Eso le dijo, con un sesgo de mayoría, el encuestado al encuestador. Porque claro, por más maliciosa que hubiese sido la redacción de la pregunta, en el fondo, mal disimulada, estaba clara la respuesta. Ahí no hubo engaño.
Y es obvio. Es sumamente extraño que alguien programado desde sus primeros pasos a competir con el otro, a pisarlo y botarlo, a aplastarle la cabeza, luego, milagrosamente, le responda a un personaje al teléfono que el bien común es el bien de todos. ¡No seamos hipócritas! Menos en una encuesta. ¡Bah! Mi auto o su auto. Mi carrera o la de él. Todo, naturalmente, sin margen de error, con toda la sana lógica puesta al servicio de las palabras.
El bien común, digámoslo, es un anhelo bastante romántico en estos tiempos. Huele a fiambre. A azufre, yo diría, en éste siglo. Es como el nostálgico poema de Neruda que se memoriza en el colegio, sólo porque está en la malla oficial. Una idea vaga, mal aprehendida. No es la caridad de los domingos y del 24 de diciembre, por supuesto, sino la vieja y roída solidaridad. Sólo ahí hay bien común. Antes, en los tiempos del duelo, se entendía un poco esto. El que “todos” significaba “algo”. Por lo menos, en ése entonces había pertenencia a algo más que dos amigotes tomando y resolviendo el mundo a la pasada. Era un requisito, un instinto de supervivencia, y no solamente una plástica meta vendida al mejor postor.
¿Cómo le podríamos decir ahora al gásfiter, al oficinista, al empresario, a la nana y al conserje que educar a sus hijos, es educar también a los hijos de los otros? Yo no podría. Suena hasta mal. ¿Solidaridad? Habría que explicarles que todos vivimos en comunidad, que las personas somos simbióticas y dependientes, que gobernar es educar, que el contrato social, y blablablá. En eso se nos pasa la vida, y el oyente sólo quiere que sus hijos tengan una casa en el mejor sector de Santiago. Para eso están pagando. Durante 40 años el país se ha movido con ése motor: el crecimiento como fin y no como medio. Desarrollo, pero de cifras y decimales. ¿Qué esperaban, entonces, de la encuesta? Yo nada. Ni siquiera alcancé a desilusionarme.
Es sumamente extraño que alguien programado desde sus primeros pasos a competir con el otro, a pisarlo y botarlo, a aplastarle la cabeza, luego, milagrosamente, le responda a un personaje al teléfono que el bien común es el bien de todos. ¡No seamos hipócritas! Menos en una encuesta.
Sé que nací en el Chile post-dictatorial. La tarea fue bien hecha: poca cultura, odiado por sus vecinos, amado por los inversionistas. Y cómo no, somos el “new rich” de los países subdesarrollados. ¡Qué vamos a estar eliminando el copago, si por 20 mil pesos mi hijo no comparte con delincuentes! ¿Educación pública de calidad? Claro, pero sólo para los pobres. Para qué hablar de salud…
La encuesta CEP, confieso, me dio un poco de angustia, pero ya está, seguiremos en las mismas calles y colegios. Juntos pero no revueltos.
Los contenidos publicados en elquintopoder.cl son de exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores.
Te invitamos a conocer nuestras Reglas de Comunidad