Thomas Reid, en una aseveración que se ha vuelto parte del sentido común, sostuvo que una cadena es apenas tan fuerte como el más débil de sus eslabones. Bien debiese saber esto la Nueva Mayoría, que más allá del cambio de nombre, mantiene la experiencia acumulada tras dos décadas de gobierno bajo el membrete concertacionista. Episodios como las acusaciones contra Sebastián Dávalos que hoy se toman los medios de prensa, nos recuerdan que la inclusión del PC en el pacto y el “giro a la izquierda” del nuevo gobierno tienen también un conteniendo simbólico: dejar atrás los errores del pasado.
La ahora llamada «Área sociocultural» de la Moneda, y específicamente las fundaciones de la Primera Dama, disponen de presupuestos altísimos y llevan a cabo una labor fundamental en el desarrollo de sectores pujantes de la economía, que son además, esenciales para el posicionamiento de nuestros productos y nuestra identidad en Chile y el extranjero. Se hace evidente que estos objetivos no pueden quedar entregados a una persona cuya inexperiencia política y cuestionable conducta, ya arrojaban señales de alerta un año atrás, cuando su nombre se mencionara por primera vez para el cargo. Ahora, a más de un año de asumir, y solamente porque este escándalo lo obliga, recién conoceremos su declaración de intereses. Recordemos que en el Gobierno pasado, el Consejo para la Transparencia y la Corte de Apelaciones de Santiago confirmaron que las fundaciones de la Primera Dama están sujetas a la ley de transparencia; sería esperable entonces, que quien se encuentra a cargo de estas instituciones se ciña voluntariamente a la normativa, para efectos de promover la probidad.Las chilenas y chilenos hemos transitado un largo camino de lucha social para poner entre las prioridades de la clase política las demandas que por casi una década han sido el centro del acontecer político y noticioso nacional. Estos escándalos no hacen más que profundizar una crisis de representatividad que la aparición de un puñado de nuevos partidos de derecha está lejos de solucionar.
Estas acusaciones surgen, además, en medio de un proceso en que la Nueva Mayoría parecía estar a punto de cosechar un triunfo político con grandes proyecciones a futuro: Mientras el caso Penta desenmascara al sector político más conservador y cercano a los intereses del empresariado, el término del binominal y el re-distritaje prometen terminar con la sobre-representación que la extrema derecha goza desde el término de la dictadura. Repentinamente el caso Penta comienza a ceder espacio a la discusión respecto del aborto, mediatizándose un problema del tercer mundo (recordemos que los países que no permiten por ningún motivo la terminación del embarazo se cuentan a nivel mundial con los dedos de una mano) tan dramático, que pone de cabeza al país, dejándose de lado las relaciones entre Délano y la UDI, y concentrándose así el acontecer noticioso en un conflicto en que las fuerzas se rearticulan, demostrando nuevamente la debilidad de los lazos que unen a los partidos de gobierno.
Entonces, el escenario de hegemonía de la Nueva Mayoría empieza a desvanecerse, abriéndose la brecha para sostener que las conexiones sucias entre el empresariado y la política se extienden más allá de la extrema derecha. Y en efecto, en un par de semanas el tema regresa, pero esta vez para golpear directamente a la familia de la Mandataria. Para cualquiera que tuviese la vista puesta en la cadena de poder de la Nueva Mayoría, se hacía evidente que el eslabón más débil era Sebastián Dávalos; por un lado, ya en enero de 2013 podía leerse en Qué Pasa, que se le sindicaba como parte de un negocio poco transparente que jamás quedó totalmente esclarecido; así mismo, el lugar común al asumir el nuevo gobierno, era sostener que no estábamos en presencia de un destacado cuadro político de la Nueva Mayoría, sino apenas ante el hijo de Bachelet, que por razones desconocidas, accedía a su cargo por encima de Estela Ortiz, nombre histórico de la izquierda chilena y del entorno inmediato de la Presidenta. Descuidar este cargo, reinventado con maestría por Luisa Durán años atrás, es exponer innecesariamente un flanco delicado de la Moneda, en que además, mucho dinero está en juego.
Ahora, lo verdaderamente interesante es que, a días del inicio del escándalo, el Gobierno no haya aprendido una lección importantísima que la derecha supo hacer suya luego de la patética intervención de Ena Von Baer ante los medios: cuando a un político lo descubren en un escándalo público que pone en entredicho su posición frente al electorado, lo primero que debe hacer es pedir disculpas y dar explicaciones, luego de lo cual, recién es posible confirmar que las cosas seguirán exactamente igual. En el caso de Dávalos, sorprende que José Antonio Gómez lo confirme en el cargo, sin que hayamos escuchado siquiera una declaración del mismo implicado, mientras se hace apuradamente una declaración de intereses luego de un año de pasarla por alto, y sin que por parte del oficialismo se haga una sola declaración en el tenor de devolver a la ciudadanía la confianza nuevamente quebrada.
Las chilenas y chilenos hemos transitado un largo camino de lucha social para poner entre las prioridades de la clase política las demandas que por casi una década han sido el centro del acontecer político y noticioso nacional. Estos escándalos no hacen más que profundizar una crisis de representatividad que la aparición de un puñado de nuevos partidos de derecha está lejos de solucionar. La Nueva Mayoría, que en los hechos ha tomado esas banderas y ha potenciado esos cambios que el pueblo de Chile está exigiendo, no puede permitir que este proceso se vea opacado por ripios añejos, propios de una época que todos queremos dejar en el pasado, y con respecto de los cuales, los ciudadanos nunca más haremos la vista gorda.
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