La oposición a la controversial idea del ex-ministro Pablo Longueira de trasladar la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT) desde el Ministerio de Educación (MINEDUC) al Ministerio de Economía alcanzó para generar un conflicto y un consenso: proponer un Ministerio de Ciencia y Tecnología. La idea, amplificada previamente por diversas organizaciones gremiales de científicos, se transformó en el eje de la propuesta entregada por la Comisión Asesora Presidencial convocada por Sebastián Piñera en torno al tema. Es tanta la anuencia sobre la “necesidad” de un Ministerio de Ciencia y Tecnología que incluso Pablo Longueira, el iniciador de la controversia actual, suscribió el informe de la comisión asesora y lo incluyó como parte de su programa de gobierno como candidato presidencial de la UDI.
La racionalidad expresada en la propuesta de la comisión coincide con gran parte de los argumentos que han difundido las organizaciones gremiales con interés en el tema. Como gran tema, la propuesta de la Comisión Asesora Presidencial cumple con formalizar una demanda burocrática: crear un Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovación y Educación Superior. La novedad vendría a ser la inclusión de la educación superior como una subsecretaría dentro de este ministerio, recogiendo así la vinculación tradicional de la investigación con las universidades. Otro aspecto relevante de la propuesta sería el reconocimiento, mas no un debate al respecto, de las ciencias sociales y humanidades como parte de la amalgama institucional de CONICYT.
El documento de la comisión se enfoca en dirigir sus diagnósticos y soluciones en base a una discusión sobre la falta de coordinación institucional entre organismos estatales. Nuevamente, y como ha sido la tónica del debate público, no se profundiza en el proyecto país. Simplemente asumen que es necesario modificar la estructura institucional dado el objetivo de “duplicar el porcentaje del PIB destinado a actividades de investigación y desarrollo”. Siendo así, lo que parecía un conflicto sobre las ciencias ha sido administrado, creándose canales de solución tal y como se esperaba a un tema despolitizado: mediante un arreglo gerencial de las instituciones.
Hay algo preocupante en el debate. Por ejemplo, las razones esgrimidas por la comisión para crear una nueva institucionalidad no muestran ninguna conceptualización inclusiva sobre el significado del conocimiento. El rol que se le asigna al conocimiento es simplemente el de una materia prima explotable para un proyecto empresarial, una correa transmisora de capital. Por ejemplo, hablan de la necesidad de articular una “cadena de desarrollo”, de mejorar la “transmisión efectiva y eficiente del conocimiento”, de no cortar la “cadena de valor” (¿?), de que el proyecto educativo de Chile deba “alcanzar estándares de clase mundial”. La guinda de la torta es la justificación del apareamiento entre educación superior e investigación “para que Chile sea competitivo en un mundo marcado por la competencia”. Limitada o nula capacidad de imaginar el desarrollo, mucha capacidad para aceptar que el país sea una sociedad anónima. El documento muestra así en plenitud el estrecho proyecto de país del empresariado, manteniendo intacta su jerga pública y sus significados para hablar de educación y desarrollo.
Como he expresado anteriormente, la falta de politización del debate sobre la ciencia y la tecnología hace que se valore la creación de un ministerio enfocado en ello como una formalidad necesaria para potenciar la investigación en todos sus niveles y dimensiones. Sin embargo, si no modificamos el marco conceptual sobre el cuál se instala la discusión de la ciencia, la investigación y la academia, tendremos otro ministerio que perfectamente podría llamarse la gerencia general de la ciencia para Chile.
¿Qué es necesario para modificar la forma de hablar de la ciencia para Chile? Podemos partir por mirarnos nosotros mismos antes de buscar los “ejemplos” del mundo desarrollado con sus propios ministerios de ciencia y tecnología, e innovación. Otras preguntas necesarias son; ¿Cómo nos imaginamos un Chile desarrollado? ¿Qué tipo de democracia nos imaginamos que debe representar a ese Chile desarrollado? ¿Qué rol debe tener la educación, la educación superior, la investigación, la academia científica y humanista en ese Chile desarrollado? ¿Cómo concebimos al conocimiento para el desarrollo?
Hay otras preguntas importantes que pueden guiar los primeros pasos para profundizar el debate. Debemos realizar esfuerzos serios por mirar críticamente las categorías sobre las cuáles construimos nuestra necesidad de investigación, de ciencia, de conocimiento e innovación. ¿Es de verdad el “capital humano” algo con lo que podemos hablar de desarrollo? ¿No será regalarles mucho a los que ya se benefician demasiado de la desigualdad? ¿Nos imaginamos un Chile desarrollado en base a la competitividad o en base a la colaboración? ¿Nos imaginamos un Chile desarrollado en base al “ingreso per cápita” para consumir servicios o en base a la distribución igualitaria de derechos universales? ¿Queremos un Chile desarrollado donde el conocimiento sea una “propiedad intelectual” o un espacio colectivo del saber que permita un nuevo horizonte cultural? ¿Queremos que la educación y el conocimiento sean simples motores del mercado o esperamos que sean los constructores de un Chile profundamente democrático?
Si no modificamos el marco conceptual sobre el cuál se instala la discusión de la ciencia, la investigación y la academia, tendremos otro ministerio que perfectamente podría llamarse la gerencia general de la ciencia para Chile.
No hay respuestas unívocas a esas preguntas. Pero por sobre todo, las preguntas invitan a un debate político profundo, inexistente en la discusión actual. El proyecto de desarrollo chileno no existe como tal. Lo que hay es un pegoteado de miradas y “proyectología” que provienen de las prácticas culturales de la élite empresarial y política que nos ha gobernado, y que nos impuso una constitución dictatorial y un relato sobre el éxito y sobre la naturaleza de la desigualdad.
El debate sobre la ciencia, el conocimiento y la innovación no puede cerrarse institucionalmente, como está ocurriendo con la formulación de un proyecto de ministerio. Es necesario hacer el esfuerzo por mirar críticamente las prácticas de creación de conocimiento en Chile. Ello implica observar, teorizar y politizar las prácticas de los grupos activos en generar conocimiento. Debemos buscar en nosotros mismos los modelos que permitan comprender qué es el conocimiento y cómo es que resulta útil o necesario para el país. Debemos evitar idealizar el trabajo de un científico, o los estereotipos sobre los académicos. Hay que comprender cuáles son las prácticas que promueven e impiden la generación de conocimiento, en conjunto con la construcción de una democracia plena, y de condiciones de igualdad social y económica. Ese camino es el único que le daría sentido a un arreglo institucional, o ministerio, que permita construir otra ciencia para Chile. Sin profundizar el debate, daremos luz verde a que se haga una gerencia general de la ciencia en Chile.
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Foto: Carlos Rosas / Licencia CC
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iedusal
El desdén por lo que llamas «paja molida» tiene consecuencias políticas porque establece posiciones ideológicas. Si es que alguien quiere defender la actividad científica tiene que partir por entenderla y mirarla críticamente. Sospecho que eso no está en la agenda de ningún grupo que ande defendiendo la ciencia.
La movilización de los Pingüinos nació de problemas concretos, como baños malos o salas que se llueven, pero la paja molida existía desde hacía rato en el seno de sus asambleas, y fue esa reflexión la que permitió que la movilización hiciera sentido por eso. Lo mismo ocurrió en los universitarios del 2011. Las organizaciones de científicos han preferido establecer posiciones gremiales, su historia es reciente, y sus reflexiones se enmarcan en un extremo utilitarista para con los funcionarios de la ciencia. Sus formas de entender el desarrollo (y la ciencia como condición de éste) me sorprenden por su mecanicismo, y por cierto por su inocencia también. No creo que un arreglo gerencial modifique el marco de actividad que tiene la ciencia en Chile, menos con los énfasis que pareciera que se imponen en la discusión. Como mucho creo que podrá existir un arreglo que aumente el financiamiento, y eso solo servirá para patear el conflicto más profundo, que es el que trato de instalar con esta columna.
Me parece que la forma de abordar este conflicto es politizar el tema en su raíz, pero no creo que el gremialismo extremo de las organizaciones actuales permita condiciones para eso.
Veremos en unos años más si la asombrosa inocencia era o no necesaria.
Saludos.
Felipe Torres
Muy básica argumentación
iedusal
¿Cuál sería tu comentario?
meriadox
No entiendo por que hablas de «politización» del tema, cuando lo que solicitas es un debate filosófico, una revisión de la epistemología de la ciencia y su link con la institucionalidad. Entretenido tema, pero paja molida al momento de querer construir algo con eso.
Desde el punto de vista institucional, el debate filosófico que pides debiera enfocarse a preguntas muy anteriores, como cuál es el rol del Estado respecto a la sociedad, qué es lo que se entiende por desarrollo, etc etc. Creo que en esa lista a discutir, la ciencia está como a dos siglos de entrar en el debate (a la tasa actual de evolución del debate). Hoy la sociedad, entre sus políticos y los ciudadanos que marchan, aún no cierran el caso del Estado Subsidiario. Ni siquiera se ha logrado canalizar el debate sobre si se debe fortalecer al individuo o al ciudadano. Hoy gana lejos el individuo dentro del duopolio. Menos se ha abierto del debate sobre lo que desarrollo es, que en tu invitación a debatir parece ya definido. Dices «¿Cómo nos imaginamos un Chile desarrollado?».¿Qué entiendes por desarrollo de la sociedad humana, en general?
Hablar de una institucionalidad para la ciencia es similar a la discusión en torno al medio ambiente. Claro, medio ambiente tiene ministerio después de un largo parto, cuestionado también. Nadie ha definido desarrollo sustentable ni se han reparado las contradicciones en la legislación sobre protección y explotación de los recursos naturales (la cagada parte en la constitución). Sin embargo, si nos hubiésemos quedado esperando el debate sobre sustentabilidad, aún estaría CONAMA, no existiría una superintendecia, etc. Es mala, incompleta, pero solucionado un tema, los demás temas afloran naturalmente.
Finalmente, la discusión sobre la ciencia y el conocimiento debiera partir en el colegio, desde los profes, no en la universidad. Ahí está en el tapete la discusión sobre la calidad, pero apenas visible y todos le sacan el poto. Ha tomado desde 2006 para que madurara la discusión política y surgiera el tema de la calidad de la educación, recién al 2013 y ni tanto.
Te imaginas si en vez de discutir sobre la LOCE o la LGE o sobre el lucro, los pingüinos del 2006 hubiesen marchando para cuestionar lo que significa aprender, el significado del conocimiento, si la competencia entre alumnos ayuda o no a aprender, etc.
Tu invitación no deja de ser válida, en última instancia, después de todo se trata de una inquietud válida e importante, aunque solo sea un debate para cierta elite, pero de ahí a pensar que ese debate es previo a la institucionalidad, me parece que es de una inocencia asombrosa.