Hace mucho tiempo robé este pensamiento a un anónimo crítico literario: “Un clásico (un libro, una canción, una pintura) es como esos vampiros que en la noche de nuestra existencia se alimentan de las llagas siempre abiertas de la humanidad”.
Hace cinco años escribí una columna. En ella aludía a ese sentido de pragmatismo general que en momentos abruma a muchos individuos de una sociedad. Tal ocurre cuando demasiados dejan de soñar. Cuando las mayorías guardan sus ideales en algún cajón perdido de su historia personal.
Hoy quiero compartirla una vez más. Porque aunque para mí es ejemplo de mis propios clásicos (artículos a los cuales tengo especial aprecio), siento que está perdiendo vigencia. Gracias a los estudiantes movilizados, a los líderes de regiones, a los hermanos mapuche, a una ciudadanía que no quiere más abusos ni que destruyan los territorios donde vive, soñar ya no es una palabra ingenua. Hoy ha sido recuperado su valor.
La columna fue publicada originalmente en El Divisadero el 21 de abril de 2008. Hela aquí. Su título, “¿Cuándo dejamos de soñar?”.
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Un segundo. Un momento. Un instante.
Sólo eso basta para entender lo que no aparece a primera vista. Para ver, en el terreno más yermo, la flor más hermosa. En el diálogo más insulso, la frase promisoria.
«Si sólo sueñas cuando duermes, algún día despertarás y verás que nada tienes. Soñar despierto es lo que hará que en el diario vivir siempre poseas un motivo por el cual seguir adelante».
En días de pragmatismo, de dura realidad, de aburrida cotidianeidad, esta frase, como parte del guión de un filme de tercera, suena a tontera, a estupidez humana ante las necesidades básicas -y de las otras- insatisfechas.
Así, cada día es fácil encontrar un ejército de realistas, que al igual que el Ejército Realista de nuestra Independencia es conservador y mira con sospecha todo lo que apunte a que de verdad podemos hacer las cosas de otra forma. Que de verdad podemos cambiar el mundo.
¿Cuándo dejamos de soñar, cuándo dejamos de sentir que lo difícil es alcanzable, cuándo comenzamos a creer que lo grande es imposible?
Algo que nos diferencia de los animales (en realidad, de los otros animales) es la posibilidad de abstraernos del aquí y el ahora para moldear los aquís y ahoras futuros. La capacidad de construir la sociedad de la posteridad.
En días de pragmatismo, de dura realidad, de aburrida cotidianeidad, esta frase, como parte del guión de un filme de tercera, suena a tontera, a estupidez humana ante las necesidades básicas -y de las otras- insatisfechas.
Pero algo pasó, algún diablo metió la cola para que en muchas esquinas, demasiados hogares, los padres entreguen a sus hijos dosis de pragmatismo cuyo resultado último es ir cercenando los ideales, los horizontes de quienes serán nuestro recambio generacional.
«No te metas en problemas ni en lo que no te afecta», «no hagas el ridículo por defender leseras», «nada podemos hacer ante el sistema» son frases recurrentes que, paradójicamente, sí van creando realidad, primero en la mente de quien las escucha, dando paso aque la persona así configurada, cual computador con alma, incube una actitud que luego transforma en acción. Y esta acción, en hechos.
Siempre he creído que la realidad es un proceso dinámico, con un convencido que convence a otro, y éste a un tercero, y así hasta que los convencidos son más que los que no lo están. Así de simple.
Y más allá del ojo receloso, del atisbo desconfiado, de las palabras que sólo buscan mantener el status quo, seguirán existiendo, como siempre, quienes intentarán ir contra la corriente acomodaticia, negándose a aceptar la verdad revelada por los oráculos del deber ser, bregando por convertir sus sueños en realidad.
Así lo ha hecho el hombre desde que miró las inalcanzables estrellas. Así se hizo en Francia para institucionalizar la igualdad, la fraternidad y la libertad, así se hizo en Estados Unidos para terminar con la esclavitud y la segregación racial, así lo hicimos en Chile hace ya dos décadas atrás.
Todo por un ideal.
¿Cuándo dejamos de soñar?
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