Las coyunturas, como la presente, en que un ciclo de movilización mapuche logra cautivar la atención de una audiencia chilena masiva, tienen una característica muy especial para un mapuche, pues le permite ver en forma más transparente las divisiones que existen, respecto del tema que les contiene: la cuestión nacional mapuche.
A riesgo de pecar de reduccionista es plausible afirmar que la sociedad estatonacional chilena se divide a lo menos en tres bandas (y se habla aquí exclusivamente de aquellos que se constituyen en sujetos políticos a través de emitir opinión o participar en demostraciones). Hay un sector que claramente define sus posiciones sobre la base de expresar una estrecha solidaridad con la minoría mapuche, sus luchas y demandas; y hay otros dos que son los que se han alternado en el control del Estado (con sus propias contradicciones internas, por cierto), y que han tenido directa injerencia en el conflicto étnico o nacionalitario en desarrollo en el sur de Chile.
El primer sector está conformado por lo común por gente joven, aunque no exclusivamente, que no goza de posiciones de poder dentro del aparato de Estado. Son los que generosamente acompañan las marchas mapuches o bien las realizan por sí mismos, arriesgando sufrir las consecuencias de la represión por sus ideales de justicia. También, y en el terreno de las ideas, combaten el racismo, las políticas represivas y antidemocráticas, y en general todos esos discursos que favorecen la mantención de un clima societal injusto (hay bastantes intelectuales adultos empeñados en esta tarea escribiendo por estos días). Corresponden a lo que se denomina indigenistas (o al menos manifiestan inclinaciones de ese tipo siendo consecuentes con sus ideas). Sin estos amigos de los mapuches la vida de los mapuches dentro de la sociedad estatonacional podría ser bastante más miserable.
Los dos sectores restantes son los que hoy, frente a la huelga de hambre mapuche, se tiran “la papa caliente de unas manos a otras”, acusándose respectivamente de ser los causantes de una posible desgracia por ocurrir: La muerte de algún mapuche en la huelga (¡ojalá que no!). Así, los últimos acusan a la Concertación de haber aplicado la ley anti-terrorista a los mapuche (y de hecho fue durante los gobiernos de Lagos y Bachelet donde se asesinó a 3 jóvenes mapuche); mientras los primeros replican que no hubo voluntad de legislar para modificar la ley, durante el periodo en que las fuerzas que hoy gobiernan, eran oposición. En fin, una discusión bizantina a ojos de un mapuche en huelga de hambre, sus familiares, y del movimiento que les respalda, que esperan ver acogidas sus demandas de un proceso judicial justo, de desmilitarizar la zona mapuche (los contingentes policiales que actúan como militares en una guerra más los civiles-paramilitares en la zona son numerosos), y de un futuro en donde sus reivindicaciones y movilizaciones ni sean demonizadas, ni reprimidas virulentamente, ni criminalizadas aplicándoles la ley anti-terrorista en juicios desarrollados en tribunales militares.
Pero hay un par de elementos en la demanda mapuche, que provoca reacciones que no necesariamente se agrupan de la misma forma, y que tienden a expresarse de manera más bien transversal. Esto es, la reacción a las demandas por la de devolución de tierras usurpadas (y esto no es lo mismo que comprar tierras para reasignarlas), y la demanda de autonomía o el “déjanos solos” (no pienses ni decidas por nosotros el desarrollo que nos conviene en nuestras tierras o territorio –“Plan Araucanía”, por ejemplo-, déjanos a nosotros el trabajo de hacerlo, de decidir qué desarrollo queremos… al cabo de eso se trata la democracia…), encuentran a viejos antagonistas cercanos nuevamente defendiendo la “legitima propiedad privada” de los latifundistas y empresarios del sur. Más explícito aún, frente a estas demandas en cada lugar de la división mencionadas anteriormente surgen las preguntas: ¿y después qué? ¿Les devolveremos la VIII o IX región para dejarlos contentos? ¿Tendremos que repartirnos Chile? ¿Se destruirá Chile? ¿Volveremos atrás a fojas cero? ¿No es eso una utopía? ¿No es mejor reconstruir esta relación olvidando el pasado y mirando hacia el futuro?
Un gran manto de ignorancia se esconde tras estos pensamientos, que dan cuenta de lo poco que conocen los chilenos a los mapuches, sus problemáticas y particularmente sus ideas políticas.
En el primer caso, la lucha por las tierras usurpadas (“esas” y no otras) no sólo corresponde a una actitud de tozudez, una falta de criterio-ojo o “picardía” comercial, o/a unas ganas de armar problemas y de ser infeliz a lo que dé (“malcriados” para una columnista). Contrario a eso las tierras en disputa bajo el concepto “usurpadas”, para el mapuche tienen un valor agregado más allá de lo comercial: un valor cultural altamente sensitivo. Son las tierras que ocupó el “lof” familiar (“clan” si resulta más comprensible a un lector no mapuche), Son las tierras en que descansan los antepasados de la familia, los lugares sagrados que veneran, etc. Y de otra parte, aceptar tierras en otro lugar es quebrar la familia extendida (el lof), sin dejar pasar el hecho de que quienes lo han hecho así, como la comunidad ailío, han recibido tierras de calidad cuestionable y potencial económico-explotativo que no corresponden a las actividades de las cuales vivían sus componentes, obligándolos a reconversiones económicas dolorosas, que no los sacan de la pobreza y el desconsuelo (no hay asistencia permanente a los campesinos que optan por estas medidas, debiendo costearse ellos el proceso de relocalización, reinstalación o construcción de nuevas viviendas, ver Frorence Mallon para un estudio de este caso).
Y respecto de las ideas políticas se puede decir en voz alta, que no hay organización mapuche o intelectuales mapuche promoviendo la autodeterminación del pueblo mapuche, en el sentido de una secesión de Chile o de Argentina. Hay unos discursos de la autodeterminación dentro de la “sociedad” mapuche, pero ellos tienen una connotación diferente a la lectura dada por algunos chilenos en el poder (por ignorancia o mala intención). Las autodeterminaciones que demandan los sectores autonomistas del movimiento mapuche (aquellas que son reflexiones medianamente bien urdidas), son en todos los casos propuestas de autodeterminación-interna. En otras palabras, propuesta de empoderamiento de la “sociedad” mapuche o local o regional en el sur de Chile. Es un discurso-propuesta que expresa un ¡ya basta! Don Estado o Don Gobierno de venir con tus expertos a decirnos que es lo bueno para nosotros, y seguimos en el mismo hoyo. Es un discurso de rescatar el derecho a decidir por las comunidades locales que desarrollo quieren. Decidirlo democráticamente y no que el desarrollo les sea impuesto desde arriba como si los habitantes y ciudadanos indígenas –y los no indígenas del lugar- fueran niños de pecho o tarados mentales, incapaces de pensar y tomar decisiones correctas respecto de sus vidas.
Hay algo que cambió en Chile a partir del fin de la dictadura y comienzos de los 1990s (con raíces, por supuesto, más profundas). Y eso es que un sector de la “sociedad” mapuche en crecimiento, rompió con una forma de intentar resolver sus problemas. Puesto de otra forma, hasta el golpe de estado e incluso hasta parte de la década de los 1980s, los mapuches reivindicaban mejoras económicas y culturales (el discurso de la devolución de tierras usurpadas viene de esos tiempos y las demandas de espacio para la cultura también, como la educación bilingüe). Hoy en día ese nuevo sector quiere discutir en el terreno de la política todo el paquete de la incorporación completo, es decir, cuestiona la incorporación política y militar misma, la forma en que se hizo y sus consecuencias en términos del empobrecimiento de la “sociedad” mapuche actual (la pobreza mapuche fue creada por el Estado y con un propósito claro de producir mano de obra barata para los negocios por venir). Esto es, buscan llevar al Estado a sentarse y revisar lo que ocurrió con su “nación étnica” que poseía su territorio, independencia y se gobernaba así misma, y que fue expoliada, sometida y casi desintegrada.
De un diálogo como ese, que se va a tener que realizar en algún momento si se quiere realmente terminar con este conflicto (y con el de los rapanui), tiene que surgir una nueva relación y nueva realidad de convivencia política (y social y económica y cultural, etc.). No se puede construir una relación mapuches-chilenos estable, sin abordar y corregir de común acuerdo y de común aceptada, las causas profundas que han dado origen a la relación de desconfianza y odios presente. Mientras eso no se haga y las autoridades continúen tratando la cuestión nacional mapuche como un problema de pobreza y marginalidad social, que se resuelve regalando bombas de agua o semillas, etc., seguiremos lidiando con huelgas de hambre y otros enfrentamientos. Como dice el refrán: “No hay peor ciego –señores en el Estado- que el que no quiere ver”.
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