y en realidad también esconde trampas. La principal es que desde una visión neoliberal, puede ser utilizada para evitar que el Estado asuma su rol de garantizar la provisión de servicios sociales esenciales para la convivencia tales como salud, educación y pensiones dignas y suficientes, para reemplazar su rol mediante un monto de dinero a través del cual las familias compren estas prestaciones en el mercado. Esta es la trampa que es preciso evitar. La RBU no es un voucher para seguir haciendo más de lo mismo.
La evidencia que han arrojado estas experiencias es que las personas, al recibir ingresos por el concepto de RBU, no dejan de trabajar, en muchos casos asumen nuevos emprendimientos, mientras que a nivel de las comunidades mejoran tanto los resultados en educación y salud mental y disminuyen los índices de delincuencia.
La RBU, como hemos tratado de mostrar en estas líneas, y para ir concluyendo, va mucho más allá de derechas e izquierdas. Por cierto que, al igual que en todos los asuntos de la vida, la riqueza y el poder, las visiones de sociedad también están presentes acá. Hacia el futuro a construir en el marco de un estado social de derechos, imprescindible para Chile, en todo caso, la RBU debe entenderse como una política social que en modo alguno reemplaza otras prestaciones básicas para una vida digna y en comunidad.
Y que la Nueva Constitución deberá garantizarle a todos los habitantes de Chile.
Webgrafía
1.- https://www.technologyreview.com/2021/05/07/1024674/ubi-guaranteed-income-pandemic/
2.- Idem
4.- https://www.dw.com/es/renta-b%C3%A1sica-universal-utop%C3%ADa-u-opci%C3%B3n-real/a-56336554
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abechtold
Obviamente cualquier cosa se puede presentar para que se vea de tal o cual forma.
Pero, solo para graficar el tema, para que no se vea tan simple como se muestra, hagamos un ejercicio: Pensemos en un pais de 96 personas; hay un superrico en el pais (llamese Luksic, o Bill Gates, o quien sea). Obviamente a el le tienen que quitar la plata para darsela a todo el resto, que vive de el flamante RBU. O sea, digamos que el superrico gana 100, le quitan 95, y esos 95 se lo dan a 95 personas. O sea, tenemos un rico-mediano que tiene 5 y el resto 1. Digamos que ya es raro que el superrico quiera seguir en el pais si le quitan 95 de cada 100, pero por otro lado…¿de quien se nutre el político que quiere repartir esos 95?…Eureka! del superrico. O sea, si el superrico dice que quiere un camino pavimentado hasta su casa, o que quiere reservar el palacio presidencial para una fiesta privada..¿le van a decir que no?…
Entonces, finalmente, el RBU no es otra cosa que CLIENTELISMO, en el que la gente depende del Estado para su mesada; y el Estado depende del superrico, por lo que se construye una relación de dependencia. Peeero….los que siempre se llevan su parte, los politicos.