Como el mito de Sísifo, aquel condenado a subir día tras día una gran roca hasta lo más alto de la montaña, la partida de cada año representa el reinicio de un ciclo, un volver a subir la cima de la vida, con su rica diversidad de experiencias. Nacimiento y muerte, las dos principales claridades humana. Una en el comienzo, otra en el final.
Por eso extraño es, aunque estas realidades estén escritas en piedra, que en nuestra cultura no sean parte de la formación social. En nuestra cultura porque existen otras donde la muerte e incluso las etapas previas de vejez -en el caso de quienes cumplen íntegro su ciclo natural- son asumidas sin tapujos, enfrentadas como parte de la normalidad. Aquellas no forman parte de la coloquialidad educacional ni mediática.
Cómo asumir que el paso del tiempo no es necesariamente sinónimo de desperfecto sino de otro rol en el sistema social, uno tan necesario como el de la niñez, la adolescencia, la adultez. Y uno no solo necesario para el colectivo sino también para nuestra propia vida, etapa que debemos aprender a recorrer y reconocer como fundamental. Como todas las que nos van alcanzando.
En alguna ocasión leí un artículo sobre la importancia de que las comunidades cuenten con niños. Sí, niños, pequeños, bebés. Porque la alegría, inocencia, ingenuidad, espontaneidad, así como la falta de responsabilidad, impertinencia son necesarias para que el resto aprendamos de aquellos.
Y así también, una sociedad se enriquece con sus viejos. Su experiencia, tranquilidad, perspectivas, sus miedos e incluso nuevas situaciones con relación a su cuerpo y funcionalidades, nos sirven a quienes venimos detrás para aprender del conocimiento acumulado en el pasado y también para ir previendo el futuro que se nos acerca.
Uno donde el vivir en pareja, esa alianza nuclear, también precisa adaptaciones para superar ese nuevo camino que se abre con el paso de los años. Navegar por la vida incluye asumir que no necesariamente una relación debe ser la misma cuando se parte que cuando se está en los últimos estadios, pasado ya mucho tiempo. Las hábiles maniobras para zarpar no nos serán útiles en alta mar o al atracar. No entenderlo así solo nos hará naufragar.
Cómo asumir que el paso del tiempo no es necesariamente sinónimo de desperfecto, sino de otro rol en el sistema social, uno tan necesario como el de la niñez, la adolescencia, la adultez.
Esa es la riqueza la vida, la nuestra y la de los demás. Es la preparación de la que carecemos en el sistema social y que probablemente está albergada en la mente y corazones de quienes han hecho un recorrido existencial mucho más extenso que el nuestro, quienes les seguimos.
Más experiencias vitales y menos reality es lo que necesitamos. Más sabiduría y menos distractores de la vida, que nuestro parámetro para vivirla no puede ser ni una película de acción ni un spot de televisión.
Este 2018 (asumiendo los ciclos del calendario gregoriano, ya que los ritos también son necesarios) es un nuevo inicio. Uno que será, a fin de cuentas, uno más en nuestro caminar. Depende de nosotros convertirlo en un año fundamental.
En nuestro caso, como en el mito de Sísifo original, el de seguir avanzando en la construcción de una relación más armónica con la naturaleza. Y que es algo que ya muchos antes se han esforzado por impulsar.
Los contenidos publicados en elquintopoder.cl son de exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores.
Te invitamos a conocer nuestras Reglas de Comunidad