La bandera más hermosa en un concurso de principios del siglo XX. El segundo lugar entre himnos nacionales de todo el mundo, sólo detrás de la Marsellesa. El país más bello del planeta.
Esta particular forma de percibir la realidad, que nos hace sentir el centro del universo, los ingleses de Sudamérica, el hoyo del queque, es también conocida como ombliguismo.
Sea que el desierto nos flanquea por el norte, Los Andes por el oriente, la Antártica por el sur y el Pacífico por el occidente, la verdad es que siempre nos hemos sentido especiales. Excepcionales. De lo cual algo hay, claro está, pero tampoco tanto si somos parte de una misma especie. Efectivamente fuimos suelo del primer presidente socialista electo democráticamente, a quien un par de años después le secundó ser laboratorio del neoliberalismo. Por primera vez en el mundo se aplicó la paridad de salida para un proceso de nueva Constitución y, en contraparte, rechazamos una de las más progresistas cartas fundamentales de Sudaméricade las que se tenga memoria.En un mundo cada día más global, es preciso tenerlo claro. Y los medios pueden, y deben, ser parte de entregar esta fundamental información
Pero más allá de aquello, nuestro aislamiento global ha hecho mella en la manera en que vemos el mundo. Nos cuesta, a veces, entender dónde estamos parados, mirarnos en el contexto planetario, cada día más difícil gracias a las teorías conspiranoides que las emprenden cotidianamente contra el así llamado globalismo, incluido en ello el respeto de los derechos humanos, los necesarios avances en igualdad de género, la urgencia que imprime la crisis climática.
Día a día cierto chovinismo rampante nos seduce en pos de rechazar ideas que llegan más allá de nuestras fronteras. ¡Como si nuestra lengua, forma de gobierno asociado a la democracia y la figura de las libertades individuales no tuvieran su origen en reflexiones extramuros! Claramente lo local es fundamental, por un tema cultural pero también de sustentabilidad y responsabilidad ecosistémica, pero tal se da en un concierto de interrelaciones más allá de la punta de nuestra patriótica nariz.
En esta forma de ver el mundo (nuestro metro cuadrado, más bien), los medios gran responsabilidad tienen. Y en ellos, la prensa.
Hace algunos días, navegando por los informativos centrales de la televisión abierta, me topé con una joven periodista de Chilevisión dando cuenta de los últimos acontecimientos del orbe. Conducía el segmento internacional.
A estas alturas del partido, está claro que mucho de lo que ocurre puertas afuera del país nos afecta. No sólo la crisis climática, también la guerra en Ucrania, un paro masivo en Estados Unidos o una megasequía en Rusia. Y qué decir de un estornudo en China, que el resfrío será planetario. Algo así fue lo que ocurrió, en todo caso, con la reciente pandemia del COVID.
Pero retornando a lo que nos convoca, en el citado segmento internacional nada de esos fenómenos extranjeros con efectos locales fueron mencionados. La sección mostró una persecución policial por una carretera de Estados Unidos, más un par de otras historias del mismo tenor donde lo único relevante es que no ocurrieron en Chile. En concreto, contenidos enfocados en la anécdota, que pocazo aportan a entender el mundo en que estamos inmersos. Y tomar decisiones propias en base a dicha información.
Los medios de comunicación, más aún los que cuentan autorización de uso de bienes nacionales de uso público como es el espectro readioeléctrico, cumplen un rol en la sociedad. Lo quieran o no, no son sólo espejo de la realidad, en su desempeño van moldeando a las personas y, a través suyo, las sociedades.
Es en este contexto que lo que se informa no es neutral. Nos informa minuto a minuto, día a día, semana a semana, sobre lo que hay allá afuera. Y nos convence de una forma de analizarlo. En el ejemplo mencionado el mensaje es que nada relevante para nuestras vidas ocurre en el concierto internacional. Que sigamos mirándonos al espejo, sin aportar a una comprensión que permita prepararnos ante los fenómenos planetarios (humanos, climáticos) y asumir nuestra responsabilidad local y global.
Fue Ray Bradbury, el afamado escritor de ciencia ficción, quien dio amplia visibilidad al concepto de “efecto mariposa”, que miles de años atrás ya estaba contenido en el proverbio chino “El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”. En su obra “El ruido de un trueno“, sobre los viajes en el tiempo, el autor da cuenta de cómo un cambio mínimo en un lugar (precisamente una mariposa aplastada) puede tener gigantescos efectos en términos espaciales y temporales.
En un mundo cada día más global, es preciso tenerlo claro. Y los medios pueden, y deben, ser parte de entregar esta fundamental información.
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