Cuando tenía 12 o 13 años encontré en casa de una tía en Quintero un libro que me llamó la atención profundamente. Era “El Chicho Allende” de Carlos Jorquera, una exuberante biografía política que ahonda en diferentes aspectos de la vida de Allende, junto con dar cuenta de un sabroso anecdotario de la política chilena del siglo XX. Encontré en la narración de Jorquera un reportaje vivo, vibrante, al que he vuelto incansablemente durante la última década, siempre encontrando nuevos datos, reflexiones e ideas que siento han contribuido a mi formación cívica y política.
En esta biografía una de las reflexiones más interesantes tiene que ver con la discusión entorno a las circunstancias de la muerte de Allende. A fines de los 80, el tema todavía revestía un fuerte contenido ideológico y simbólico, que la profundización en los peritajes pertinentes y el desarrollo de las investigaciones judiciales al amparo del restablecido estado de derecho han relegado a un interesante segundo plano.
Ciertamente, desde el momento mismo en el que se difundió la noticia de la muerte del presidente Allende, saber cómo murió –y más específicamente si fue asesinado o decidió cometer suicidio- pasó de ser un asunto judicial a ser una disputa política, en la que los partidos de la quebrada Unidad Popular apostaron a levantar tesis excluyentes, que de alguna manera representaban relatos acordes a sus propias interpretaciones post golpe de Estado.
Esta disputa fue agria, y como dije anteriormente, el avance de los peritajes la ha relegado progresivamente a un segundo plano, sin embargo la duda persiste, y está atada a la interpretación simbólica que queramos darle. Salvador Allende, en el umbral de la historia, desde la Moneda en llamas, ¿decidió poner fin a su vida, como un noble romano frente a la derrota, o decidió luchar hasta el final y ser acribillado en la soledad de un salón de palacio?
En este punto quiero rescatar la reflexión de Carlos Jorquera, quien fuera secretario de prensa de Allende, y considerando la pertinencia que tiene esta idea para mi generación (y para la unidad de todas las demás generaciones en servicio activo de una izquierda cada día más pujante) hago mías las palabras del Negro, que dijera que quienes se esfuerzan sólo por entender cómo murió Salvador Allende no comprenden cómo vivió ni la riqueza de su legado teórico, político y ético.
Es por eso que lejos de pretender zanjar la discusión en torno a las situaciones que rodearon su muerte, resulta necesario rescatar su vida. Desde sus inicios (conflictivos, como todo buen inicio) en la política universitaria, pasando por su visionaria gestión ministerial, hasta la culminación de un proceso de construcción de mayorías cuyas consecuencias para la historia de Chile aún no decantan del todo y cuyas posibilidades siguen abiertas.
Quienes se esfuerzan sólo por entender cómo murió Salvador Allende no comprenden cómo vivió ni la riqueza de su legado teórico, político y ético.
Así mismo, urge revisar y reencontrarnos en nuestra historia, viendo en Allende no al iluminado rupturista que se puso al frente de los movimientos sociales, si no al luchador social, republicano, democrático y de profundas convicciones cívicas, que representó los anhelos de diferentes generaciones de trabajadores, campesinos y pobladores que a través del siglo XX entregaron sus esfuerzos en la construcción de un modelo distinto de sociedad, reconociendo tempranamente la orientación socialista y democrática del proceso revolucionario chileno.
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Foto: Biblioteca SAG
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Hans Munz
http://radio.uchile.cl/2013/09/09/libro-revela-nuevas-evidencias-de-que-allende-no-se-suicido