Excepto por su entorno de funcionarios y servidores de palacio y de un sector de fanáticos incondicionales, la gran mayoría de los brasileños ya está convencido de que el ex capitán requiere el apoyo de un profesional de salud mental, debido a que sus comentarios y conductas cada vez se ubican más en una realidad paralela que niega hechos y datos indesmentibles por los organismos internacionales y por los especialistas. Específicamente, el negacionismo de Bolsonaro con relación al impacto y la dimensión que viene adquiriendo la pandemia del Covid-19 ha dejado estupefacto incluso entre sus más cercanos colaboradores, como el Ministro de Justicia, Sergio Moro, o el Ministro de Economía, Paulo Guedes.
Contrario a toda la experiencia recabada en estos meses por la Organización Mundial de la Salud, por epidemiólogos e infectologistas, por centros de investigación y laboratorios farmacéuticos, para Bolsonaro el nuevo Coronavirus no pasa de un “resfriadinho” o una “gripecinha”, tal como lo difundió para todo el país a través de un pronunciamiento en cadena nacional.
Pero no solo eso, el capitán de reserva ha acometido la increíble hazaña de indisponerse con los otros dos poderes de la República, apoyando una manifestación contra el Congreso y contra el Supremo Tribunal Federal, en el cual los convocados exigían el cierre de ambas instituciones. En su delirio por pedir que las personas no se queden confinadas en sus residencias y salgan a la calle para llevar una vida “normal” y no perjudicar a la economía, Bolsonaro también se ha indispuesto con casi la totalidad de los gobernadores y con muchísimos alcaldes por todo el país. A los primeros los atacó por querer realizar una política de “tierra arrasada” y no preocuparse de las personas que deben salir a ganarse el pan diariamente. Por cierto, ningún gobernador está dispuesto a ver como comienzan a apilarse los muertos en sus respectivos Estados y han tratado hasta ahora de mitigar los efectos de la pandemia recomendando la receta ya conocida por todos: lavarse permanentemente las manos, no tocarse el rostro, reclusión en casa, evitar aglomeraciones y mantener una distancia mínima entre las personas.
Estas son las mismas recomendaciones que ha efectuado su Ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, al cual el presidente ya no lo invita a participar a las reuniones de gabinete para tratar del problema del Covid-19. Tal cual, un Bolsonaro delirante y alucinado está boicoteando la labor de su propio ministro y psicólogos, psicoanalistas y psiquiatras se preguntan en este momento que tiene en la cabeza este personaje que parece tener envidia de la enorme popularidad que ha venido obteniendo su ministro de salud entre la población, que lo percibe como una figura responsable, técnicamente capacitada y racional.
Precisamente es esta racionalidad la que el ex capitán ha dado evidentes muestras de no poseer. Siguiendo a su modelo de Estados Unidos, Bolsonaro también se ha dedicado a atacar a la prensa y ha declarado que los periodistas desean destruir su gobierno, en una clara demostración de paranoia y delirio de persecución. Tenemos un desequilibrado instalado en el Palácio de Planalto dicen connotados especialistas y ciudadanos.
En resumen, el presidente de Brasil hoy se encuentra muy aislado y apela desesperadamente a la movilización de sus huestes incondicionales (básicamente evangélicos, clase media antipetista y miembros de la familia militar) para rescatar al país de la amenaza comunista, que quiere destruir los valores y las instituciones. Son justamente estas instituciones las que se encuentran en crisis actualmente, con ministros que realizan actividades a espalda de los extravíos de su jefe y con los otros poderes del Estado en alerta antes la conducta imprevisible del hoy denominado “bobo de la corte”.
¿Cuál es el escenario futuro que se visualiza a partir de esta situación? En principio, la cúpula militar ha decidido entregarle más funciones al Ministro de la Casa Civil y vocero de gobierno, general Walter Braga Netto, el que ha sido designado en el cargo de “presidente operacional”, es decir, una obligación que tendrá entre sus principales funciones la de dirigir y centralizar toda la gestión del gobierno hasta que termine la crisis sanitaria y, consiguientemente, económica y social.
Esto puede significar que en el corto o mediano plazo Bolsonaro se vaya transformando cada vez más en una figura decorativa, que decida cada vez menos, no solo porque hasta ahora se ha tenido que enfrentar a los contrapesos institucionales (léase Congreso y Poder Judicial) sino porque en la práctica va a ser el presidente operacional quien va a asumir las decisiones más relevantes para sacar a la nación de la crisis en que se encuentra. Hasta donde Bolsonaro va a permitir esta ausencia de protagonismo y activar a su “Gabinete del Odio” y a sus bases más incondicionales para provocar un quiebre institucional es algo que no se puede prever fácilmente, pero es una posibilidad. En un contexto de perdida de mandato, Bolsonaro puede activar a sus seguidores para sembrar el caos y generar las condiciones de un autogolpe que le otorgue más poderes en un régimen transformado abiertamente en una dictadura.
Lo peor de este escenario es que en la actualidad no se vislumbra en Brasil un líder con capacidad de tomar las riendas y conducir a la nación hacia un gran acuerdo que le permita salir de la compleja situación en que se encuentra
Otra posibilidad, es que sea destituido a través de un proceso ejecutivo bajo la acusación de abandono de labores, entre los cuales figuraría como argumento central el poner en riesgo la vida de los habitantes de Brasil, dado que continúa insistiendo en que las personas que no representan a los grupos de alto riesgo (confinamiento vertical), dejen sus residencias y retomen la vida normal concurriendo a sus puestos de trabajo o estudio. En ese caso, debería asumir el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, con el cual Bolsonaro ya se ha enfrentado en innumerables ocasiones.
El mismo Rodrigo Maia ha recibido sobre su mesa varios pedidos de impeachment contra el presidente: tres han sido protocolados por parlamentarios de manera individual: uno de Fernanda Melchionna del Partido Socialismo y Libertad (Psol); un segundo fue enviado por su ex correligionario Alexandre Frota y el tercero impetrado por Leandro Grass, del Partido Rede. El resto de las solicitudes se acumulan desde enero de 2019 y fueron presentadas por diversos ciudadanos. Otro proceso ha sido encaminado por el diputado Reginaldo Lopes (PT) al Supremo Tribunal Federal el cual lo ha remitido a la Procuradoria General de la República (PGR).
En general la mayor parte de acusaciones alegan motivos parecidos y van desde la falta de decoro del gobernante, crimen de responsabilidad por apoyar la convocación de manifestaciones públicas contra las instituciones de la República (Congreso y Supremo Tribunal Federal), por ignorar las indicaciones de aislamiento cuando todavía existía la sospecha de ser portador de Coronavirus o por fraudar las notificaciones oficiales, mentir y mantener desinformada a la población, incentivando el caos y la desesperación de los sectores más precarizados.
De acuerdo con la Constitución, la Cámara de Diputados es la responsable de admitir cada denuncia y la decisión de darle curso a todos o a algunos de estos pedidos depende de su presidente, el diputado Rodrigo Maia. Hasta ahora todos ellos se encuentran en “Baño María” y probablemente el diputado Maia no le otorgue admisibilidad dado que el país se encuentra atravesando por un momento demasiado delicado y crítico debido a la pandemia.
Por último, una salida podría ser la renuncia del gobernante, como han sugerido en una carta pública un grupo de parlamentarios, gobernadores y presidentes de partidos. Conociendo a una figura como Bolsonaro, esta renuncia es improbable y debería ser descartada, dado que es muy difícil que una persona con sus características y su estructura mental sea capaz de reconocer que se encuentra inhabilitada para dirigir los destinos de ese país.
Lo peor de este escenario es que en la actualidad no se vislumbra en Brasil un líder con capacidad de tomar las riendas y conducir a la nación hacia un gran acuerdo que le permita salir de la compleja situación en que se encuentra. En caso de una destitución o impedimento, tendría que asumir el vice presidente, general Hamilton Mourao, el cual no tiene ninguna base de apoyo, salvo entre reducidos círculos militares. ¿Cuál es hoy día la propuesta del poder económico, de los empresarios, el capital financiero y los sectores agrarios para llenar la vacante que eventualmente dejaría Bolsonaro? Todo parece indicar que se encuentran en un proceso de búsqueda desesperada para llenar el vacío que ha creado el ex capitán con su conducta beligerante e irracional. Por su parte, las fuerzas progresistas también pasan por un impasse y por tímidos intentos de reaproximación luego de su fragmentación y perplejidad después de la debacle ocurrida con el triunfo de la ultraderecha. Por todo lo dicho, el escenario se vislumbra incierto y desesperanzador con un coronavirus en todo su esplendor que amenaza con avanzar hacia las clases más pobres y vulnerables de Brasil.
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