Desde que irrumpió como un torbellino y se apoltronó en el living de gran parte de los hogares del mundo, la televisión se ha transformado en un eficiente modelador de conciencias y personas. Y, a través de ellas en tanto seres colectivos, de las sociedades.
En su rol socializador primero compitió con la familia y la escuela, pero a poco andar las superó con creces transformándose en el medio de comunicación de masas por excelencia. Hoy por hoy, a pesar de las redes sociales y de otras plataformas digitales, sigue cumpliendo una función esencial. Por lo menos para las personas de más edad: según el Anuario del CNTV del año 2021 durante la última década los adultos mayores aumentaron su consumo de TV en un 44 %.Aunque es cierto que una bolsita de té más, una bolsita de té menos no terminará con la triple crisis ecosistémica global, siendo que es el extractivismo el que hay que enfrentar, cambiar el lenguaje es parte, también, de la solución
¿Qué es lo que ve la gente? El mismo informe consigna que “de lunes a viernes, entre las 6 de la mañana y la medianoche, el 91% del consumo televisivo se concentra en informativos (25,1%), telenovelas (22,6%), conversación (16,8%), matinales (15%) y misceláneos (11,3%)”.
Tras las noticias están las comedias, dicho en jerga chilena. Las soap opera de los estadounidenses. Dada su penetración, no es superfluo analizar los relatos de este mundo ficticio que entretiene, pero que a la vez moldea.
Buscando un dato hace pocos días me topé con un fragmento de La Fiera, la telenovela que a fines del siglo XX transmitió Televisión Nacional de Chile. En ella, Ernesto Lizana (interpretado por Alfredo Castro) reconvenía a su mujer Rosita Espejo (caracterizada por Amparo Noguera) por no cuidar la economía familiar. Una frase recurrente del marido, que ya forma parte de la cultura popular y el hablar cotidiano, es “tanto derroche”, aludiendo a su preocupación por lo que a su entender es la predisposición de su mujer al despilfarro.
Lizana es un avaro y egoísta empresario naviero, informan las reseñas de TV (tuve que recurrir a ellas, no seguí la serie). En su amarrete cruzada realiza inauditas exigencias, desnudando un ser sólo preocupado de su bolsillo.
Gran parte de los verdaderos edictos del personaje son estrafalarios. Mal que mal, es una obra que busca exagerar las situaciones para generar un efecto cómico. No pretende educar, aunque -quiéralo o no- lo hace. Es en este proceso de caricaturización que pagan justos por pecadores.
En la escena Ernesto solicita a Rosita la bolsa de té que ella ha usado para él también poder utilizarla. Evita así descartar (con el consiguiente ahorro) lo que aún considera sirve. Y en otra, dictamina que ya no se comprarán pañales desechables sino que se recurrirá a los de género, como antaño. A costo de que quien los lavará será su esposa.
El tono y la música ambiente tiñen de absurdo sus planteamientos. Son las prácticas lógicas de un individuo tacaño, insignificante en su obsesión por el ahorro máximo. Un remedo de ser humano al cual nadie, en su sano juicio, se quiere parecer.
Ambas secuencias forman parte de una visión que cuestiona, se ríe en este caso, de prácticas que no debieran dar pie para la burla. Comprobado ya está que el vigente modelo de extracción/producción/consumo/descarte bastantes problemas ha traído a la humanidad, y al planeta claro está, para que no asumamos la necesidad de enmendar el rumbo.
No se trata de ser grave.Tampoco fundamentalista. Sólo de ir apreciando esos pequeños detalles que, como garrapatas conceptuales, se nos aferran a la piel alimentándose del sentido común de la responsabilidad colectiva. Pequeños códigos que retrasan el cambio de paradigma y que a estas alturas tendrían que estar obsoletos.
La Fiera se emitió en 1999, hace casi 25 años. Revisar los productos culturales que nos trajeron hasta acá para así pesquisar lo que debiéramos ir modificando es una tarea cotidiana y necesaria. No para enjuiciar guionistas ni perseguir intérpretes. Al igual que con las tradiciones, para mirar el pasado e interpretarlo a la luz de nuevos conocimientos y principios.
Las peleas de gallos, el derecho de pernada y el palomeo de rotos han sido parte de la tradición del Chile profundo (a propósito de las Fiestas Patrias), lo que no significa que estén escritos en piedra y no puedan ser escrutados en base a nuevos acuerdos sociales. Porque claramente es preciso entender los contextos de las épocas, pero también aprender de los errores.
Las obsolescencias programada (aquella que evita intencionalmente la durabilidad de los artefactos) y percibida (la que nos impulsa a renovar lo que aún sirve), son ideas y prácticas que se fueron instalando en el mundo de lo desechable, que moldearon nuestra visión de sociedad.
Aunque es cierto que una bolsita de té más, una bolsita de té menos no terminará con la triple crisis ecosistémica global, siendo que es el extractivismo el que hay que enfrentar, cambiar el lenguaje es parte, también, de la solución. Y en esto asimilar que el derroche, de todo tipo, nunca debiera ser una opción social ni menos aún ambiental.
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