Desde que tengo uso de razón la relación-oposición de los independientes respecto de los políticos ha sido todo un tema que por momentos, como el actual, cobra mayor significado. Al respecto no deja de llamar la atención que para los efectos de las elecciones que vienen se estén debatiendo las exigencias para postular por parte de los independientes.
Es curioso constatar que el mundo político es el que debe decidir si abre cancha a los independientes en los términos que estos desean o no. No debiera sorprendernos que quienes militan en partidos procuren poner toda clase de obstáculos o limitaciones a los independientes. Mal que mal, hay un desencanto con todas las dirigencias, sean estas políticas, religiosas, deportivas, militares, policiales, como empresariales. De allí que hoy por hoy “vende bien” el ropaje de independencia.
Pareciera vender tan bien la independencia que hoy veo a candidatos que militan en partidos políticos publicitarse en palomas, cuñas radiales y demases sin hacer mención al partido político al que representan. En simple, postulan ocultando el partido en el que militan, al que se deben y cuyos principios que se supone respaldan.
Confieso que no me compro la independencia de quienes incursionan en la política por más independientes que se proclamen. Si los políticos pueden salir con su domingo siete en cualquier momento, con mayor razón podrán hacerlo los independientes. El motivo es muy simple: a diferencia de los políticos que se asume deben rendir cuenta ante sus respectivos partidos, los independientes deciden y votan según la ocasión y no tienen que rendirle cuenta a nadie.
Entre quienes se dicen independientes, hay muchos de mentira y unos pocos de verdad, una verdad relativa. Los de mentira son políticos disfrazados, que si bien no militan en partido alguno, tienen su corazón más que recostado en forma permanente a uno u otro lado del espectro político. Además suelen comulgar en la misma parroquia que los militantes de un partido específico.
Ser calificado como independiente provee una cierta aureola de santidad diferenciadora que tiende a ser muy útil, en particular en tiempos en que el prestigio de los políticos planea a muy baja altura, lo que parece ocurrir cuando se miran mucho al ombligo y se alejan de las demandas y necesidades ciudadanas. Pero los independientes de verdad, si es que existen, son escasísimos, creo que nos sobran dedos de la mano. Tampoco sabría cómo definirlos.
Ser calificado como independiente provee una cierta aureola de santidad diferenciadora que tiende a ser muy útil, en particular en tiempos en que el prestigio de los políticos planea a muy baja altura
Uno podría pensar que independiente de verdad es quien no milita y además no se casa con ninguna postura política particular. Desgraciadamente, ni siquiera en este caso se es realmente independiente porque ahí uno queda a merced de la publicidad, de las palomas, de las promesas sin fin, del voto útil, y de la venta de pomadas al por mayor, las que abundan por doquier. Sustraerse a esta influencia requiere resistencia, autonomía, capacidad de ver bajo el agua, de reflexión y discriminación. Competencias que son provistas por una educación de calidad, la que al día de hoy, por desgracia, brilla por su ausencia.
Confieso que me resultan chocantes los independientes que incursionan en la política con discursos antipolíticos. La historia nos demuestra que los países que han caído en la tentación de dejar en manos de independientes sus destinos, suelen terminar peor que como estaban.
En síntesis, salvo excepciones, más vale fiarse más de quien milita en algún partido político, que se enorgullece de pertenecer a él, y cuyo cuerpo de ideas coincida más o menos con el que uno sostiene, antes que respaldar a un independiente que poco tenga de tal, o de quien militando oculta su adscripción política.
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