Un seminario de esa naturaleza atenta contra los derechos humanos. Así de claro. Con estos actos, la universidad contribuye a su propio desprestigio, al tiempo que humilla a todos los miembros de la comunidad universitaria que presentan orientaciones sexuales diversas. El activismo y las organizaciones del mundo social no vamos acallar frente a actos como el del martes pasado.
Entre cuatro paredes y con un hermetismo digno del homenaje a Krassnoff, lo más reaccionario del conservadurismo chileno se reunió para discutir sobre educación y discriminación. Sobre cómo educar en (y para) la discriminación, claro.
Esto podría haber sido poco más que una reunión del aspiracional Tea Party chilensis, de no haberse realizado en la casa central de la Universidad Católica, y si el foco no hubiera sido, como efectivamente fue, la socialización del manual de cortapalos para “sanar” homosexuales, una especie de Malleus Malificarum del siglo XXI.
En ese mismo acto se exhibieron, cual zoológico humano, tres casos de gays y lesbianas “reparados” en su orientación, uno de ellos in situ; el resto, a través de videos. Quien lo hizo en persona, declaró haber sido homosexual a los 14 años. Haber sido sometido a terapia a los 14 años. Y haberse heterosexualizado a los 14 años. Un verdadero milagro.
Tengo tres consideraciones al respecto.
La primera es de fondo. Un seminario de esa naturaleza atenta contra los derechos humanos. Así de claro. Este año, la Organización Panamericana de la Salud, en un documento titulado Curas para una enfermedad que no existe, dice que las terapias de reorientación “carecen de justificación médica y son éticamente inaceptables”. Algunos especialistas las han calificado de “torturas”, pues como expresa el documento de la OPS, “abundan los testimonios sobre los daños a la salud mental y física que produce la represión de la orientación sexual”. Tal es así, que el índice de suicidios de “sanados” o “reparados” es altísimo. No por nada, uno de los precursores de estas terapias, Robert Spitzer, pidió disculpas tras casi una década de aplicación de las mismas, usando estas palabras:
“Creo que le debo a la comunidad gay una disculpa debido a que mi estudio hizo afirmaciones sobre la terapia de reorientación sexual que no estaban probadas. También ofrezco disculpas a cualquier persona homosexual que haya perdido tiempo y esfuerzo en cualquier forma de terapia creyendo que yo había probado que era posible un cambio en individuos altamente motivados”.
En segundo lugar, la Universidad Católica cometió una imprudencia inaceptable –casi criminal- al coorganizar esta actividad. Se lo dijimos al rector Sánchez en una carta privada; se lo dijeron los estudiantes de psicología en un comunicado público. La universidad no se puede prestar para este tipo de actos, porque ello contribuye a su propio desprestigio, al tiempo que humilla a todos y cada uno de los miembros de la comunidad universitaria que presentan orientaciones sexuales diversas. Hablo de autoridades, funcionarios, profesores y alumnos.
Hablemos en serio. La universidad, en esencia, es un espacio para el pluralismo. Y lo del martes fue cualquier cosa, menos pluralista. Peor aún: Raúl Madrid, director del Centro de Estudios Para el Derecho y la Ética Aplicada habría dicho: “esta es mi casa y yo invito a quien quiero”. Léame bien: ninguna universidad que se precie de tal debe ofrecer visiones únicas de mundo a sus estudiantes o a la comunidad a la que sirve. Menos si estas son atentatorias contra la integridad física y emocional de las personas, y si violan los derechos humanos de las mismas.
Una segunda consideración sobre la muy católica universidad: creo que La Facultad de Derecho, tal vez la más conservadora de todas, le está ganando el gallito al rector Sánchez. Y se ufana de ello. ¿Pruebas concretas? Gonzalo Rojas y Cristóbal Orrego, los dueños de la tetera y los scones del Tea Party en la PUC siguen ahí, incólumes, sin haber sido sancionados formalmente por sus expresiones en contra de homosexuales, asesinados y torturados políticos, etcétera. En lo que a mí respecta, Orrego me trató públicamente de “marica”. Si a ello sumamos la prepotencia de Raúl Madrid, “dueño de casa” ayer en la PUC, nos encontramos con un rector sumamente disminuido en su capacidad para ordenar el buque pontificio.
Última consideración. El activismo y las organizaciones del mundo social no vamos a callar frente a actos como el del martes pasado. No porque seamos intolerantes ni porque le tengamos miedo al debate o la libertad de expresión. Esto no tiene que ver con el derecho de cada uno a expresarse, sino con el respeto a las personas y su dignidad. De ninguna forma es aceptable que en un espacio universitario, formativo y hasta ayer de excelencia, se promueva la tortura sicológica, se reivindiquen terapias que han culminado en suicidios, y se violente a los miembros de la comunidad universitaria que presenten orientaciones sexuales distintas. No lo vamos a tolerar.
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