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Israel y los 33 mineros, o cómo sacar partido de un drama imperdonable

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No podía ser distinto, el Estado de Israel y los líderes sionistas a lo largo del mundo nos han acostumbrado a esa fidelidad perenne, al oportunismo y al aprovechamiento político de las desgracias y los horrores acontecidos en la historia de la humanidad.

Lo hicieron antes, con el holocausto, del cual han conseguido una tremenda utilidad económica y financiera, al hacer del mismo, una verdadera industria de la memoria. También han generado rentabilidad política al convertirlo en un cheque en blanco canjeable permanentemente por impunidad y apoyo económico, como la única respuesta real a su política de exterminio físico y político del pueblo palestino. A pesar de las sistemáticas y reiteradas violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional, éste se ha revelado como absolutamente impotente cuando de detener al ocupante se trata.

Hoy lo vuelven a hacer; esta vez con los 33 mineros que permanecieron casi 70 días en las profundidades de una mina en nuestro país, debido a la irresponsabilidad de sus dueño, a la laxitud de unas leyes hechas a la medida de los grandes empresarios y a la premeditada debilidad de la función fiscalizadora del Estado. Todo ello en un país que insiste en exigirle sacrificios y el cumplimiento de sus deberes a los trabajadores, a cambio de diminutos sueldos y de mantener en la retina del imaginario colectivo un tímido llamado a la conciencia y a la buena voluntad de los empresarios. Empresarios que, a su vez, se han acostumbrado a hacer lo que quieren y a negar la propiedad privada de los trabajadores de manera sistemática, pagándoles bastante menos de lo que, en verdad, vale su trabajo.

Esta vez los Israelíes apuestan de manera desvergonzada a compartir los beneficios políticos de la sobre exposición mediática de un rescate que no fue más que lo que había que hacer en una circunstancia como la vivida. Sobre todo, si consideramos la responsabilidad que le cabe al Estado en el hecho cierto de que muchas minas operan en nuestro país con permiso del mismo, pero sin cumplir la ley en cuanto a seguridad laboral se refiere.

Como si fuera poco – y subiéndose por el chorro de la algarabía mundial que ha dejado de lado lo importante para celebrar que una verdadera tragedia haya terminado convertida en una fiesta- lo hacen invitando a los mineros a celebrar la navidad en Tierra Santa, esa tierra que la comunidad internacional, al menos en sus maravillosos discursos, reconoce como los territorios palestinos que Israel mantiene ocupados desde hace más de cuarenta años.

Efectivamente, los invitan porque tienen el poder, pero no el derecho, de invitar a quién ellos quieran a una tierra que no les pertenece y que mantienen ocupada solo en virtud de su poderío militar y de la impunidad de que gozan gracias a la red de protección incondicional que ostentan en el mundo entero, la que se encuentra claramente liderada por EEUU y secundada por los sectores más reaccionarios y conservadores de cada sociedad a lo largo y ancho del mundo entero.

Lo hacen para intentar instalar la idea de que Belén, la capital mundial de la cristiandad, es parte de ese Estado que no ha definido, en más de sesenta años de existencia, sus fronteras. Mientras, gana tiempo en negociaciones que no van a ningún lado pero que le permiten seguir construyendo asentamientos ilegales en territorio palestino, día a día, metro a metro. Mientras, Palestina se desvanece ante la mirada cómplice y complaciente del mundo entero.

Lo hacen para negar una vez más lo que Palestina era, es y seguirá siendo, no importa los años que pasen, ni las casas destruidas, ni los palestinos torturados y encarcelados, ni las vidas arrancadas y mucho menos, la cantidad años que los invasores se queden.

Es de esperar que los mineros y sus familias, esos que sufrieron numerosas veladas de incertidumbre debido a la presencia de la muerte que rondaba el campamento esperanza, no se conviertan en cómplices, debido a sus 15 minutos de fama, de un Estado que ha hecho del exterminio y la muerte su deporte favorito.

Es de esperar que los mineros y sus familias, esos que iluminaron al mundo acerca de la necesidad de justicia y respeto a los derechos laborales no se presten para avalar exactamente lo contrario a lo que hoy ellos simbolizan.

Es de esperar que las luces no logren encandilar a la razón y que no se presten para el circo que desean armar para esta navidad los que con su muro de la vergüenza vienen convirtiendo la navidad en una tragedia desde que se han decidido a aniquilar cualquier atisbo de libertad religiosa, política, social y cultural con una ocupación que ocupa el primer lugar de todos los rankings mundiales, de las más atroces violaciones sistemáticas a todos los derechos humanos conocidos y por conocer.
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