Las miradas dicen mucho es algo que hemos escuchado muchas veces en diferentes partes. Lo cierto es que las palabras que delatan los ojos -muchas veces- nos dicen más de esa forma que hablándolas o escribiéndolas.
Hay un libro que nos muestra esto, una mirada, una descripción breve y efímera a partir de una visión de un hombre que nos cuenta mucho más de lo que podemos ver. El libro es «Conversación en La Catedral» de Mario Vargas Llosa, escritor criticado y al que muchas veces se le presta más atención por sus aventuras faranduleras o por sus tendencias políticas. Pero no es de derecha o izquierda de lo que me interesa hablar, sino del individuo y su mirada.
En este libro lleno de apatía y pesimismo nos encontramos una vez más con una de las miradas violentas que el escritor presentaba en sus novelas sobre aquella sociedad latinoamericana que los grandes escritores del boom comenzaban a retratar. La historia nos cuenta la vida de Santiago y Ambrosio mediante una conversación en un bar -La Catedral- con una impresionante estructura narrativa que hace que la historia pasada se mezcle con algunas acotaciones desde el presente que nos hace ver el sentir de los personajes frente a esa vida que tanto les molesta.
Hay un momento en la historia que probablemente sea más famoso que el libro mismo, y con el que siempre se puede citar al autor sin conocerlo demasiado, la mítica pregunta que nos cuestiona ¿En qué momento se jodió el Perú?. En retrospectiva podemos ver que el Perú es sólo un nombre y que en realidad esa pregunta nos llega a todos en la realidad de nuestro continente. Por esa pregunta se han hecho ensayos, críticas y entrevistas que intentan responder la interrogante que planteó el Nobel hace ya casi 50 años. A principios de este año El Comercio de Perú hizo esta misma pregunta a diferentes personajes y las respuestas fueron muy distintas, mientras algunos piensan que siempre estuvo jodido otros dicen que fue Vargas Llosa con su novela quien lo jodió al mostrar el país verdadero que nadie quería aceptar.
Yo antes de leer el libro ya conocía la pregunta, pero no me parecía tan relevante y tampoco imaginé que el libro fuera tan violento, que al llegar al final no nos explique nada y que solo termine demostrando que no todo tiene un final feliz. Sin embargo hay un momento que sin duda es el más violento, por su frialdad y por la cotidianidad que demuestra frente una situación tan dura, y al mismo tiempo por resumir y explicarlo todo. Un momento que se vuelve una ironía al ser la respuesta que muchos buscan en más de 600 páginas y estar en la primera línea del libro, ese increíble inicio tan conocido que nos muestra de inmediato la realidad de su contexto; «Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor» de esa forma comienza todo, en esa frase tan corta y directa es donde se presenta al personaje y vemos por primera vez la imagen derrotada de Santiago. Es un hombre que al salir de su trabajo -el diario La Crónica- mira su país, las calles por las que caminó quizás los últimos 20 años de su vida, su identidad, sin amor, esto no es violento bajo una mirada nacionalista sobre la bandera o la patria sino bajo la simple y cruel verdad que mira sin amor todo lo que es su vida, por no tener ésta mayor importancia, no hay fe, no hay cariño, solo una cotidianidad apática que se ajusta al mundo bajo la postura de un sobreviviente de esa jodida que se presenta siempre y que no puedes ver, más abajo santiago se da cuenta, «todos jodidos, no hay solución». Siempre estuvo y siempre estará jodido todo esto, es algo muy simple de ver, somos un continente que nació bajo un hecho de violencia que nos quitó una identidad que después de eso nunca tuvimos realmente.
«Antes de la peluca y la casaca fueron los ríos, ríos arteriales» dice Neruda en su Canto general, pero luego de la peluca y la casaca ¿qué fuimos? una identidad que nunca terminó por conformarse, una sucesión de problemas que trataban de solucionar el problema anterior, jodiendo una jodida, algo que no puede terminar en otra cosa que eso.
La literatura tal como cualquier otro arte es la creación desmesurada de una realidad que deseamos ver pero que no está
Los ojos de Santiago son los mismos de tantos que viven o vivimos esa realidad, la misma de los que se alimentan en las calles, de los que esperan con la columna partida y los pies derrotados un sueldo miserable o los que esperan a ser juzgados por haber sido tomados en cuenta por primera vez al robar un reloj del precio de 50 almuerzos que nunca tuvieron. Personas que esperan con fe ese movimiento popular dirigido por una figura mesiánica de un caudillo que jamás vivió una necesidad pero que se hace parte de ello, ese líder lleno de falsedad, la comodidad de sus ojos lo delata, la postura de recuadro le impide avanzar al ritmo de los que dice representar, con el tiempo la mejor opción se transforma en la opción del mal menor, luego la opción obligada y después se retiran bajo una fuerza que se presenta nueva, con mirada al futuro, sin miedo, con ganas de cambiarlo todo y el circulo vicioso se repite.
Es algo muy normal que Chile tenga tan buena poesía. -esta vez Chile es el nombre que representa- Mencionaba Zurita la unión eterna de Chile y la poesía desde que el país fue cantado por primera vez por Ercilla bajo el amparo de unos versos que retrataban violencia y hostilidad. ¿Por qué esa unión? porque la literatura tal como cualquier otro arte es la creación desmesurada de una realidad que deseamos ver pero que no está y es por esa misma razón que Santiago existe, es un respiro, una manifestación del sentir de muchos.
Sin embargo, no hay que perder aquella mirada sin amor, esa que nos mantiene los pies en la realidad y que nos hace ver a diario lo que no queremos ver pero que al mismo tiempo nos despierta esa ilusión tan necesaria en un mundo tan jodido. Aquella mirada empuja al hombre que ha visto a través de ella a esa desmesura, ese sueño, pero debemos entender que aquella ilusión es por nuestra situación violenta, por el contexto que nos tocó vivir y no le pertenece a ningún supuesto vocero de la dignidad o la utopía, la mirada le pertenece a su individuo y a su igual y enseña al hombre a ver al otro hombre como tal, sin colores, ni banderas. Si los ojos se nos llenan de amor los cambios sujetos a la plena ilusión caerían y entonces la realidad más terrible nos acomodaría, es importante no perder la ilusión porque como diría García Márquez «la ilusión no da comida, pero alimenta»
Es probable que esté equivocado, pues las respuestas no las tengo.
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