Lo extremadamente extraño, al menos para quien escribe esto, es el cuestionamiento de un «modelo» que ha tenido muchísimo éxito, avalado por los hechos y reflejado por las cifras, y que sin embargo es la «personificación del mal» para la gran mayoría de los chilenos.
A raíz de las próximas elecciones presidenciales, gran debate ha surgido en los últimos meses en torno al «modelo» chileno, proponiéndose alternativas que han fracasado en otros lugares.
Lo extremadamente extraño, al menos para quien escribe esto, es el cuestionamiento de un «modelo» que ha tenido muchísimo éxito, avalado por los hechos y reflejado por las cifras, y que sin embargo es la «personificación del mal» para la gran mayoría de los chilenos. Que tan solo uno de los nueve candidatos presidenciales defienda tal «modelo» exitoso da cuenta de lo extremadamente impopular y odiado del «modelo», que por cierto, siendo riguroso, no es un «modelo» debido a que un «modelo» seria una creación artificial y el libre mercado es justamente lo opuesto a una creación artificial, personas actuando con algo que por naturaleza les pertenecen: el libre albedrío. Absolutamente lo contrario del socialismo en donde se impone una creación artificial a las personas para poder perseguir una utopía en la Tierra.
Para entender porqué surge esta aparentemente contradicción entre un modelo exitoso y el odio de la población hacia él, lo primero, y quizás lo más sensato, sería poner en duda el éxito del modelo. Pero veo las cifras y enseguida me doy cuenta que esa no es la razón: la pobreza ha disminuido desde un 38,44%, en 1990, a un 14,4% ,en 2011; el PIB per capita ha aumentado desde 3.145 dólares, en 1985, a 16.273 dólares, en 2013 (Chile fue el segundo país que más aumentó su PIB per cápita del mundo entre esos años); la inflación ha disminuido desde un 600%, en 1973, a un 4,53%, en 2000. Pero todavía queda un tema por analizar: las desigualdades, suponiendo que éstas son «malas» y que no son simplemente un eufemismo para justificar la envidia. Chile, contrario a la opinión de las mayorías no es de los países con más alto índice de desigualdad, ni siquiera en su región: Chile es el octavo país con mayor coeficiente de Gini de América Latina. Y no sólo eso, sino que un estudio realizado por el profesor de la U. Católica, Claudio Sapelli («Chile: ¿Más Equitativo?», Claudio Sapelli, Ediciones UC, 2011), demuestra que las generaciones más jóvenes son increíblemente menos desiguales que las generaciones más viejas, y que esto se verá reflejado en el Coeficiente de Gini cando ya no estén las generaciones más viejas, por lo que el «modelo» crea menos desigualdades.
Por lo tanto, una vez demostrado por medio de la razón el éxito del «modelo», el odio a éste solo parece ser explicado fuera de la razón: por la ideología. Pero cabe preguntarse, ¿cuándo y por qué Chile se volvió socialista? A ésta interrogante, responde brillantemente Axel Kaiser en su libro «La fatal ignorancia», donde hace una dura crítica a la derecha chilena debido a que ha dejado de lado, en éstos últimos años, todos los campos culturales, como la sociología, la filosofía, la literatura, etc., para trasladar la discusión del plano de la defensa de ideas como la libertad a una discusión puramente técnica-económica. Y el problema de esto, es que la derecha, al no defender sus ideas, e incluso congraciarse con ideas de la izquierda, le ha abierto totalmente el camino a las ideas colectivistas que tanto daño le han hecho a otros países.
Está en nosotros, quienes nos sentimos parte de esa derecha, revertir ésta situación. Nada importarán las cifras anteriormente señaladas si no sabemos defender lo que las posibilitan: la libertad.
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