En Chile, se han creado distintos mitos en épocas también diversas que, arraigados en los imaginarios individuales/colectivos, terminan elaborando acciones prácticas –o cotidianas- de los sujetos intervinientes en un espacio-tiempo determinado. Las prácticas como expresión de un relato sirven para consagrar diversas políticas públicas de promoción, protección y/o defensa de lo que se considera la identidad nacional. Esta unidad cultural que se promueve y se protege desde el Estado de manera prístina, no lo hace sólo de sí misma (el núcleo de su sociedad), sino también de un Otro construido (sea que éste se encuentre en el seno de su propio grupo o en la periferia de ella), es decir, de aquellos que ‘no forman parte del todo comunitario’.
Así, se nos hace bastante más patente evidenciar la raíz de las políticas de represión asumidas todas ellas desde la estructura jurídica actual hacia un grupo determinado en específico. Ese grupo que ha sido sindicado de muy variadas formas en nuestra historia, una historia por lo demás elaborada desde los círculos intelectuales de la elite criolla desde el siglo XVIII, será el pueblo mapuche. Esta etnia, con elementos identitarios propios, con una organización y cosmovisión que distan mucho de nuestra forma de ser y pensar “occidentales”, han sido presa de acepciones singulares que en algunos momentos podrían verse un tanto a favor de ellos, mientras que en otros momentos ha servido para acallar y ocultar lo que realmente son, un grupo social con el que los chilenos comparten territorio. No solo eso, en Chile y en la mayoría de los emergentes Estados de América Latina, se ha recurrido a elementos dispersos para proveer un relato de sí mismo, un fundamento cuasi filosófico del “ser nacional”. Desde el héroe del olimpo criollo, a la luz del indio que no se doblegó frente a la avanzada Española (como tampoco del Inca, con el que algunos estudios revelan que forjó redes de intercambio comercial y en consecuencia también cultural),hasta el hoy mal llamado “terrorista”, pasando por el alcohólico y “bandido”, el mapuche ha sobrevivido y se ha alejado de manera abismante de las categorizaciones de las clases dominantes en la historia nacional.
Para el antropólogo norteamericano Marshall Sahlins, la historia será maleable. La estructura política se configura desde un mito fundante, lo que permite el surgimiento de nuevas instituciones-o la destrucción de otras- que derivan en un nuevo relato, una nueva historia.
El mito para este antropólogo será definido como mitopraxis, en dónde los esquemas de una cultura serán revitalizados desde su corazón mismo de acuerdo a la realización práctica de sus postulados contingentes. La historia, las estructuras políticas, en definitiva el complejo cultural, se reproduce históricamente en la acción de los sujetos que la conforman. Los acontecimientos –dirá Sahlins- se convertirán en hitos que marcarán el surgimiento de un nuevo relato. De esta manera entonces, para la construcción del Estado chileno, durante el siglo XIX, el relato que acomodó a la aristocracia local fue la de representarse a sí mismos en la figura de hombres (desgraciadamente, la mujer no era considerada en la arena pública) que libraron batallas en contra de aquellos vestigios de que era urgente desprenderse. La figura del cacique era, en consecuencia, idónea para estos fines. En este sentido, un momento clave en donde se marca la distancia entre la inclusión del pueblo mapuche y su posterior exclusión-en las postrimerías del siglo XIX- será, como nos cuenta Leonardo León en Lonkos y Generales, en el reforzamiento de la frontera en el Bio Bio, en donde la avanzada tuvo primero una raíz espontánea, que situó a chilenos en calidad de arrendatarios en la zona sur del Bio Bio, la segunda etapa fue más bien a través de una arremetida legal, en dónde el ejército intervino la zona y transformó el marco jurídico de ellas, convirtiendo éstas en “territorios de colonización” [1].
Durante el Siglo XX las políticas públicas de inclusión y protección relacionadas al pueblo mapuche han sido vagas. Hasta los noventa no ha existido una propuesta clara. Ya previo a este periodo, en toda Latinoamérica, los pueblos indígenas fueron asimilados bajo la máscara de campesinos, ocultando, o más bienr echazando, la complejidad de los elementos performativos de estos pueblos. En el continente, con el 500º aniversario del arribo de las fuerzas de expansión europea, estos pueblos comenzaron a ponerse de pie y dejar atrás la penumbra en la que han estado desde las constituciones de los Estados Nacionales de la región, exigiendo ser considerados actores y no entes pasivos de las políticas en las que se ven involucrados, como también reconfigurar un nuevo relato de verdad histórica desde sus comunidades. El relato del que se ha permeado nuestra historia ha servido para erigir una institucionalidad que se basa en una negación propias de otra época.
La estructura política se configura desde un mito fundante, lo que permite el surgimiento de nuevas instituciones-o la destrucción de otras- que derivan en un nuevo relato, una nueva historia.
Finalmente, en estos tiempos de convulsión por el mal llamado “conflicto mapuche”, denominación impuesta por parte de la misma clase hegemónica, ha creado distinciones históricas en base a la violencia institucional. Se hace perentorio realzar un discurso alternativo desde abajo sobre éstos temas, en cuanto a la formación de la praxis de una historia que se reescribe cada cierto tiempo y que permitere configurar las estructuras políticas contingentes. En consecuencia, desde la década pasada estamos frente a una nueva disposición de la institucionalidad política en su relación con la diversidad con la que se encuentra compartiendo territorio común, y que a la luz de la complejización del problema chileno-mapuche desde el siglo XX, se espera que la solución se configure considerando los distintos elementos que intervienen en el asunto y evitando la negación del Otro. Algo que también debería pensarse con respecto a la relación de Chile con el resto de los pueblos y naciones Latinoamericanas.
[1] León,Leonardo, Lonkos y generales: epistolario de la pacificación de la Araucanía,1860 – 1870, p. 102.
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Cristóbal Palma
Si bien desde la perspectiva del mitopraxis, de Sahlins, se pude explicar en parte la relación del Estado, con los Mapuche. Creo que es un análisis insuficiente y que no aborda la complejidad del asunto. Ya que esa «alteridad» no solo resiste gracias al mito de una diferenciación cultural, sino fundamentalmente, como señalan Anibal Quijano y otros, por la idea fundacional del colonialismo que reconocería una «diferente estructura biológica que ubica a los unos en situación natural de inferioridad respecto de otros». Es decir, el verdadero mito no estaría dado por la diferencia cultural solamente, sino por la categoría de raza. Que aunque despojada de sus «fundamentos científicos» durante el siglo XX, sigue operando en las Jerarquías socioraciales establecidas a partir de la dominación colonial española, que fueron luego reafirmadas por el colonialismo chileno que se inicia con la «pacificación de la araucania». Esas jerarquías vinieron a generar lo que Nahuelpan llama, una concepción hacia los mapuche como «mano de obra racializada» es decir, que por su condición natural de inferioridad estarían dispuestos a servir. Esto sumado a todo lo que implicó la dominación colonial del Estado chileno, es decir: el despojo territorial y de la base económica de los mapuche: la ganadería. Y como consecuencia la pauperización económica de su pueblo. Los abría empujado a ingresar, de manera forzada y en situación de inferioridad, al incipiente desarrollo capitalista del país. A lo que me refiero es que no basta, es más, ni siquiera se acerca a los contornos de la problemática, el abordaje institucional sin excluir a los «otros», ya que el corazón del problema y del mito, no está en una falta de reconocimiento abstracto de la «alteridad» y la conformación de un «ser nacional», ya que si fuese por eso, el Estado chileno habría optado por el exterminio total de los mapuche, tal como sucediera en Argentina, conservando sus raíces «indigenas». Sino precisamente en la necesidad del desarrollo capitalista en Chile. Que a falta de un sujeto histórico, utilizó la dominación racial como mejor arma para la acumulación de capital. De otra manera no se podría explicar la actual situación económica y política de los Mapuche que los posiciona en una situación desigual con respecto del «todo comunitario». Una redefinición de esa historia solo sería posible a través de la superación del capitalismo, que anclado al dominio colonial y su fundamento racial sentó las bases de la desigualdad existente.
En ningún caso las visiones son contradictorias, espero se considere más como un aporte.
Saludos.
peon
Hola Ignacio:
Si Chile tuviera una herramienta institucional para ejercer la democracia, el pueblo mapuche podría expresar en ella sus puntos de vista, para, colaborativa y consensuadamente, encontrar soluciones a sus planteamientos, de forma que podamos vivir en un ambiente con un poco más de paz y uno que otro problema menos…
Para ello, debemos conversar en todos los círculos que podamos acerca de cómo podríamos implementar una CÁMARA CIUDADANA DIGITAL, por ejemplo, para que con ella logremos toda clase de representatividad que necesitemos y toda clase de argumentos para constituir una propuesta política, o una idea por desarrollar, o tengamos los elementos necesarios para crear una solución requerida…
Sin una herramienta para ejercer la democracia, la dictadura de los partidos políticos, o la dictadura de la mafia política y económica, continuará ejerciendo un poder demasiado en contra de la voluntad del pueblo chileno, motivo por el que, preferentemente, debiéramos simular la Cámara Ciudadana y presentársela al país entero, a los presidenciables, a los votantes, a nuestros colegas o compañeros, a nuestros amigos, a toda clase de postulante a algún cargo en el Estado y a todas las personas interesadas en participar en la creación de una patria con mejores condiciones para la vida y desarrollo de todos los hijos de la patria…
Tomás Wijnant Munita
¡Excelente artículo! Muchas gracias.
Sin más que agregar, quería simplemente enfatizar en la comprensión de una de las ideas ya formuladas, la cual dice relación con la necesidad de que todos nosotros, como actores políticos depositarios fundamentales de la construcción de nuestra nación, debemos tener clara conciencia respecto al imperativo que merece hoy, poder volver a escuchar simétricamente -y con ello re-dotar de legitimidad- a nuestros pueblos hermanos de territorio.
Todo en cuanto se relacione con escenarios políticos, económicos, sociales, intelectuales y espirituales, entre otros; los que deben considerar (como mínimo con el peso histórico que merece) las voces que demandan y piden consideraciones específicas desde las comunidades culturales que hoy han logrado sobrevivir después de años de continua negación a sus formas de organización y comprensión.
Creo que es fundamental repensar nuestra forma de hacer política y de ser ciudadanos, desde aquella realidad pluriétnica de la que venimos y de la que seguimos siendo parte constitutiva hoy. Así que, ¡a escucharnos y crear! sea dicho.
Muchas gracias Ignacio por el escrito, saludos.