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Reflexión constante: Qué hacer frente al sufrimiento del otro

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A la luz del alcance mediático que han tenido las vulneraciones de derecho que afectan a niños/as y adolescentes en Chile, emergen los cuestionamientos a la labor de cuidado de las instituciones llamadas a esta tarea; desde la familia y los profesionales, hasta los programas e instancias judiciales. Todos tenemos el llamado a replantearnos, qué estamos haciendo por los niños/as y sus familias.

Conocidas son las noticias que nos han alertado y la alta prevalencia de maltrato infantil (físico/psicológico, negligencia, abandono, abuso sexual, infanticidios, y por qué no decirlo, pobreza). Son años de deuda histórica que nos muestran esta realidad. A ello se suma la relación existente entre consultas de Salud Mental, diagnósticos de patologías psiquiátricas y un alta tasa de suicidios.

En Chile mueren niños/as productos de la violencia. De los que no, algunos llegan a adultos con un sufrimiento encriptado que, en ocasiones, se traduce en síntomas e indicadores de patología, sobrevivientes del dolor que  se enfrentan día a día al devenir,  sumidos en el consumo, en la no pertenencia del sí mismo, en el dolor, en el olvido y desesperanza. Algunos se convierten en madre o padre, y a veces la historia de sufrimiento se repite, a esto le llamamos Trauma Transgeneracional. Sí, la violencia es constitutiva de traumas. Cuando estos no reciben atención, se rigidizan y generan malestares que reducimos a un trastorno, a veces descontextualizado de la historia, de toda subjetividad, del sufrimiento profundo que se esconde -cabe mencionar que también hay quienes se sobreponen y tienen un mejor destino-.

Qué hacemos para acoger a quienes, a pesar de todo, buscan nuestra ayuda, o a quienes no lo hacen, pero llegan a nuestras puertas porque a través de sus acciones nos muestran su dolor. La psicoanalista Beatriz Janin señala que “cuando una sociedad está en crisis, la infancia queda en estado de vulnerabilidad absoluta” y que “…también hay violencia en los tratamientos cuando se medica para tapar trastornos y para no preguntarse acerca del funcionamiento de los adultos”. En mi experiencia, he visto esta descontextualización del dolor innumerables veces, la falta de escucha y comprensión, no siempre por malas intenciones, sino que por la alta carga de angustia que implica enfrentarse al horror, por la falta de preparación y el abuso del sentido común. A veces, ataca el miedo e inmoviliza. No obstante, nuestra formación nos permitiría estar advertidos y preparados. Freud, ya señalaba que para la formación como analista era necesario el estudio, la supervisión y el propio análisis, si bien, hoy no lo podríamos poner en duda, nuestra formación sigue en deuda.

También Janin cuenta sobre un niño medicado que decía “yo no me voy a rendir, no voy a darles el gusto… me las van a pagar” “no quiero tomar medicación. Que la tomen ellos”, un niño maltratado por su padre. Janin expresa su sorpresa al señalar que nadie le había preguntado que había detrás de esta conducta desafiante, y reflexiona “¿por qué no se los escucha, por qué no se los piensa como sujetos capaces de dar cuenta de lo que los perturba?”.

Vale hacernos estas preguntas por nuestros pacientes, ¿por qué los dejamos de escuchar? ¿Por qué hablamos de habilidades parentales cuando nos encontramos con adultos traumatizados, sobrevivientes de feroces historias en un estado de congelamiento psíquico, que impide ejercer la sagrada parentalidad? Cuidar a los niños también es cuidar a los adultos que los cuidan y saber hasta dónde hacerlo. Nuestra labor no es criminalizar, estigmatizar, juzgar. Nuestro rol es amparar y acompañar en el alivio del sufrimiento. Gadamer decía “el hombre comprensivo no sabe ni juzga desde una situación externa y no afectada, sino desde una pertenencia específica que le une con el otro, de manera que es afectado con él y piensa como él”.

En la violencia hay un no reconocimiento del otro como sujeto, cuando cerramos la intervención, replicamos lo mismo que nos espanta.

Si no podemos ver el horror, si no escuchamos a nuestros pacientes, si no empatizamos con sus historias y comprendemos sus acciones, cómo pretendemos ayudarlos, cómo estar advertidos frente a adultos de perfiles perversos, cómo cuidamos. Janin señala “no sólo debemos develar las condiciones que llevaron a la violencia, sino que debemos poder dar instrumentos para prevenirla, para evitar su repetición”. En la violencia hay un no reconocimiento del otro como sujeto, cuando cerramos la intervención, replicamos lo mismo que nos espanta.

Hablamos de un tema serio que requiere expertiz, y ésta no se adquiere sólo de la bondad y el sentido común. Cada sufrimiento es particular, cada necesidad es única, cómo podemos responder a ellos con dispositivos rígidos y deshumanizados que determinan el tiempo y periodicidad para sanar.

En mi experiencia, los mejores resultados estuvieron cuando prevaleció la subjetividad de mis pacientes, por sobre toda norma.

Janin, B. (2007) La medicalización de los niños o cómo silenciar la infancia
Janin, B. (2009) La Violencia en la estructuración subjetiva
Orange, D. (2013) El Desconocido que Sufre
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2 Comentarios

Carlos

Totalmente de acuerdo en lo que tiene que ver con el acceso a la subjetividad del otro en procesos de intervención. Creo si que la situación se vuelve sumamente compleja al momento de tener que contextualizar la intervención en un contexto
obligado, a través de una medida judicial, que lleva a que los programas de intervención de facto deban cumplir la función de sistemas de control y sujeción, creo que es imposible eludir dicha posición, lo cual limita el encuadre de trabajo basado en una ética del cuidado, más que normativamente. A esto se suma la falta de un sistema legal, basado en un marco de derecho y la falta de criterios interventivos que lleven a una mayor coherencia en las decisiones profesionales que se toman al momento de intervenir, por ejemplo, en primera infancia, lo que lleva a a su vez que las medidas de protección demoren años manteniendo la situación de vulneración. Creo que es urgente,en este mismo sentido, la desjudiacilización de muchos procesos, lo cual permita la existencia de programas que intervengan preventivamente.
Gracias, saludos.

    constanza_varas

    constanza_varas

    Gracias por tu comentario Carlos, estoy de acuerdo totalmente con los dos puntos que planteas.
    Efectivamente la intervención psico-social se utiliza como un dispositivo de vigilancia y control, creo que al menos, resulta importante estar advertido de ello, para pensar como sortear estas tensiones entre lo terapéutico y lo jurídico. En relación a esto y al marco de derechos, hay dos textos muy interesantes, por si no los conoces: «La policía de las familias» de Donzelot y «El recreo de la infancia» de Bustelo. Saludos!