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Pueblos indígenas: globalizar los derechos humanos desde Latinoamérica

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Los pueblos indígenas en Latinoamérica mantienen una larga data de resistencia, que se puede expresar de diversos modos. En este sentido, autores como Garcia Canclini, manifiestan que los indígenas en Latinoamérica han tomado elementos modernizadores no para asimilarse a la cultura occidental, sino para mantener viva la suya propia y subsistir en un medio económico poco favorable para ellos, pues en una cancha que no se encuentra nivelada, la relación asimétrica se constituye como elemento de subyugación y sometimiento, marginalidad y exclusión.

La paradoja neoliberal

La cultura constituye nuestra historia, ésta la ordena en virtud de procesos paulatinos y dinámicos. De esta manera, las sociedades y las identidades forman una totalidad de representaciones y símbolos que, por su proceso extenso en el tiempo se nos vuelve confusa su dimensión, y en virtud de ello caemos en naturalizaciones acerca de lo que somos, o pretendemos ser. Así surgen las estructuras históricas que dan vida a las culturas y sus significaciones, según Marshall Sahlins (Sahlins, 1988). La identidad, por tanto, ya sea chilena como mapuche, son construcciones históricas que van configurando sus culturas y el sentido de pertenencia de dichos grupos. En este sentido, las sociedades han ido edificando sus estructuras socio-culturales en virtud de distinciones entre uno y otro pueblo, lo que tiene efectos también en ámbitos territoriales, en los patrones de vida y en el desarrollo económico de sus habitantes.

No obstante, esta “constitución de la diferencia” étnica o cultural, que tuvo su principal auge en los estados nacionales y en el modelo económico neoliberal, no es absoluta, pues los pueblos han mantenido desde el advenimiento de las civilizaciones relaciones de intercambio económico recíproco y mutua dependencia, sin perder por ello su autonomía. Esto último se da principalmente por la diversidad ambiental que han tenido los pueblos para desarrollar sus economías en distintas zonas geográficas del mundo –por ejemplo, el Inkanato mantuvo relaciones de cordillera a costa para generar una movilidad de los recursos de subsistencia que existían en los distintos pisos ecológicos del Altiplano (Murra, 2002).

Por otra parte, durante el siglo XX, y muy fuertemente durante el XXI, surge la idea de una “aldea global”, una comunidad cultural homogénea que viene justamente a romper con las lógicas históricas de desarrollo de los pueblos, sean éstos nacionales o indígenas. No obstante, estos últimos se han visto mayormente afectados por esta hegemonía llevada adelante por lo que Anderson llama “artefactos culturales de una clase particular” (Anderson, 1993). Es decir, las identidades hegemónicas son instrumentos utilizados por burgueses al interior de la filosofía liberal, o incentivados por la clase proletaria o de los trabajadores a la luz de las ideas marxistas. La globalización se instala, en consecuencia, como un proyecto político, económico y cultural. Un proyecto que se transforma en procesos que intensifican flujos migratorios y de desplazamientos poblaciones, genera difusión de nuevas tecnologías y telecomunicaciones, y construye vínculos de los mercados locales, regionales, nacionales e internacionales (Anderson,1993). Este proyecto mundial, buscaba la reconfiguración de un nuevo orden, una nueva estructura. Pero ésta desestimó las formas de organización de los pueblos.

Quien nos da luz de esto es Boccara: «Durante un tiempo se pensó que la globalización iba a tener efectos esencialmente homogeneizadores dada la configuración de las relaciones de poder a nivel internacional y dado que los medios de comunicación y de producción era propiedad de un pequeño grupo de países llamados desarrollados. Se creía también que la imposición de una ideología y de un orden económico dominante, occidental y capitalista, iban a conducir a la formación de una aldea planetaria monocultural y uniforme (…) que sería posible a través de los medios de comunicación y del modelo económico neoliberal, como también por la formación de élites nacionales en los países del norte. Muchos se alarmaban de la posibilidad de una desaparición rápida de las culturas llamadas primitivas o tradicionales, de las formas de vida y de pensar de los pueblos indígenas, de las especificidades locales y de las verdades ancestrales…” (Boccara, 1999)

Esto último es sin duda muy revelador, pues el proceso que pretende la globalización llevar a cabo a través de las comunicaciones, es configurar nuevas pautas culturales homogéneas, las que han tenido una respuesta inesperada, pues se han utilizado sus mismos medios para resistir, y no solo eso, sino que durante los últimos veinte años hemos sido testigos de una apabullante re-emergencia de culturas e identidades que hoy no solo reclaman derechos, sino también reconocimiento y autodeterminación.

En definitiva, esta columna busca dar luces de estos nuevos procesos de indianismo que pretenden revertir los discursos socialmente impuestos a través de la historia y sus actores, como por ejemplo en Chile a través de Sergio Villalobos, José Bengoa y Jorge Pinto Rodríguez (entre otros). Por otra parte, entiendo aquí por indianismo, a la categoría central de la ideología indígena latinoamericana, tal como lo manifiesta José Marimán en virtud del primer congreso de Movimientos Indios de Sudamérica organizado en Ollantaytambo (Cuzco – Perú), “porque su política y autogestión dignifica a nuestro pueblo, propugna la autodeterminación política y autogestión económica” (Marimán, 2006).

Sin duda, se evidencia una paradoja del neoliberalismo y de su hegemonía cultural. Hoy se vuelve contra ella en forma de organización política a través de toda la región latinoamericana, facilitada justamente por los medios tecnológicos de comunicación y la lucha por los derechos humanos, principal motor de reivindicación por parte de los movimientos indígenas de Sur América.

Pueblos Indígenas, globalización y estructura

Uno de los conceptos básicos en las ciencias sociales tiene relación con el análisis estructural de las sociedades. Dichas estructuras consisten principalmente en las formas que asumen las relaciones entre las partes dentro de un sistema. En virtud de estos procesos de interacciones funcionales se constituyen los estados nacionales, los que bajo las constituciones políticas dan forma y legitimidad a dichas estructuras. Estos ordenamientos jurídicos manifiestan elementos que, con las luchas étnicas, se verán matizados y serán forzados a transformar sus partes, pues entre ellas se encuentra la soberanía  y el poder centralizado.

En este contexto, las luchas que se han dado en Latinoamérica desde los 90 han tenido un eje central, pues han permitido globalizar los derechos humanos. Las investigaciones de los últimos tiempos evidencian las variantes establecidas desde los procesos globalizadores. Ya no sólo se ven los aspectos negativos del proceso de intercambio planetario, sino que ahora los pueblos indígenas ponen énfasis en organismos que superan a las propias estructuras estatales, manteniendo así un crecimiento sostenido de espacios ganados que en virtud de ellos van obligando a estás estructuras nacionales a modificar sus propios ordenamientos en favor de los Derechos Universales. No obstante, este desarrollo ha tenido bastantes complicaciones, pues entre los intelectuales o académicos del Derecho en Chile, por ejemplo, de entre sus fuentes, algunos ubican a los tratados internacionales por sobre la Constitución de la República, otros la sitúan a la par, mientras que, finalmente, otros la subordinan a ella. Lo que sin duda, lleva a complejas interpretaciones, pues de ubicarse por encima de la Constitución, no habría tanto conflicto y las normas internas se adaptarían  a ellas a través de la tramitación legislativa, mientras que de ubicarse a la par o bajo esta, dichos cambios jurídicos deberán someterse a tramites ordinarios en el parlamento. Dicha discusión se mantiene abierta entre los jurisconsultos.

El discurso indígena ha tomado el camino que le otorga, precisamente, la globalización y las pautas universales del derecho, como son los derechos humanos. Así, se han generado estrategias para avanzar por la vía del reconocimiento internacional a través de organismos que tienen la posibilidad de otorgar legitimidad a sus reivindicaciones, más no así poder de obligación o coerción para que sus decisiones se respeten.  Por otra parte, la globalización que hacen carne los grupos indígenas en la región adquiere una nueva dimensión. Se trata de una dimensión que cuestiona el poder y la autoridad desde perspectivas que trascienden las fronteras y que de hecho globaliza un mismo discurso ético y moral (Anaya, 2008).

En este contexto, las luchas indígenas colaboran precisamente desde distintos ámbitos para incentivar cambios estructurales desde los organismos internacionales. No obstante, estos cambios también están referidos al efecto que han tenido las luchas reivindicativas de las últimas décadas para con el derecho internacional, pues éste también se vio afectado, cambiando ciertos aspectos y principios jurídicos básicos de su definición. Anaya reconoce cuatro ámbitos que contribuyen dichos cambios, los que pasaré a nombrar someramente:

1)    Transición hacia los derechos colectivos:  Este se refiere a que el derecho internacional se interesaba exclusivamente de los derechos de los individuos frente a los estados, sin prestar demasiada atención a las dimensiones colectivas y asociativas de la existencia humana fuera del Estado. En este sentido, se han generado diversos instrumentos jurídicos que han permitido la defensa de estos derechos de tercera generación, como es el caso del Convenio 169 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) e incentivar discusiones en la ONU que son fundamentales, como es el caso de la Declaración de Derechos de los Pueblos Indígenas.

2)    Evolución del principio de soberanía estatal: En los estudios del derecho internacional la soberanía de los estados forma parte de una doctrina tradicional entre sus fuentes. No obstante, esto se ha transformado, a lo largo de la historia, en un escudo en contra de la intervención exterior en asuntos que se consideraban de interés exclusivamente doméstico (Anaya, 2008). En consecuencia, siendo este concepto el de mayor pragmatismo en la ciencia jurídica, ha generado ciertos avances hacia constituirse como un principio no absoluto. En palabras del mismo Anaya, el reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos indígenas cuestiona pues algunos aspectos fundamentales del modelo de primacía y exclusividad de la autoridad estatal, de forma más contundente que el sistema clásico de derechos individuales (Anaya, 2008).

3)    Evolución de la norma de autodeterminación: Sin duda este es uno de los temas que más conflictos suscita en la discusión entre los pueblos indígenas y los estados nacionales. De hecho, es posible situarla como oposición de la definición de soberanía, pues este principio de autodeterminación de los pueblos se entiende como la “independencia” de dicho grupo de cualquier otro con el cual se encuentra en una condición asimétrica y de subyugación. Según el Artículo 3º del proyecto de declaración bajo discusión actualmente por la asamblea general de la ONU, que afirma que “todos los pueblos indígenas tiene derecho a la libre determinación”. Sin embargo, este es uno de los puntos que ha tenido mayor rechazo por parte de los estados, pues el concepto de “pueblo” es bastante ambiguo y aún no ha sido posible elaborar uno que mantenga su sentido y deje satisfecho a las partes en el debate. Para Anaya, «es posible ver la autodeterminación (…) en términos de las diversas identidades culturales y estructuras sociales y políticas coexistentes. Bajo estas condiciones la autodeterminación no implica un Estado independiente para cada pueblo, ni tampoco implica que los grupos sin Estado solo tengan recurso a los derechos de sus miembros» (Anaya, 2008).

4)    Papel de los actores no estatales: Con todo, los movimientos indígenas se autoafirman como actores relevantes a la hora de debatir aspectos tendientes a formular propuestas estructurales, logrando impulsar un marco normativo que les sirva para protegerse frente a las fuerzas de la globalización que tanto en el pasado como en el presente han irrumpido en sus viudas.

Más allá de estos cuatro elementos que incentivan transformaciones en el ámbito jurídico, que tienen como consecuencia cambios legislativos en las estructuras nacionales, podemos ahora analizar las paradojas internas que se producen en términos locales. Las dinámicas de configuración identitaria, las que permiten el sentimiento de pertenencia a un grupo, se dan principalmente por una continuidad de los símbolos y sus significados culturales, como diría Marshall Sahlins. La historia se constituye como norma, configurándose estas en estructuras sociales que, cada cierto tiempo, tienen la posibilidad de metamorfosearse con el advenimiento de nuevos procesos culturales –mitopraxis (Sahlins, 1988). Así, la globalización se nos muestra como ese elemento performativo que permite una actualización de las pautas culturales que desarrollan los pueblos indígenas. En otras palabras, la globalización es aprehendida por estos pueblos con el fin de estructurar sus sistemas sociales poniendo como énfasis un objetivo, que en lo examinado, son los derechos y el reconocimiento colectivo de su identidad cultural a nivel regional. En efecto, los pueblos indígenas con el proceso de reformas neoliberales han reconstruidos sus símbolos de una pertenencia colectiva abogando por derechos específicos dentro de un contexto de reorganización del Estado y de predominio creciente del mercado en todas las esferas de la vida social (Bello, 2008). Se trata por tanto de una lucha moderna, pues encadena los procesos actuales a la tradición y las reformula para buscar nuevos espacios de poder, participación y reconocimiento en el marco de una nueva comunidad política constituida sobre las tensiones que provocan la desigualdad y la exclusión generadas por el neoliberalismo (Bello, 2008)

En consecuencia, la configuración que obtenemos desde la globalización y sus paradojas, nos dan bastante material para evidenciar el auge de las luchas indígenas, no solo eso, sino también de una creciente reciprocidad de estos con otros organismos no indígenas. Así, se constituyen movimientos más amplios que tienen como eje principal los derechos humanos. En este sentido, cobra especial relevancia la idea de politización de la identidad y de diversos espacios sociales y públicos, un claro ejemplo de las nuevas formas de ejercicio de la ciudadanía surgida en el mundo durante las últimas décadas.

A modo de conclusión

La globalización como proyecto no logró homogeneizar al mundo y constituir un orden mundial, pues su misma virulencia y depredación ha conllevado a una re-emergencia de la identidad indígena, algo que sin duda no se esperaba por parte de quienes contralaban dicha globalización de corte neoliberal. Una de los modos de globalización es de tipo informático, en virtud de ella,  los sujetos de todo el mundo se han acercado cada vez más permitiendo que el conocimiento y las demandas fluyan de manera más expedita y constituir movimientos mundiales de resistencia a dichos procesos. Los pueblos indígenas en Latinoamérica mantienen una larga data de resistencia, que se puede expresar de diversos modos. Autores como Garcia Canclini, manifiestan que los indígenas en Latinoamérica han tomado elementos modernizadores no para asimilarse a la cultura occidental, sino para mantener viva la suya propia y subsistir en un medio económico poco favorable para ellos (Canclini, 1992), pues en una cancha que no se encuentra nivelada, la relación asimétrica se constituye como elemento de subyugación y sometimiento, marginalidad y exclusión. Este mismo autor se preguntó si acaso Latinoamérica fue realmente moderna. La respuesta es compleja, pues mientras se erigen hasta nuestros tiempos grandes centros urbanos, también al interior de ellos se pueden identificar elementos de resistencia, cosa que hoy nos parece poco evidente y observable.

Finalmente, en esta columna otorgo especial énfasis a las estructuras sociales, las que no se entienden de manera estática, sino que van cambiando de acuerdo a factores de diversa índole que permiten una actualización de pautas de culturales, ya sea al interior de la sociedad indígena, como en las sociedades complejas, como las modernas. Entre las que, al entrar en relaciones de tensión, permiten configurar nuevas organizaciones sociales que caminan hacia representaciones más amplias permitiendo la integración de elementos culturales diversos.

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