Este no será un análisis. No traerá cuadros, conteos ni proyecciones electorales, como aquel oráculo interesado que, más que adivinar o escrutar el futuro, lo invoca para asegurar que se transforme en realidad. En su anhelada realidad.
No tendrá intenciones de alzarse desde la asepsia del método social, que relata al mismo tiempo que interviene el objeto estudiado.
Este texto será un vistazo al pasado. De revisar huellas. Caminos. Que para avanzar en el tiempo presente siempre es útil mirar la senda por otros recorrida.
Porque aunque es posible que la historia la escriban los vencedores, de lo que sí hay certeza es que no solo ellos la construyen. También es tarea de los que deciden escapar de la marea conservadora, de apoltronada comodidad, para adentrarse en las inciertas rutas que abren nuevas perspectivas.
En días de necesaria transparencia, una precisión: fui integrante del tribunal supremo provisorio de Democracia Regional Patagónica y milito en Somos Aysén. Y desde ahí hablo.
Se veía bien.
Entre tanta sigla y nomenclatura, leer el 23 de octubre en las cédulas de gran parte de las comunas de la región la palabra “Aysén” tenía un dejo de excepcionalidad. De lo no antes ocurrido.
Ese día, por primera vez en la historia de la región se presentaba en elecciones un partido nacido desde el interés de quienes en esta tierra viven: Somos Aysén, corazón del Pacto Aysén.
De sus 25 candidatos y candidatas a concejales, ninguno salió electo. Tampoco el postulante a la alcaldía de Las Guaitecas. En los legítimos cálculos post comicios esto fue un traspié. Mal que mal, dicen, los que compiten lo hacen para ganar.
Sin embargo hay otras lecturas. Porque en ocasiones se participa, también, para cimentar. Tal está en el ideario y el corazón de quienes hace rato corren por el costado de la cultura dominante, de la hegemonía de todo tipo y pelaje. Los pilotos del calefont, dispuestos a mantener prendida la llama que encenderá la hoguera de la transformación.
Porque aunque no se logró escaño alguno, esta primera incursión ya forma parte de la historia de Aysén.
Y de tal forma, hubo varios otros colectivos que en estas elecciones se aventuraron a representar los intereses de sus propios territorios. En Atacama, Coquimbo, O’Higgins, la Araucanía y Magallanes. Atrevidos todos y todas, porque estrenar derroteros no es sencillo. Es enfrentarse al sentido común político, aquel de corte unitario, nacional y en demasiadas ocasiones déspota, triunfador de la batalla de Lircay en 1830. El que entregó a Portales y a sus adláteres el derecho a escribir la historia. Esa que se enseña hasta hoy en los más básicos currículos escolares.
Porque el regionalismo no es más que el interés de los habitantes de un territorio a participar vinculantemente en las decisiones que les afectan. Conlleva, en el fondo, un profundo sentido democrático. Noción atacada desde Lircay en adelante a letra y garrote (muchas veces con más garrote que letra), porque pone en riesgo el poder que desde el centro y la elite se enseñorea sobre el todo.
Hoy los partidos regionales son una irregularidad. Un agujero de democracia abierto en 2015 durante la negociación con el alférez de las reformas Rodrigo Peñailillo para terminar con el sistema binominal, cerrado en abril de 2016 luego de su caída y del ascenso del coronel del orden Jorge Burgos. Un encumbramiento efímero el de este último, por cierto, pero lo suficientemente duradero para volver las cosas a su lugar.
Donde los díscolos del status quo no están considerados y se les obliga, nuevamente, a constituirse en tres regiones contiguas por el cambio al sistema político que aprobaran diputados y senadores de los partidos nacionales. Algo que según la nueva legislación tienen hasta abril de 2017 para concretar.
Son las reglas impuestas por quienes ven la democracia como una cancha inclinada. Siempre a su favor. Es esa irrefrenable ansia del control total (“no se vayan las regiones a empoderar”). Deseo muy humano, claro está, pero peligroso cuando existe la posibilidad de hacerse realidad. Por eso la relevancia de establecer reglas que distribuyan el poder.
Porque el regionalismo no es más que el interés de los habitantes de un territorio a participar vinculantemente en las decisiones que les afectan. Conlleva, en el fondo, un profundo sentido democrático. Noción atacada desde Lircay en adelante a letra y garrote (muchas veces con más garrote que letra), porque pone en riesgo el poder que desde el centro y la elite se enseñorea sobre el todo.
Pero claro, trastocar ese sentido común instalado no es tarea fácil. Más aún en perspectivas cortoplacistas que se enfocan exclusivamente en los resultados inmediatos mas no en los procesos.
En términos de lo primero, a Somos Aysén no le fue bien. Así como a la candidata del Partido Socialista Michelle Bachelet tampoco en 1996 cuando se presentó a concejala por Las Condes: un magro 2,35 % de los votos. Ocho años después sería electa Presidenta de Chile con un 53,5 %. Algo parecido ocurrió con Salvador Allende, quien partió con un 5,45 % y luego de cuatro campañas recién en 1970 pudo entrar triunfante a La Moneda. Y una Evelyn Matthei que hace tres años lamentaba su estrepitosa derrota ante la propia Bachelet hoy es la gloriosa alcaldesa electa de Providencia.
O más cerca aún. Con Oscar Catalán en la comuna de Aysén que en 2008 pierde contra Marisol Martínez pero que cuatro años después retorna al sillón municipal, que mantuvo en esta pasada contienda electoral.
En la vida, y en la acción política en especial, no existen derrotas ni triunfos totales y perpetuos. Y precisamente de aquello trata. De construir lo que no existe hoy. De hacer realidad lo que aún no es.
Eso son los partidos regionales hoy. Donde Somos Aysén pone a disposición principios sobre desarrollo económico local, responsabilidad socioambiental, más democracia y participación. Mucho más que un error en la duopólica y aún vigente matrix partidaria institucional.
Los contenidos publicados en elquintopoder.cl son de exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores.
Te invitamos a conocer nuestras Reglas de Comunidad