A mí ya no me interesa lo que tengan que decir en los debates de primarias el candidato X o Y. El actual estado del debate presidencial en Chile – al igual que las maquinaciones de sus dirigentes de equipos de fútbol – se ha convertido en un lamentable show de elogios a logros cuestionables del pasado; promesas tras los paupérrimos 90 minutos jugados de que se harán las cosas mejor en el próximo encuentro; y desvíos de grandes sumas de dinero que, en vez de armar un equipo decente querido por la hinchada, se gastan en camisetas y banderitas que intentan desesperadamente distraer su mirada del lucro desmedido y constante de sus dirigentes.
Como buen amante del buen fútbol, no soy ”partidista” sólo por identificarse con un equipo en particular, sino por primeramente disfrutar de un buen partido fuera de la cancha, donde el fair-play ciertamente cuente. Y como buen chileno crítico, se me hace urgente el interpelar con dureza a sus jugadores y técnicos, desde las graderías, para que me demuestren su grado de compromiso concreto y real con el país, tras tanta finta y poco gol.
Futbolísticamente hablando, estos debates presidenciales de primarias no son otra cosa que verdaderos play-offs de cara a la Copa Presidencial que se juega cada cuatro años, según las últimas enmiendas a las reglas del juego. En estos play-offs, han de clasificar a la gran final aquellos clubes grandes que hayan hecho sólidas campañas capaces de encantar al votante. La solidez de sus tácticas y estrategias sin embargo, no parecen lograr su efecto cometido en el fin más allá del medio. De representativo, el actual campeonato tiene bastante poco; pero de sponsors, publicidad y comerciales se usa y abusa a destajo.
Hay algo que estos jugadores de los debates de primarias no están entendiendo: no es la sobrevivencia de sus equipos post-campeonato presidencial de este año lo que debe disputarse. Tampoco lo es seguir concretando traspasos millonarios de dudosa procedencia para remodelar estadios ni mantener sus planteles. En fin, estos jugadores siguen creyendo que atacando desordenadamente a sus contrincantes – recurriendo a fouls y reclamos constantes – puedan anotar un gol de media cancha en el último minuto para quebrar un aburrido empate binominal.
Se le está faltando el respeto al público con el nivel mostrado en la cancha. Y por público entiendo al “pueblo” en su acepción más amplia y democrática: el vulgo, la masa, la colectividad chilena en su conjunto. Incluye por cierto a aquellos que vestidos con los colores de sus equipos, despliegan sus banderas y los alientan a viva voz; aquellos que prefieren ver el espectáculo desde su casas, ya sea prestando atención el tiempo todo u optando por el zapping y la parrilla; y finalmente los que no “están ni ahí”, pero se entretienen haciendo toscos graffiti en contra del juego y sus jugadores en los muros del estadio.
Como público me dirijo entonces a ustedes, los 6 señores semifinalistas de estas poco representativas y mediáticas clasificatorias entre cuatro paredes. Entiendan de una buena vez: sus copas de antaño han perdido su brillo y pulcritud, y sus actuales conferencias de prensa post-partido sólo prometen grandes jugadas que no se concretan en la cancha. No están haciendo eco de las voces de otros equipos de ligas menores que no tienen su cobertura mediática pay-per-vote, pero que llaman abiertamente en calles y redes sociales a limpiar la pelota por el bien del país. Ni tampoco son capaces de permitir el recambio sano de jugadores más jóvenes y aprender a retirarse dignamente, no dando lástima ni jugando a nada concreto y efectivo.
Como decía en su despedida de 2001 aquel mítico guerrillero del fútbol que fue Diego Armando Maradona:
Se le está faltando el respeto al público con el nivel mostrado en la cancha. Y por público entiendo al “pueblo” en su acepción más amplia y democrática: el vulgo, la masa, la colectividad chilena en su conjunto. Incluye por cierto a aquellos que vestidos con los colores de sus equipos, despliegan sus banderas y los alientan a viva voz; aquellos que prefieren ver el espectáculo desde su casas, ya sea prestando atención el tiempo todo u optando por el zapping y la parrilla; y finalmente los que no “están ni ahí”, pero se entretienen haciendo toscos graffiti en contra del juego y sus jugadores en los muros del estadio.
El fútbol es el deporte más lindo y sano que existe en el mundo. Eso no le quepa la menor duda a nadie. Porque se equivoque uno no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué. La pelota no se mancha.
En su emocionante despedida del fútbol frente a una épica hinchada, mostró su emoción, agradeció, pidió perdón… y dejó un mensaje de esperanza. La pelota – el motor todo el juego, que se infla con vocación en vez de dinero – no se mancha de soberbia ni insensibilidad, cuando se agradece al público por todo el apoyo de tantos años aguantándolos. No he escuchando a ninguno de sus actuales participantes dirigirse en TV para dar las gracias por seguir manteniéndolos económicamente torneo tras torneo, o por tenerles tanta paciencia sin hacerles miserables la vida.
La pelota tampoco se mancha de descaro ni desfachatez, cuando se pide perdón sinceramente frente a las cámaras por los vicios consumidos y los errores cometidos. No he oído un mea-culpa sincero de ningún jugador en estos debates, sea de la liga que sea (presidencial, ministerial o comunal). Se creen estrellas infalibles, que olvidan el hecho de que juegan para nosotros… y no al revés.
Y finalmente, la pelota no se mancha cuando se invita al público a seguir un ejemplo, un modelo de rectitud y humanidad. El día que uno de estos jugadores reconozca frente al país al igual que el Diego que se equivocó y pagó, pero que la pelota no se mancha, tendrá ciertamente mi admiración y posible voto. Antes jamás.
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