El Chile que estamos viviendo en estos días me ha hecho recordar una frase que leí hace años en un boliche capitalino, en una pequeña pizarrita que colgaba junto a la cocina: “hay pero no queda”.
Esta frase, propia del ingenio chileno, que agregaba más aliño al lugar puede perfectamente ser usada para hacer una radiografía de lo que es nuestro país hoy. Lo que aparentemente suena chistoso esconde un fondo triste: el de las medias tintas, de las cosas a medio hacer, de las buenas intenciones sin llegar a puerto.
La celebración del Bicentenario es un ejemplo del “hay pero no queda:” festival de luces, parafernalia, nacionalismo de última hora, próceres que se daban la mano aunque en la tumba estuvieran revolcándose del asco, pero nada concreto que sintetizara el espíritu de la celebración. Tal vez sea porque recién debemos celebrar el Bicentenario en unos cuantos años más, cuando realmente se conmemora la fecha en que fuimos capaces de auto gobernarnos y no ahora, cuando sólo debemos conmemorar la “intención de legislar”, como dirían los honorables.
Frente a los mineros bajo tierra también actuamos bajo la lógica del “hay pero no queda”: Existe gran conmoción por los 33 -entendible por la suerte que están viviendo-, y se siguen sus pasos día a día, gracias a los despachos de noticias de cada minuto. Guardando las proporciones, es el mejor reality de la televisión local. Pero no hay preocupación por los miles de otros trabajadores tan esforzados y olvidados como son los pescadores artesanales, los temporeros(as), que trabajan sin los mínimos resguardos laborales y que no tienen la “suerte” de tener instaladas cámaras de televisión cubriendo, con cierto morbo, su quehacer cotidiano.
Los mapuches son otro ejemplo del “hay pero no queda”. Hemos escuchado argumentos de diversa índole sobre la legitimidad o no de una huelga de hambre; sobre quiénes serían más responsables de la situación de exclusión que viven ellos y el resto de los pueblos originarios. Somos testigos de mea culpas de un lado y enrostramientos del otro. Pero no hemos visto acciones concretas, sinceras y honestas. Hay discurso, pero no acción. Las propuestas que da el gobierno son a medias; las demandas de los mapuches son completas. Hay iniciativas pero no queda voluntad de asumir el conflicto en su conjunto.
¿Qué podríamos esperar de un país donde se dice que hay tanta solidaridad, tanta colaboración entre los hermanos, que somos capaces de sobreponernos a cualquier debacle, sobre todo si ésta es natural, y emocionarnos y movilizarnos por el dolor ajeno, pero esto no se corresponde con las acciones de quienes debieran liderarlas? ¿Seremos más quienes queremos que quienes pueden?
Un país así, dividido entre los que dicen que hay – que son mayoría- y quienes dicen que no queda, podría ser un buen augurio de desarrollo, siempre y cuando quienes dicen que hay voluntad, ánimo y fuerza para cambiar las cosas tengan el poder de cambiarlas.
Pero el caso chileno no es así. La minoría que dice que no queda tiene hoy el poder para difundir y comunicar excusas por las cuales no se pueden cambiar leyes, modificar artículos, reorientar el gasto público, abrir espacios de debate.
Mientras sigamos siendo el país del “hay pero no queda”, seguiremos siendo sólo una propuesta de país moderno, democrático y solidario, sin que exista posibilidad alguna de decir que “hay y que queda”. Y que queda para todos.
* Daniela Jorquera Beas, Socióloga
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Imagen: Graffiti de Bansky
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