Durante el Estallido Social del 18 de octubre del 2019 se viralizó la imagen de una frase inscrita en una pared en alguna calle del país que decía: “no era depresión, era capitalismo”. Dicha frase da cuenta de las distintas expresiones ciudadanas que comenzaron a producir un relato que ubicaban la causa del malestar social en el sistema político-económico impuesto durante la dictadura cívico-militar. Ya no se atribuye dicho malestar a la depresión (entendiéndola desde esta lógica como una problemática individual, “interna” del sujeto), sino que al sistema capitalista, en su versión neoliberal a la chilena (una causa “externa”). De esta manera, el “origen” del malestar en la cultura en Chile no es ubicado en la responsabilidad de las personas sino que en el sistema político-económico imperante.
Este desplazamiento de nivel de análisis de lo individual a lo colectivo me parece que marca un punto de inflexión importante en lo que respecta a como pensar el malestar social en nuestra sociedad. Y en esto la economía política juega un rol fundamental. La concentración de la riqueza, las desigualdades sociales, la privatización de servicios públicos y la precarización de la vida en general, puede ser causante de diversas formas de sufrimiento psíquico (ansiedades, angustias, depresiones, estrés, VIF, etc.). Esta mirada pone en tensión la clásica concepción del malestar de la psicología dominante, que desde un discurso psicologizador, las causas del padecimiento (o en su lenguaje, los “trastornos” mentales/psicológicos) siempre serán atribuidas al sujeto y nunca al sistema. Se entiende la subjetividad en términos intrapsíquicos, desconectada de lo social y lo político.
Cuando hablamos de psicología hegemónica o dominante, nos referimos a un paradigma de corte positivista-conductista, cuyo razonamiento mecanicista y lineal (causa-efecto) entiende la subjetividad como una sustancia ubicada al “interior” de un individuo, y que su expresión verificable es observable por medio de la conducta. Esta visión extrapolada al campo de la salud mental, la entiende como un fenómeno individual, en la que los recursos psicológicos internos del sujeto permitirían un grado estable y permanente de bienestar subjetivo.
Este razonamiento, predominante en el campo de la salud mental, suele dar pie a visiones privatizadoras del malestar social. Es decir, por medio de una serie de discursos, prácticas y operaciones, el dispositivo psicológico, presentado desde un saber/poder en el tratamiento del padecimiento subjetivo, psicologiza las problemáticas sociales, culturales, políticas, económicas e históricas, traduciéndolas en “desajustes psicológicos”, “falta de recursos simbólicos”, “trastornos mentales”, “descompensación emocional” (La versión psiquiátrica-medica seria la biologizacion del padecimiento, siendo localizado en el cebero, en desconexiones neuronales). Esta operación de psicologización e individualización, podríamos decir, contribuye en la configuración de una subjetividad neoliberal, correspondiente a un yo autónomo que guía la vida anímica del sujeto. Esta subjetividad neoliberal daría cuenta de un sujeto transparente, individual, racional, autosuficiente. Concepción sumamente arraigada en los dispositivos de salud mental, que omiten por un lado la dimensión de lo inconsciente y por otro lado las condicionantes sociopolíticas en la constitución de la subjetividad. Es como si el sujeto fuese alguien completamente racional y libre que sabe efectivamente lo que piensa, siente y desea.
Entonces, pensar la relación entre malestar social, neoliberalismo y psicología, implica ubicar el lugar y el rol de la psicología en la administración del padecimiento subjetivo. De esta manera, en la actualidad “nuevas formas de agrado que ofrece la psicología como posibilidad de construir una interioridad subjetiva que éste acorde a los intereses de la dominación y que en términos efectivos administra las satisfacciones parciales y frustraciones profundas del consumismo y la abundancia. Como contraparte de esta situación y en la medida que el modelo neoliberal produce inevitablemente desigualdad y pobreza, se han debido atender sus efectos en la subjetividad bajo un modelo de integración sutil o forzada de los que fracasan o están al margen del sistema, generando soluciones “técnicas” adecuadas a los problemas de desvinculación, desajuste y desviación. En esta vertiente se inscribe la psicología dominante o hegemónica que opera principalmente desde el aparato estatal y sus dispositivos institucionales” (Cea-Madrid y Lopez-Pismante, 2014, pág. 164).
Este tipo de psicología promueve y reproduce un régimen del bienestar obligatorio (Exposto, 2021) en el que cualquier indicio de malestar subjetivo es patologizado, psicologizado e individualizado, planteando la salvación individual como la única vía posible. Visión concordante con el “sálvese quien pueda” del neoliberalismo. La psicología como dispositivo y la psicologización como mecanismo de control social, contribuyen en la invisibilización de la violencia estructural del sistema neoliberal. Digamos que para muchxs psicologxs es mucho más sencillo y cómodo localizar el sufrimiento psíquico en términos estrictamente individuales, desconociendo la dimensión colectiva y social del malestar. Esto nos invita, por tanto, a reflexionar sobre como pensar la articulación entre la subjetividad y lo social, lo singular y lo colectivo, clínica y política.
Ahora bien, dentro de las críticas que se han formulado en torno a la relación entre neoliberalismo y salud mental desde las organizaciones sociales y gremiales de la salud, se observa, de alguna manera, un desplazamiento hacia una mirada “sociologizadora” de la problemática de la salud mental. Es decir, si bien se está planteando el cómo las condiciones estructurales y materiales se articulan al malestar subjetivo, se ha tendido a una visión “neoliberalizadora” del fenómeno, vale decir, economicista. En esa línea, las críticas y propuestas al actual modelo de atención en salud mental en este contexto del proceso constituyente, se han remitido a aspectos principalmente económicos-institucionales-burocráticos, pero no ha habido una revisión y problematización profunda de los dispositivos de atención en salud mental, y especialmente del dispositivo psicológico. Dicho de otra manera, problematiza desde el orden de lo macropolítico, omitiendo la micropolítica.
Es interesante en ese sentido tomarnos de la definición de neoliberalismo que propone el filósofo argentino Diego Sztulwark (2019): “Lo neoliberal no designa, según esta definición, un poder meramente exterior, sino la voluntad de organizar la intimidad de los afectos y de gobernar las estrategias existenciales. Llamamos neoliberalismo, entonces, al devenir micropolítico del capitalismo, a sus maneras de hacer vivir” (pág. 61). Si pensamos la psicología hegemónica como una herramienta del capitalismo neoliberal para reproducir el orden sociopolítico dominante, habría que ubicarla del lado de los dispositivos de control de la subjetividad (micropolítico), es decir, de las formas de vida que no se adecuan a los parámetros de normalidad y felicidad. Así, lxs psicologxs somos formados y mandatados para una cumplir una función normalizadora y adaptativa, que muchas veces se reduce a la mera aplicación de test psicométricos. Nos forman para funcionar como técnicos homogeneizadores de la subjetividad. En Chile, la psicología es sinónimo de psicologización.
Este desplazamiento de nivel de análisis de lo individual a lo colectivo me parece que marca un punto de inflexión importante en lo que respecta a como pensar el malestar social en nuestra sociedad
Para superar las prácticas de la psicología dominante (positivista-conductista), es necesario recurrir a otros marcos teóricos, discursos y prácticas que se desmarquen de estas lógicas adaptacionistas y normativizantes. La salud colectiva, el psicoanálisis, los grupos operativos, el acompañamiento terapéutico, son algunas herramientas que nos pueden servir para revisar, repensar y transformar las prácticas en salud mental, sin caer en el binarismo de psicologización/sociologización del malestar subjetivo, sino que puedan propiciar la articulación entre lo singular y lo colectivo, y desde ahí llevar a cabo intervenciones subjetivantes a nivel individual, grupal, comunitario e institucional.
Referencias bibliográficas
-Cea-Madrid, J. y López-Pismante, P (2014). Neoliberalismo y malestar social en Chile: perspectivas críticas desde la contrapsicología. Teoría y crítica de la psicología 4, 156-169.
-Exposto, E (2021). La lucha popular por la salud mental. Intuiciones para una psicopolítica desde abajo. Revista Nuestra República.
-Sztulwark, D (2019). La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político. Editorial Caja Negra, Buenos Aires.
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Cristián Echeverría
Interesante reflexión sobre la psicologización de las condiciones socioeconómicas y también respecto del otro extremo de ‘sociologización’ hacia lo macro, considerando que la existencia concreta del sujeto se desenvuelve siempre dentro de un contexto ‘local’ a nivel micro.
Ahora ipenso que también el análisis de la existencia concreta de las personas necesita considerar igualmente los procesos bio-químicos en interacción con el medioambiente físico del organismo a ese mismo nivel micro. Tanto la sicologización como la sociologización corren el riesgo de incurrir en el marco ontológico de un ‘dualismo de sustancias’, donde tienda a verse lo psicosocial como una relación ‘ideal’ sin una raigambre concreta en la materia.