Estamos viviendo una época extraordinaria para el país, en todos los sentidos de la palabra, y, por ello, es la época en que debemos plantearnos que tipo de sociedad queremos construir.
¿Cómo nos visualizamos? ¿Cómo queremos que nos vean? ¿Hacia dónde va la micro?
Personalmente, creo que uno de los primeros errores que debemos dejar de cometer, es pensar que el mundo sólo se divide en comunismo y capitalismo.
Somos descendientes de la generación que se enfrentó a la Guerra Fría, con consecuencias atroces para nuestro propio país, pero no estamos atados indisolublemente a dicha situación; no tenemos por qué estarlo.Si queremos cuidar nuestra democracia de verdad, y no sólo nuestros privilegios (si los tenemos), debemos reconocer a los demás como parte también de nosotros mismos, y ahí radica la oportunidad.
De hecho, una de las pérdidas grandes que tenemos a nivel intelectual es la incapacidad cultural de debatir en otras formas de pensamiento político.
En este corto texto, quisiera dejar una advertencia y una oportunidad transcritas.
Primero, la advertencia.
A principios del siglo pasado, los países europeos se enfrentaron a la crisis provocada por el capitalismo desenfrenado.
Es indiscutible que el capitalismo es un productor de riqueza tremendamente eficaz, pero es igualmente indiscutible que provoca desigualdad y crisis cíclicas, donde quienes viven las crisis en carne son los dejados de lado por la desigualdad.
En particular, históricamente esto provocó el nacimiento de dos corrientes tristemente conocidas, el fascismo y el nacional socialismo.
¿De dónde vienen?
De la necesidad de dar respuesta a las falencias del capitalismo desde fuera de la democracia.
Durante los años 20′ las formas de pensamiento que se vivían eran capitalismo y marxismo, donde el primero prefería mantenerse lejos de la intervención estatal en los mercados, y generaba una sociedad individualista sin cuidado por los pares, mientras el segundo asumía un devenir histórico ineludible de emancipación liderada por la «clase trabajadora».
Dado que el devenir histórico no se cumplía, y dado que la clase media seguía creciendo pese a las dificultades, la gente comenzó a perder la esperanza en esa ideología, lo que dio pie a la búsqueda de alternativas para la distribución de riqueza y construcción de una sociedad comunitaria, y así nació la posibilidad de revisar el socialismo dentro de la democracia de la mano de intelectuales como Eduard Bernstein, y la economía capitalista orientada desde el estado, de la mano de economistas como Sir John Maynard Keynes.
Sin embargo, nació también el cansancio, la ira, la impaciencia ante la negativa constante de transformación de la sociedad, y la democracia pasó a un segundo plano cuando la oferta del cambio era inmediata, con lo que, triunfó la promesa – de la mano de Hitler y de Mussolini – de mayor justicia social.
Los crímenes realizados por ambos regímenes son de todos conocidos, pero es menos conocida la seguridad social y cuidado de los «arios» que realizaba el gobierno alemán, razón de su amplio apoyo entre la ciudadanía.
Si no somos capaces como sociedad de cuidar nuestra cultura, de respetar el voto de la mayoría sin pretender manipularlo, de comprender que los demás integrantes de nuestra franja de tierra son nuestros hermanos; seguiremos abusando de la confianza de otros, seguiremos perdiendo la fe en la institucionalidad, en suma, en la democracia.
Es incomprensible pretender, por un lado, clamar que somos todos chilenos, y por otro, que algunos tengan oportunidades, esperanzas, inclusive justicia de primera y segunda clase.
Si queremos cuidar nuestra democracia de verdad, y no sólo nuestros privilegios (si los tenemos), debemos reconocer a los demás como parte también de nosotros mismos, y ahí radica la oportunidad.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, Europa estaba devastada. Eso significa que lo que se ha construido se hizo desde las cenizas de un continente que pasó 3 décadas entre guerras.
¿Por qué mencionarlo?
Porque resulta agotador escuchar justificaciones para los problemas de desarrollo de Chile en frases tan simplistas como que «la raza es la mala», que «los europeos ya eran ricos» y un largo etcétera.
Tenemos la oportunidad en nuestras manos, esa es la verdad.
Tenemos una crisis, la estamos viviendo, pero no es el fin de nuestro país, puede ser el inicio de algo que nunca hayamos vivido.
Un país que no esté cooptado por nadie.
Una democracia verdadera.
Y ahora, la oportunidad.
La Alemania de la posguerra decidió controlar y orientar su economía considerando primero la protección de su sociedad, evitando así un colapso social similar al que generó el nacimiento del nazismo de Hitler, desarrollando un estado de bienestar y de apoyo a su gente, fomentando la unidad social, pero sin dejar de cultivar empresas como Volkswagen.
De manera similar, el gobierno sueco animó el control del desempleo reentrenando y reubicando a los trabajadores que perdieran su trabajo, el control de los sueldos para que la brecha salarial disminuyera y se mejorara la solidaridad social sin dejar de afirmar las partes positivas del capitalismo, como son la innovación y creación de riqueza, y lo logró sin nacionalizar.
Existen ejemplos en toda Europa de países que cuidan su gente sin perder ni su democracia ni su capacidad de generar riqueza (Noruega, Finlandia, Bélgica, Francia, etc.), además de países en otros lugares con logros similares (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, etc.), por lo que sabemos que es un modelo replicable en todo el planeta si nos motivamos a ello de verdad.
Me quedo entonces, con las palabras de Per Albin Hansson, cuando describía la sociedad que quería construir como un «folkhemmet» u «hogar de la gente»:
«La base del hogar es la comunidad y la unión. Un buen hogar no reconoce a miembros privilegiados o rechazados, ni tiene favoritos o hijos de segunda clase. En un buen hogar hay equidad, consideración, cooperación y apoyo.».
Fundemos un buen hogar para todos.
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