Qué fácil es motejar a algo o a alguien de radical. A los procedimientos (los encapuchados son sus personajes símbolo) y también a los contenidos (una educación pública, gratuita y de calidad, y una matriz nutrida de energías renovables no convencionales sus mejores ejemplos). De esta palabra, “radical”, se cuelgan todos quienes, apelando al eslogan y a la caricatura simple, las emprenden contra quienes luchan por cambios de fondo.
Recurriré a una reciente noticia sobre Pakistán para reforzar un punto. Ésa que nos cuenta del programa de televisión donde a los ganadores de un concurso de preguntas sobre el Corán se les premia con un recién nacido. Un bebé, un infante, una guagua. La primera reacción en Chile, y parte del mundo occidental, fue de incredulidad. Luego vino el repudio por la inhumanidad de la televisión de tan exótica cultura. Reafirmamos así nuestra autoimagen de suelo serio, razonable, sensato.
Ahora piense en una noticia transmitida en Islandia (donde educarse bien es un derecho garantizado por el Estado) que muestre como algo extravagante un país en el extremo sur de América donde hay niños que asisten a escuelas públicas (municipales, más bien) separadas por un par de kilómetros, y donde está prácticamente determinado que unos tengan un digno futuro laboral y otros reciban una remuneración 10 o incluso 20 veces inferior.
O en Francia ver una nota sobre una nación donde personas cuyas familias han vivido ancestralmente en un determinado territorio no pueden, de la noche a la mañana, beber de los ríos que fluyen por su tierra porque esa agua es propiedad (derecho de uso, le llaman) a una trasnacional extranjera.
O en Nueva Zelandia saber de un país latinoamericano donde una persona que trabajó toda su vida con un sueldo medianamente decente, por lo cual se le descontó sistemáticamente un parte de éste, termina con una pensión de vejez que no le alcanza ni para los remedios mientras quienes administraron sus fondos se enriquecieron.
O, por último, en España saber que en Chile seguimos con los fundamentos sociales, económicos y políticos que nos heredó una dictadura porque la Carta Fundamental es tramposa y tiene “cerrojos” que hacen inviable su modificación por la legítima mayoría.
Es posible que si un connacional fuera en realidad oriundo de esos países, sentiría lo mismo que el chileno que vio la noticia sobre Pakistán. ¿Cómo es posible que aquello ocurra?
En Chile vivimos bajo un modelo extremista. En nuestra patria hemos convertido en normal lo anormal, como en alguna ocasión señalara un dirigente estudiantil sobre la necesidad de dejar el lucro en la educación fuera del sentido común. Y vaya que lo lograron.
La respuesta es simple. Porque en Chile vivimos bajo un modelo extremista. En nuestra patria hemos convertido en normal lo anormal, como en alguna ocasión señalara un dirigente estudiantil sobre la necesidad de dejar el lucro en la educación fuera del sentido común. Y vaya que lo lograron.
Por ello quienes llamamos a un cambio radical sólo estamos demandando la justeza de volver a Chile al carril de lo que debe ser una sociedad de verdad. A la senda de un país justo, equitativo, que permita a sus ciudadanos vivir en dignidad.
Y sobre los procedimientos, la protesta muchas veces se entiende dado que nuestra institucionalidad no contempla mecanismos realmente democráticos para que la voz de la ciudadanía se exprese y participe efectivamente en la toma de decisiones. Los plebiscitos comunales son restrictivos, el devenir legislativo está cooptado por el sistema binominal y los quórum calificados para incidir en los temas de fondo, no es posible crear partidos políticos verdaderamente regionales, no existe el mandato revocatorio y en la mayoría de los casos la participación ciudadana no es vinculante. Sólo por mencionar algunos ejemplos de nuestra democracia malamente representativa (ni hablar de una de corte participativa).
Y es en este contexto, el de una nación que vive en permanente anormalidad por la imposición de un sistema neoliberal radical, donde el único mecanismo es la lucha, en contenidos y procedimientos, radical. La que busca, en el fondo, volver las cosas a su justo equilibrio. O, mejor dicho, a ese equilibrio justo al que todo ciudadano debe aspirar.
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Pablo Benavente
sinceramente creo q en chile el neoliberalismo no existe. Viviemos bajo un modelo económico unico, una experimentación unica de los ancestro de chicago. Los monopolios y oligopolios son las enfermedades principales de el neoliberalismo, que en nuestro pais prevalecieron y terminaron por aniquilar aquel sistema,para dar lugar a «pongale el nombre» que quiera, pero que sin duda esta destruyendo almas y sueños
david.damago
Me atrevo a decir que en Chile estamos pasando la etapa del neoliberalismo y hace rato que entramos a una doctrina monopólica tanto de la economía, de la política y en sí de la vida misma.
No es un dato más sino ¡el dato! que nos tiene en esta situación, y a veces se dice de manera liviana, que Chile lo controlan siete o diez familias, en todos los ámbitos de los quehaceres país.
En el neoliberalismo el libre mercado, la liberalización económica, el libre comercio, los mercados abiertos y la oposición a la formación de monopolios y oligopolios, son su base primordial. Qué tenemos en Chile, todo lo contrario. En nuestro país los gobiernos de la concertación instauraron un sistema en el cual la economía radica en pocas manos con la falaz excusa de que al tener la economía en pocas manos, era más sencillo su regulación y fiscalización. Esa fue la mentira que los mandatos concertacionistas siempre, off de record, decían y dicen.
Como se observa en la vida diaria, de libre mercado nada. Todo está concentrado en un puñado de familias, que curiosamente, tienen cooptado al sistema político de este país y sus relaciones.
Entonces, y no es por defender ese otro engendro del capital llamado neoliberalismo, pero para ser claros, en Chile ¡no existe el modelo neoliberal! Para más explícito, estamos inmersos en una dictadura, con todas sus letras, que controla los destinos de este país. Esa dictadura maneja los medios de comunicación, compra políticos, se abastece del Estado y sus recursos naturales: ¡dictadura del mercado monopólico!
Yo creo que es hora de eliminar la palabra radical en plantear, por ejemplo, educación financiada por el Estado con sentido público. Si el mismo imperio norteamericano lo tiene en un porcentaje mayoritario, por qué entonces llamar radical a eso.
Saludos.