La conmovedora imagen del rector de la Universidad de Chile con una máscara antigás junto a los miles de ciudadanos en Turquía también en las mismas circunstancias, resistiendo la represión de sus respectivos gobiernos, estremecen hasta la indignación. A ello, se suman las recientes imágenes de persecución policial en varias ciudades de Brasil generosas en gases lacrimógenos aéreos y audaces motocicletas atropellando ciudadanos por la desafiante actitud de manifestarse públicamente.
Son las nuevas democracias globales con máscaras de gas, de cientos de ciudadanos movilizándose, mientras sus gobernantes imaginan sofisticados procedimientos de represión con excesos policiales convertidos en costumbre. ¿Cómo llegamos aquí? ¿Cuándo la democracia abolió el derecho a manifestarse en plazas y avenidas? Es al menos curioso que la democracia nacida para cautelar la libertad de expresión y oponerse a regímenes totalitarios -de izquierdas o de derechas- ahora esté convertida en un obstáculo para que los ciudadanos ejerzan el derecho inalienable de fustigar a los poderes públicos cuando así lo estiman.
Ya no es la represión de las dictaduras latinoamericanas que nos dejaron una triste herencia de atropellos a los DDHH, es la represión de regímenes democráticos, con gobiernos elegidos en las urnas y de cara a los ciudadanos, sus electores. A ello se suma, una cobertura mediática –especialmente de la TV- obsesionada con las imágenes de violencia de “unos pocos” mientras la gran mayoría de manifestantes se expresan pacíficamente, contribuyendo de manera decisiva a ese ensimismamiento represivo de los gobiernos que han convertido el “orden público” en un valor más importante que el derecho a movilizarse y expresarse.
Algunos la han llamado las revueltas del bienestar, para otros la explosión social de tantos abusos y desigualdades, no faltan –por supuesto- los que solo ven caos y desorden. Es la primavera árabe, los indignados en España y Wall Street, los estudiantes en Chile o el reciente estreno del “invierno brasileño”. Lo cierto, es que las sociedades en América Latina viven un período bien paradójico, pues mientras se consolidan sus democracias y crecen sus economías, tal como lo demuestran anualmente el PNUD y el Latinobarómetro, al mismo tiempo se expanden las brechas entre ricos y pobres. América Latina es hoy el continente más desigual del planeta.
Para los gobernantes definitivamente parece irritarles ver a los ciudadanos en las calles, haciendo uso de un derecho garantizado constitucionalmente y que funda uno de los avances civilizatorios más importantes de la humanidad: el derecho ciudadano a manifestarse públicamente. Lo dice de manera magnífica Salvador Giner: la ciudadanía es el mayor logro de la civilización moderna “todos los demás empalidecen ante él” y más aun “la calidad de una democracia depende de la textura y la actividad pública presente en la sociedad civil”. Allí está su fundamento, ahí permanece su energía de cambio, legitimidad y progreso.
Para los gobernantes definitivamente parece irritarles ver a los ciudadanos en las calles, haciendo uso de un derecho garantizado constitucionalmente y que funda uno de los avances civilizatorios más importantes de la humanidad: el derecho ciudadano a manifestarse públicamente.
Entonces, ¿cuándo se convirtió en normalidad que un rector en un país muy al fin del mundo y ciudadanos en un país árabe, deban movilizarse en el espacio público y enfrentar a las fuerzas policiales con máscaras antigás?; ¿cuándo perdimos la capacidad de asombro?; ¿en qué momento nuestros gobiernos democráticos convirtieron las manifestaciones ciudadanas en una irritable amenaza al orden público?; ¿por qué justificar excesos policiales con la violencia de una parte muy pequeña de manifestantes?
Felizmente, esta generación de ciudadanos, no se informa exclusivamente por la TV, severamente cuestionada en su capacidad de narrar con objetividad y profesionalismo las revueltas ciudadanas. Las redes sociales difunden incluso con más velocidad que los medios tradicionales lo que está ocurriendo in situ en calles y avenidas del país y el mundo. Esta vez, los gobernantes no tienen el monopolio de la información en concomitancia con los imperios mediáticos. La viralización en Internet es una poderosa herramienta de la población frente a gobiernos que no comprenden la dimensión democrática de las manifestaciones públicas.
Regreso con asombro a esas imágenes del rector de la Universidad de Chile con una máscara antigás rodeado de policías o ciudadanos de pié y en silencio en la plaza Taksim de Estambul y vuelvo a preguntarme ¿cómo vinimos a parar aquí? ¿En qué minuto los gobernantes elegidos en las urnas llegaron a la conclusión que las protestas sociales no son una legítima expresión democrática?
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alejandro
Concuerdo contigo, hay grupos que evidentemente persiguen fines distintos a los de la gran mayoría de manifestantes, pero te consta que ellos también los enfrentan. La policía debiera entonces tener un comportamiento más profesional que también cautele el derecho a manifestarse en las calles. Ello es algo natural en una democracia, para eso la conquistamos y por lo mismo, debemos cuidarla. Gracias por tu comentario.
servallas
Hay verdades y quizás equivocaciones en tu punto de vista, concuerdo con lo de Guiner, es verdad, hoy al menos «somos», pero también es cierto que bajo esas libertades, hay colectivos coordinados, organizados, proselitistas, igual que los evangélicos (basta verlos como trabajan en las universidades) y bastante violentos que buscan objetivos más bien anárquicos, odian la autoridad porque los gurues que siguen, culpan a todos, hasta el verdulero de la esquina de sus desgracias. Al fin, lo que pueden ser movimientos sociales reales, precursores de cambios buenos para la ciudadanía en general, son inoculados por esos grupos, y se apropian de los discursos, de las banderas, de las
realidades transformándolas en caricaturas con sus slogan. Brasil es un país democrático, libre, tiene canales para generar los cambios, Lula es la muestra, pero esos grupos que operan allí, y en todos lados, son cada vez más fuertes y en realidad no les interesa el país.