El concepto de derechos colectivos ha adquirido preponderancia en el transcurso de los últimos años gracias a su difusión por parte de organismos internacionales y la activa demanda de los mismos por parte de diferentes grupos denominados comúnmente como minorías.
El rol de las mal llamadas minorías étnicas, en particular de los pueblos indígenas, ha sido fundamental para problematizar, visibilizar y demandar el respecto a los derechos mencionados.
Si bien estos derechos constituyen parte esencial de la agenda indígena internacional, y representan un verdadero avance para nosotros, son -al mismo tiempo- considerados frecuentemente una amenaza para la estabilidad político-administrativa de los Estados-Nación con los cuales coexisten pueblos indígenas.
Particularmente en Chile, a pesar de un avance aparente en el reconocimiento de la legislación internacional, los derechos colectivos permanecen ignorados. Aun más: son desconocidos y anulados vía implementación de políticas públicas que supuestamente benefician a los pueblos indígenas, pero que en la realidad anulan las disposiciones del Convenio 169 recientemente que entró recientemente en vigencia.
Antes de abordar específicamente el caso chileno, quisiera detenerme en algunas reflexiones que irrumpen de la experiencia cotidiana de leer los periódicos de este país, sobre todo de las valoraciones, comentarios y opiniones que los chilenos anónimos dejan en sus páginas. Aunque no pretendo generalizar esas opiniones a la totalidad de la sociedad chilena, no deja de ser llamativo el tipo de comentarios que suelen aparecer en la prensa. Podríamos decir que algo de la expresión ciudadana se filtra en esos epítetos y frases desplegados a modo de emergentes del discurso nacional.
A propósito de los conflictos de tierra entre el pueblo mapuche y el estado chileno, se han producido frecuentes altercados entre la policía y grupos que demandan tierras. Como resultado, el pueblo mapuche cuenta 3 muertes de jóvenes a manos de carabineros. Se reproducen a continuación algunas de las “opiniones” de los foristas de los diarios de mayor circulación en Chile, posteriores a alguno de estos eventos en que ha fallecido algún indígena en los procesos de demanda y recuperación territorial:
– "¿Qué deuda histórica? ¿Quién les debe algo y por qué? ¿Qué han aportado estas etnias a la chilenidad si nunca han querido integrarse? No hay pueblos “originarios ni ancestrales”.
– "Para ellos la propiedad privada no tiene valor, el trabajo y el esfuerzo no están entre sus convicciones”.
– "Los mapuches son conflictivos, flojos, borrachos y no viven en paz ni entre ellos mismos”.
"La verdad es que los mapuches son una lacra."
– "Gracias a las inversiones de privados en esas tierras, se han llenado los bolsillos y ahora salen con los derechos de los pueblos indígenas y todas las estupideces que siempre dicen."
– "Simplemente lárguense de Chile y llévense sus lamentos donde los escuchen. Déjense de hacer reivindicaciones ancestrales que no existen, son meros aprovechamientos de su parte para conseguir algo sin hacer nada."
– "El famoso movimiento no existe. Son indios comunistas-terroristas que no respetan el estado de derecho ni la propiedad privada."
– "El movimiento mapuche es una maquinación ideológica de un sector político."
Pareciera ser que la sociedad chilena sufre una esquizofrenia permanente cuando se trata de sus pueblos originarios. Crecí escuchando del valiente pueblo mapuche en las clases de historia y actos cívicos obligatorios, pero en los recreos de la misma escuela uno de los peores insultos era india o indio.
Esa esquizofrenia detectada en mis tiempos de infante se reproduce hoy constantemente. Cuando hablamos de folclore y de raíces: lo indígena aflora como un punto de encuentro para el orgullo nacional. Cuando lo indígena aflora como sujeto activo y demandante, los epicúreos indígenas no somos más que una tropa de ladrones flojos, borrachos y buenos para nada.
¿Qué hay en las demandas colectivas que generan tal nivel de reacciones? Más allá de las comprensibles aprensiones por factores económicos, ya que no está demás decir que los territorios usurpados a los pueblos indígenas suelen coincidir con las tierras más fértiles y ricas en recursos naturales, de los cuales habitualmente profitan sendas corporaciones transnacionales y los respectivos Gobiernos, me parece que la amenaza de lo colectivo tiene que ver con la legitimación simbólica de lo indígena como otro igual y válido a los ojos de los civilizados “occidentales”.
Tradicionalmente lo indígena ha sido asociado a lo primitivo, lo primigenio, lo que debe ser superado o debe ser “desarrollado” para alcanzar el estadio civilizatorio. De alguna manera, lo indígena siempre ha sido considerado un sinónimo de una etapa más temprana de la escala evolutiva humana, asumiendo que el homo sapiens occidental es muestra del extremo superior de dicha escala.
Del mismo modo, al menos en Chile, lo indígena está asociado a la piel oscura, la baja estatura y el tronco grueso, todo lo contrario al perfil apolíneo europeo, considerado el ideal de belleza y estatus social. Mientras ese imaginario de lo indígena se mantenga en los lugares en los que se supone debe estar, es decir: en los espacios de servicio doméstico, el campo, la pobreza, la carencia, o lo cultural-folclórico, nadie en Chile se atreverá a hablar contra nosotros o demostrar abiertamente sus sentimientos racistas encubiertos en caridad superficial.
Es en el contexto de las demandas por derechos colectivos que el desprecio hacia lo indígena se hace presente de forma brutal. Aparecen así algunas reacciones como las ya señaladas y otras que hacen alusión a la acción de entes externos a los indígenas como instigadores de las movilizaciones.
¿Por qué los indígenas no podríamos tener la capacidad de pensar y decidir por nosotros mismos? ¿Por qué la única opción posible es que nos hayan “infiltrado”, “adoctrinado”, “comprado”, etc.? Creo que una respuesta posible tiene que ver con los imaginarios de lo indígena que ya he comentado. Lo indígena sólo aparece como algo inferior y es aceptado sólo en tanto se muestre como necesitado y carente. De este modo, el occidental, que puede tender su mano al “pobre” primitivo que no sabe vestirse, comer o sobrevivir, no puede estrechar su la mano de un indígena que se considere un igual o que sea soberbio a sus ojos.
Para nosotros los indígenas, los derechos colectivos no sólo tienen que ver con la legitimización de nuestras demandas, tienen que ver también con la posibilidad de legitimar las diferencias que mantenemos con las sociedades occidentales. Los fenómenos de identificación personal y colectiva son posibles sólo en tanto existen referentes validados para identificarse.
Hasta hace un par de décadas, nuestros padres debían hacer todo lo posible por ocultar sus rasgos indígenas. A muchos se les prohibió hablar su idioma y más de alguno cambió sus apellidos, tiñó su pelo y trató de mimetizarse lo más posible con el estereotipo mestizo, porque los rasgos indígenas, ya sea físicos o al hablar, eran simplemente objeto de burlas y miradas suspicaces.
Hoy en día sabemos que tenemos derecho a promover y mantener nuestra cultura, a defender nuestra lengua, organizaciones tradicionales, e incluso nuestro territorio. Pero lo más importante es que sabemos que tenemos derecho a existir como pueblos, con legítimo respeto por nuestras diferencias y particularidades. Creo que es este derecho a la diferencia, el que marca una diferencia en la concepción y percepción que tenemos los indígenas sobre nosotros mismos.
Hace 20 años atrás, hablar de autonomía o autogobierno no pasaba de generar alguna sonrisa escéptica entre nosotros mismos. Hoy en día, son conceptos que están en boca de las generaciones más jóvenes ya no como utopías, sino más bien como horizontes de un futuro que se construye día a día sobre la base de nuestros derechos colectivos, y sobre la base de saber que las diferencias que han sido remarcadas como elementos negativos en los siglos pasados, son ahora nuestras fortalezas y los puntos de unión de muchos de nosotros, más allá de la dispersión territorial y más allá de las diferencias que el tiempo y la cultura occidental han ocasionado en cada uno de nosotros.
Probablemente para el autogobierno nos falten varios años, pero está claro que en estos momentos ningún gobierno puede desconocer nuestros derechos y ningún pueblo indígena dejará de luchar por defenderlos y exigirlos.
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1. Para mayor información sobre este tema véase: www.politicaspublicas.net
2. Las opiniones se reproducen en forma textual, sólo de han modificado faltas ortográficas para facilitar la lectura y comprensión.
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