Antes de dormirme como a las 02.00 am,pude sentir como empezaba a llover. Recordé los reportes del tiempo que advertían desde hace más de una semana que el lunes 29 de junio llovería, y aunque tenía que salir ese día no me afectó. Tengo un jardín donde trato que crezcan diversas plantas, por lo que las precipitaciones siempre son bienvenidas.
Además, debido a la pandemia y sus devastadores efectos en el país, no se pueden negar los efectos positivos que dejan las lluvias, limpiando el ambiente con el ozono que se filtra. Un aire más limpio puede ser un aliado a favor frente a un virus que precisamente ataca las vías y el sistema respiratorio.
No obstante, las lluvias tienen un lado catastrófico entre la población más vulnerable. Cuando regresé de mi trámite pude notar como mi cocina estaba húmeda debido a una pequeña fisura. Una rápida limpieza hizo que el asunto no pasará a mayores. No obstante, mientras trapeaba el piso pensaba en los cientos de afectados que esta lluvia podía dejar. No sólo a aquellos que se les iba a infiltrar el agua a la casa por falta de techo o por construcciones precarias, sino de la gente que tenía riesgo de caer bajo la inundación, dónde un curso hídrico cercano o la saturación de las alcantarillas iban a complicar las cosas. La falta o el corte de servicios básicos tampoco podía dejarse a un lado. En zonas no urbanas, no podía olvidar los peligros del barro y los posibles deslizamientos de tierra. Tampoco, podían dejarse fuera a los que perderían su fuente de trabajo, en tiempos dónde la cesantia, se suma al hambre, la incertidumbre y la plaga.Es irónico como nuestro país se ha preparado en diversos ámbitos (infraestructura, ingeniería, comportamiento, entre otros) para aguantar los movimientos telúricos, pero no lo ha hecho para enfrentar las consecuencias de una pluviosidad pronunciada
Viendo las noticias, los problemas en diversas comunas del país aumentaban, desde autos atrapados, hasta gente que lo perdía todo. Talca, El Bosque, Valparaíso, Estación Central, Puchuncaví, Maipú, San Bernardo, Talca, Lonquén, Melipilla, La Florida y mínimo unas 40 localidades más. Unos culpaban a las autoridades, otros al clima, otros a sus vecinos que tiraban basura y otros a la lentitud de los funcionarios municipales. Las opiniones de ciudadanos que debían enfrentar las calles inundadas tampoco eran diferentes. La respuesta más común es que era «algo que siempre pasaba» y «que no se hacía nada».
Y aquí es donde las opiniones de dividen claro. Si bien la gente no es la culpable en lo más mínimo por dónde y cómo vive, no puede esconderse cierto dejo de responsabilidad entre las comunidades a nivel grupal, que se manifiestan precisamente en este tipo de situaciones. No es desconocido el carácter y la personalidad del chileno, dónde prevalece la manía de dejarlo «todo a última hora». Incluso, dejando de lado, a aquellos que deben salir para trabajar o por situaciones especiales, el sentido de irresponsabilidad de los compatriotas pueden observarse en el aumento de los contagios en el último mes.
Los daños de las precipitaciones no pueden ser determinadas por exactitud por los expertos. Pero los daños de estás tienen una consecuencia palpable en la población, en especial cuando sus efectos se han manifestado antes. En una población de Puchuncaví, la nieta de una pareja de ancianos afectados por el anegamiento de su vivienda comentó que era una situación latente, que se repetía constantemente.
Cómo puede ignorarse una situación peligrosa, de la que se ha tenido conocimiento que ha sucedido antes? Y el problema es que precisamente, ocurre. La culpa de ciertas autoridades gubernamentales es obvia, aunque no es total, ni mucho menos. También es una responsabilidad que recae en los ciudadanos afectados como comunidad, dónde los chilenos en general esperan que la situación se les vaya de las manos para actuar.
Hay desastres naturales que son totalmente impredecibles como los terremotos, que nuestra geografía e historia los conoce de sobra. Pero las inundaciones pluviales, son un peligro que está advertido desde hace rato. Es irónico como nuestro país se ha preparado en diversos ámbitos (infraestructura, ingeniería, comportamiento, entre otros) para aguantar los movimientos telúricos, pero no lo ha hecho para enfrentar las consecuencias de una pluviosidad pronunciada, en conjunto con el caos que trae (desprendimientos, enfermedades, pobreza, letalidad, contaminación, corte de servicios, y en menor medida, daños materiales).
Queda sobrevivir a la tragedia y actuar para el futuro. Es pretencioso en extremo pensar que uno puede detener un golpe de la naturaleza con éxito. Pero los aprendizajes deben emplearse. La comunidad debe unirse para dialogar, proponer y exigir soluciones a las autoridades políticas y sociales pertinentes. Y es aquí donde indico directamente a los ediles y concejales como una de las posibles soluciones. En caso que está falle queda tomar conciencia de elegir a políticos competentes (algo en lo que todavía se trabaja). Y lo más importante: efectuar un cambio en percibir en cómo los desastres naturales dejan un aprendizaje del que pueden salir dinámicas políticas y culturales diferentes a la hora de estrechar lazos comunitarios que desafían al centralismo, el neoliberalismo y la individualidad en el establecimiento de diferentes alianzas.
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